Emma Myers
—Oye… —pinché con mi dedo la mejilla de Declan.
—¿Qué? —musitó malhumorado
Últimamente estaba de ese humor y me parecía muy extraño. Él siempre era como una lucecita que iluminaba todo a su alrededor.
—¿Sigues enojado? —Declan levantó su cara de la banca y me miró fijamente, sus ojos verdes se pasearon por todo mi rostro hasta que apartó la mirada.
—No estoy enojado —tomé su barbilla y lo hice que me volviera a ver.
—Claro que estás enojado Declan. Te conozco y sé perfectamente cuando mientes —puso una mueca y quitó mi mano para poder desviar la mirada.
Que se comportara así conmigo sí me afectaba, jamás pensé que llegaría el día en el que no me sonriera.
—Declan —volví a insistir.
—Solo déjalo pasar Emma —gruñó—. En unos días se me pasará.
—Ni siquiera sé por qué estás tan enojado.
—Para ser una persona que no le gustan las mentiras ni los secretos, me sorprende que no sepas por qué estoy enojado.
—No te mentí.
—Ocultar información también es mentir.
Él tenía razón y yo lo sabía, pero me parecía una reacción exagerada. No estaba cometiendo un crimen, ni nada parecido, por lo cual no entendía su actitud.
Sonó la campa y Declan de inmediato se puso de pie y salió del salón sin esperarme, como lo había estado haciendo los últimos días. Sentí una punzada de tristeza al verlo alejarse y mordí mi labio para impedir que el sentimiento me ganara.
Me había pedido espacio para pensar y no había ido a mi casa desde entonces. Llevábamos dos semanas sin realmente hablar, cuando era estrictamente necesario que habláramos, solo me contestaba con monosílabos y todo desde que le conté.
Parecía que cada vez que avanzaba con Thomas, retrocedía con Declan. Y no sabía cómo solucionarlo. Sabía que tenía que ser paciente, a él tampoco le gustaban las mentiras y más porque él siempre trataba de ser muy frontal con todo.
Suspiré y terminé de guardar mis cosas en mi mochila para salir del salón.
La situación con Declan me tenía un poco decaída, nunca en el tiempo que llevábamos de conocernos lo había visto comportarse así y menos conmigo. El que ya no me sonriera o mirara de la misma forma y el espacio que había entre los dos se sentía horrible.
Iba a mi siguiente clase cuando sentí como alguien me agarró la muñeca y me arrastró hasta uno de los salones, no puse resistencia, sabía exactamente quien era.
—Ven aquí.
Lo siguiente fue que Thomas cerró con seguro la puerta y me estampó contra la pared más cercana para besarme.
De inmediato le correspondí el beso. Últimamente, nuestros besos eran así, a escondidas en algún salón desocupado, casi siempre era en el de música, a veces en los laboratorios, pero siempre escondidos.
Fue un beso intenso y necesitado. Thomas recorrió todo mi cuerpo con sus manos de manera lenta y tortuosa, su última parada fueron mis muslos y tiró para elevarme. Enrollé mis piernas en su cadera sin objeción y él caminó conmigo en brazos como si nada, como si ni siquiera me estuviera cargando.
Él tenía una manera de besar que siempre me volvía loca, siempre generaba un apagón en mi cerebro del cual me era difícil volver. Bueno, tampoco tenía mucha experiencia en el campo de los besos, solo había tenido un novio y nuestra relación duró solo un mes. Éramos novios de manita sudada prácticamente.
Sin dejar de besarnos, Thomas me colocó sobre una mesa y se separó para dejar un camino de besos en mi cuello.
—No tienes idea lo loco que me pone, el hecho de que no te pueda besar cuando yo quiera Emma —dijo con una voz baja sobre mi cuello.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando sentí su aliento y luego sus besos sobre esa zona de mi cuerpo.
Dios nos va a volver loca.
—Lo sé, pero así es mejor para todos —conteste un poco distraída por la forma en que me besaba.
Thomas dejó de besarme tan abruptamente que me desconcertó. Los dos teníamos la respiración agitada y los labios hinchados. Él se alejó un poco de mí y me miró fijamente. Noté como su expresión cambió a una más seria.
—Para todos no Emma. Para mí no —aclaró con voz ronca—. No me gusta tener que estarme escondiendo y más cuando lo único que deseo es que todos vean que estamos juntos —Thomas acunó mis mejillas con sus manos y por fin una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro—. Quiero poder decir que siendo el idiota más grande del mundo pude conquistar a la chica más bonita.
Mi respiración se volvió a agitar al escuchar esas palabras saliendo de su boca.
—¿Entonces estamos juntos? —inquirí nerviosa.
Bueno, él y yo estábamos saliendo, pero no éramos nada oficial.
—Claro que lo estamos —aclaró con un tono de obviedad—. ¿Acaso crees que voy por la vida besándome con todas?
Enarqué una ceja y apreté los labios para evitar contestar.