Era un día lluvioso, frío... a principios de Marzo. Las flores comenzaban a romper sus capullos para salir a la vida pero el agua aún se congelaba dentro de las tuberías o goteaba hasta formar pequeñas estalagmitas de hielo, sobre todo por las noches.
La luz de la mañana dejaba ver el techo escarchado de los autos y un delgado manto blanco cedía lentamente sobre los jardines que a su vez luchaban por teñirse de verde, para mudar la vestimenta amarillo ocre con que los había pintado el invierno.
Habían pasado tres años desde la muerte de Ana.
Argelia prefería pasarse las tardes en mi casa en vez de estar en la suya... nos gustaba leer, dibujar y también habíamos comenzado a practicar haciendo videos caseros para cuando apareciera YouTube en el mapa entre el año 2005 y 2006... claro que por aquel entonces todo era mucho más ortodoxo.
Las cámaras digitales por ejemplo, tenían una resolución bastante rústica y las computadoras a pesar de que comenzaban a popularizarse, aún no se parecían en nada a lo que son hoy en día... más bien se veían como televisiones enanas, rechonchas y bastante pesadas, salidas de algún programa futurista y mediocre de los años 80's.
Las de nuestra escuela eran color menta con blanco, con coraza de plástico grueso semi transparente. Eran los tiempos en que Apple y Windows aún no se separaban así que por supuesto que en ellas sobresalía la manzanita característica de antes de que Bill Gates y Steve Jobs tuvieran sus respectivos problemas conyugales y se divorciaran.
Por supuesto que moví mis hilos de niña "genio" para orillar a mis padres y a los abuelos de Argelia a invertir en la pequeña compañía nacida del resentimiento, en la que nadie tenía fe, que crearía Steve Jobs después de su aparatoso divorcio mediático... pero bueno, aquello sucedió unos cuantos años más tarde.
Por mi parte, aquella mañana en vez de prestar la debida atención a las clases de computación en las que pretendían enseñarme todo lo que ya sabía hacer, me las ingeniaba audazmente para jugar este increíble juego que todas las computadoras traían de cajón, al igual que PacMan.
Trataba sobre una hormiguita, jugado en primera persona... tenía que recolectar gotitas de agua sobre un pequeño artefacto hecho de hojas más verdes que el Hulk de Avengers, después las llevaba a un enorme hormiguero que al parecer había construido yo sola porque siempre estaba vacío, pero en el camino siempre me topaba con lo que parecían ser bichos malandros que puntualmente encontraban la forma de hacer mi trabajo mucho más difícil. Después de todo ese era literalmente su propósito de vida.
El pasto era gigantesco en comparación mía...
Las flores parecían edificios.
Y cuando intentabas ver hacia el cielo el ratón del mouse se te rebotaba tirándote sobre tus patitas traseras... pero podías verlo a lo lejos.
Era casi tan azul como el cielo estrellado de Vincent Van Gogh, claro que mucho más pixeleado.
Era el mundo de la eterna primavera.
Pero no había forma de salir...
Casi todo estaba rodeado de agua y no te dejaba ir más allá sin ahogarte...
Tampoco podías caminar eternamente por los escasos senderos en los que no había agua... llegaba un punto en que todo parecía un espejo gigante, porque a pesar de darte a entender que había un mundo más allá, no había forma de avanzar, pero podías ver mariposas y otros insectos atravesarlo sin problemas.
Era un pequeño bosque encerrado dentro de una burbuja de bordes irregulares que al parecer, a la única que encapsulaba era a mí.
Lo recuerdo muy bien porque varios años más tarde descubriría exactamente lo que esa hormiguita sentía dentro de ese pequeño mundo ficticio.
También recuerdo que Argelia era malísima jugando. Todo lo hábil que era cuando jugaba basquetbol lo perdía en cuanto tocaba una computadora. En cambio yo, siempre fui un desastre en los deportes, sin importar cuál fuera.
Y sin importar en qué vida...
Bueno —pensé, —no se puede ser bueno en todo.
Aquella mañana Argelia estaba jugando el juego de la hormiga con bastante concentración. Era el cumpleaños número 32 de su madre y necesitaba un escape en el que fuera lo bastante mala como para agotarse mentalmente.
La clase había terminado y nuestras compañeras cuchicheaban entre sí, riéndose.
Verónica cada vez se ponía más bonita. Tenía el cabello casi dorado y unos ojos grandes color miel a juego, su piel era blanca pero sus mejillas sonrosadas parecían casi como si se hubiera maquillado, por supuesto que no lo hacía... solo tenía 11 años.
Normalmente traía el cabello suelto, adornado por diferentes diademas hechas a mano por su madre; todas blancas, como lo exigía la escuela.
Era la personificación misma de como siempre me he imaginado que deben verse las hadas.
Nuestra relación por otro lado, pésima como siempre. Nunca fue abiertamente una persona desagradable conmigo pero siempre secundó a quienes lo eran.
Y yo nunca fui de las que cedían, así que para comunicarnos inventamos un nuevo lenguaje hecho básicamente de miradas hostiles y señas obscenas.
Su relación con Alan Garcés también continuaba. Aunque, por supuesto que ahora ya no jugaban a ser los power rangers rojo y rosa, salvando al mundo del recreo con la fuerza de su amor y el poder de sus loncheras.
Oh no.
La relación había evolucionado.
Adiós Power Rangers.
Hola, irse de misiones y retiros por parte de la escuela a comunidades remotas habitadas por gente extremadamente pobre que seguramente no había comido más que un pan duro y frijoles en días pero que ahora tendrían que alimentar a este par de tórtolos mientras les hablaban de la palabra de Dios como si no tuvieran otra cosa mejor que hacer.
Porqué al parecer la pobreza se acababa con una buena dosis de evangelización y fotografías. Muuuuchas fotografías que servirían después para decorar nuestro periódico escolar y así mandar el mensaje perfecto a los padres de familia: "Somos una institución dedicada a formar gente de bien".
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Editado: 17.07.2021