Emma Myers
—Tía E —escuché un susurro en mi oído. Era una voz infantil, que conocía perfectamente.
Sonreí aún con la cara hundida en la almohada e intenté abrir los ojos, pero me fue casi imposible, había sido una noche muy movida y solo había dormido dos horas.
—Tía E —la voz se volvió a escuchar aún más cerca de mi oído y pude sentir un pequeño dedo picando mi hombro—. ¡Papá! La tía E, mudio.
—¿Cómo que murió? —preguntó mi hermano. Volví a intentar abrir mis ojos, pero mis ojos se negaron a obedecerme.
—Es que no se mueve —le explicó mi sobrina, Emily—. ¿Y si le lanzo agua como en mi caicatua?
Esa fue mi señal. Antes de que Emily pudiera ir por esa agua, la tomé y cargué, haciéndola caer en la cama. Le empecé a hacer cosquillas a lo que la niña rio y gritó, descontroladamente.
—Ya tía E —pidió, tratando de detener mis manos—. No más cosquillas.
—¿Me ibas a echar agua?
—No —contestó, rápido, negando con la cabeza y señaló a Derek—. Papá dijo y yo le dije que no.
Volteé a ver a mi hermano con una ceja enarcada.
—Traicionado por mi propia hija —exclamó Derek con su mano en su pecho.
—¡Emily! —gritó Nora, desde la planta baja de la casa—. Espero que ya estés vestida porque en cinco minutos nos vamos al kínder.
Derek y yo volteamos a verla. Todavía traía su pijama. Volteó a ver a su papá con una sonrisa nerviosa, a lo que él enarcó una ceja como lo hacía mi mamá y la niña de inmediato salió corriendo para vestirse.
Emily era una niña hermosa, tenía su cabello del mismo color que su madre y tenía los ojos de Derek. Era una combinación perfecta de los dos. Además, era la niña más tierna del mundo y le hacía honor a su nombre.
—¿Noche divertida? —me preguntó con la misma expresión con la que vio a su hija.
Entendí su pregunta, todavía tenía el vestido puesto y mi cabello era un desastre. Recargué mi espalda en la almohada y Derek se acostó a mi lado.
—Fue… ¿Nostálgico? —contesté recordando todo.
A muchos de los que estaban en la boda no los había visto en muchos años. Fue lindo volverlos a ver. A todos.
—¿Lo viste?
—¿A quién? —Derek inclinó su cabeza y entrecerró sus ojos con tal de meterme presión.
—Lo vi —terminé contestando.
—¿Y? ¿Te odia? ¿Fuiste golpeada por el látigo de su desprecio?
—Hablamos —contesté, recordando como Declan y yo, habíamos hablado. Los simples recuerdos me hicieron llevar mi mano a mis labios y cuando noté cómo me miraba Derek, la quité rápido.
—Hablaron. Claro —dijo riendo y luego hizo una mueca de desagrado.
Declan nunca fue el favorito de mi hermano, pero nunca supe por qué.
—¿Por qué nunca te callo bien?
—No es eso.
—¿Entonces?
—Solo pienso que si él hubiera sido tu novio las cosas hubieran sido diferentes.
—¿A qué te refieres?
Derek iba a contestar, pero unos cuantos golpes en la puerta nos interrumpieron. Sophie no tardó en aparecer bañada y con ropa deportiva. Se notaba que ella llevaba varias horas levantada.
—¡Servicio levanta muertos! —se anunció con una gran sonrisa desde la puerta, alzó sus manos y mostró las bolsas con el logo de la cafetería que me gustaba.
Mi hermano se levantó de la cama y le dio un beso en la mejilla a Sophie, para saludarla.
—Trata de que esté presentable para la comida, no quiero traumar más a mi hija.
—¡Sí, señor! —contestó Sophie e hizo un saludo militar.
Cuando Derek salió del cuarto, Sophie tomó su lugar y me abrazó fuerte. A pesar de los años que habían pasado y la enorme distancia que hubo entre nosotras, mi amistad con Sophie nunca cambió. Seguíamos siendo hermanas, tan unidas como siempre.
—¿Qué trajiste? —pregunté revisando las bolsas.
—Café, sándwiches y unas pastillas.
Sophie empezó a repartir la comida y empezamos a hablar. La dejé decir todo lo que quiso, la dejé tocar cualquier tema que quisiera usar de pretexto y cuando estos se le acabaron fue que pude sacar el verdadero tema.
—Me sorprendió saber que irías a la boda —solté sin ningún filtro. Sophie de inmediato se tensó.
—No estaba dentro de mis planes —dijo y se encogió de hombros—. ¿Recuerdas el cliente que mencione, el de hace unos meses?
—Sí.
—Es el padre de la novia. No supe que él era novio hasta que tú me lo dijiste y ya había aceptado la invitación.
—¿Y estás bien?
Sophie suspiró y bajó la cabeza con cierta tristeza. Sabía que era un tema delicado para ella, pero en algunas ocasiones es necesario hablar de los temas delicados porque si no estos se estancan y no hacen otra cosa más que lastimarte.