El día en que te encuentre

Epílogo

Emma Myers

—¿Qué es esto? —pregunté cuando Declan me extendió una caja enorme.

Todo a nuestro alrededor estaba en completo desorden. Había cajas por todos lados y latas de pintura esparcidas por el departamento junto con mucho plástico en el piso. Algunos muebles aún estaban sin armar, mientras que otros estaban cubiertos por plástico.

Teníamos mucho trabajo. Nadie nos dijo que mudarse era tan difícil.

—Un regalo.

—Pero no es mi cumpleaños.

—Eso no me importa. Es mi regalo de inauguración —se acercó un poco más a mí—. Por fin tenemos nuestro departamento, desordenado y hecho un caos, pero nuestro.

Hice un puchero que le pareció divertido. No sabía que haríamos eso. Era una de las cosas que más me gustaba de Declan, nunca sabía cuándo me iba a sorprender con cosas como esas. Pasó su dedo por mi labio para deshacer el puchero.

—Yo no te compre nada —dije un poco desanimada.

—Eso tampoco importa.

Jaló de mí y nos llevó a uno de los sillones. Me hizo sentarme aun cuando este tenía el plástico.

—Ábrelo —me pidió con cierta emoción y me entregó la caja.

Era grande, estaba un poco pesada y envuelta en un bonito papel morado. Entrecerré mis ojos en su dirección y lo observé unos segundos, luego sonreí y le di un pequeño beso en la comisura de su boca.

Miré la caja y empecé a desenvolverla. Noté que Declan movía su pierna de manera nerviosa, pero me concentré más en mi regalo.

—¡Dios! —exclamó impaciente y puso los ojos en blanco—. Debí seguir el consejo de Sophie de no envolver el regalo. Para la próxima solo la caja con un enorme moño, una caja que puedas abrir de manera fácil. Nada de papel envoltura.

Reí, pero a diferencia de Sophie, él me tuvo más paciencia. Cuando terminé, abrí la caja y en cuanto vi el contenido me quedé muda.

En ella había todo tipo de cosas para pintar y dibujar. Pinceles, cuadernos, lápices, colores, pintura, de todo. Hace años que no tocaba ese tipo de instrumentos.

—No entiendo…

—Son para cuando decidas que quieres volver a dibujar o pintar.

—Pero… —balbuceé tratando de encontrarle sentido a su regalo.

—Emma, tal vez tú no lo notes, pero yo sí —empezó para explicarse, pero me dejó igual, seguía sin entender su regalo—. Siempre noto como observas las estanterías cada vez que pasamos por las tiendas que venden este tipo de cosas, noto como tu cara se ilumina cuando vamos a alguna galería de arte y sobre todo noto los pequeños dibujos que haces en las servilletas cuando vamos a un restaurante.

>>Esto —señaló las cosas—, te apasiona, siempre lo ha hecho.

—Pero eso no significa…

—Lo sé, pero quiero que tengas todo lo necesario para cuando te decidas a volver, tal vez nunca los utilices, pero si un día quieres hacerlo tendrás lo necesario a tu alcance —empecé a sacar todo lo que había en la caja, aun sin poder creerlo—. No sé mucho de estas cosas, pero estuve investigando, todo lo que más se utiliza está aquí y si te falta algo podemos irlo a comprar después. ¿Te gusta?

Mi corazón empezó a latir de una manera desenfrenada y aunque nunca creí en eso de la felicidad absoluta, en ese momento puedo decir que la experimenté. Aunque ciertamente mi emoción y falta de palabras no era por el regalo, sino por el motivo que lo hizo. 

—Me encanta. No sé qué decir es… —fue difícil describir lo que sentí.

Declan tenía todo de mí. Le pertenecía por completo y todo lo que tuviera para ofrecer en esta vida estaba segura de que él era al único al que se lo podría dar sin ningún miedo.

Sin esperar otro segundo, hice a un lado las cosas y me senté a horcajadas sobre él, con mis brazos rodeé su cuello y le di un beso en la nariz.

—Gracias —le di otro beso, pero esta vez en la boca. Él colocó sus manos en mi cadera y sonrió— y no lo digo por el regalo.

—¿Entonces por qué? —preguntó e inclinó un poco la cabeza.

—Por siempre notar las cosas que me hacen feliz.

—No es difícil —se encogió de hombros—. Tú siempre has acaparado toda mi atención.

Y como siempre, él tuvo razón.

No lo había notado hasta que él me lo dijo, pero era cierta cada palabra.

Aún disfrutaba de todo lo que tuviera que ver con el dibujo y la pintura, ese nunca fue el problema. El verdadero problema fue que un día simplemente ya no pude dibujar ni pintar, sentía que cualquier cosa que hacía ya no transmitía nada.

Mis dibujos y pinturas se convirtieron en solo trazos sin vida y eso me decepcionó. Después de pensarlo durante mucho tiempo, llegué a la conclusión de que alguien que se sentía rota y sin vida no le podía dar vida a otra cosa, por lo cual dejé de intentarlo.




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