XI
Un zumbido me despierta de mi sueño, de mi pesadilla sin colores, que me hacía temer, mientras percibía de algún modo que era real, sin poder cambiar nada, pero a la vez tan fuera de perspectiva que me hizo sentir con aún menos control del que tuve entonces. El mayor terror ocurrió al no lograr proteger a quien amé o, por lo menos, retar al mundo para morir junto a ella. De nuevo. No. De nuevo, no. ¿Es que nunca acabará?
Mi frente se aprieta ante la molestia, pero el sonido no cesa y la luz me lastima. Me siento desorientado y dolorido. A pesar de todo, experimento algo que hace años no sentía: calidez, al menos corporal. Comienzo a explorar entre imágenes fugaces y huidizas el lugar en que me encuentro. Veo una chimenea, que es la fuente del calor y una habitación muy lujosa, adornada con pieles, cuadros y terminaciones en oro por todas partes. Lujoso y vulgar al mismo tiempo, como una persona que usa encima todo lo caro que tiene a la vez. El espacio debe medir… Parece que la habitación viaja a gran velocidad, me mareo y me percato que aún no puedo hacer cálculos. Mirar en los ángulos extremos de mi campo visual, también es molesto, así que me concentro un momento en el pacífico suelo verde agua.
Sin pedir permiso el extraño rostro de la niña aparece frente a mí, traslúcido, y me hace enfocar mi atención. Me consterno por el lugar en donde estoy. Se supone que huiría, pero fracasé. Ella también lo haría y es probable que lo hiciera momentos después que me llevaran. Pero no ocurrió, no sé por qué. La observé aplicar sólo la mitad de la dosis. Algo salió mal, pero quizá ella no lo sepa. ¿Será que ella sí huyó y está ahora sola en ese túnel, expuesta a quien sabe qué tantas cosas?… Me gustaría que mi pensamiento pudiera viajar a ella y envolverla en su calidez… Siento una punzada en mi cabeza y una nueva sensación de desorientación.
De pronto noto una presencia, que se mantuvo silente, disfrutando del joven desnudo, suspendido, confuso y drogado. Ahí está él. Mirándome desde un sillón frente a mí. Como comiéndome con los ojos, y debe ser así, pues hiere como eso. Lo que duele más es la indignación de ser un objeto, cuando las personas insistían en que éramos cosas diferentes de ellos y también de los animales. Los etólogos siempre supieron que no había tanta diferencia con los animales y los filósofos con los objetos. Las diferencias sólo son artificialidades del humano, que se cree centro de su propio universo, causa y efecto de todo, residente de las abstracciones. Urdidor de mentiras conceptuales. Único animal capaz de creerlas, estúpida bestia. ¿A qué no reducimos? A la biología. Hasta en los animales hay violaciones y el sexo es un factor de sometimiento. Ante la amenaza, el lobo inferior toma postura de cópula receptiva y el lobo superior accede, representando el ritual de apareamiento a guisa de perdón. Los animales son transparentes. El ser humano, por su parte, es tan diferente, pues es especialista en despistar al otro, el engaño le es propio. Utiliza gestos atávicos para empresas diferentes a su creación; el animal gruñe y eso significa amenaza o enojo; el humano realiza la danza opuesta y puede significar lo mismo: Como el dueño que sonríe, pero para mí es equivalente a que me mostrara unos grandes incisivos.
El dueño lleva puesta sólo una bata. Me mira y lo miro fijamente. Sonríe de nuevo, se lame los labios y mete la mano entre sus piernas. Me parece repugnante y desvío la vista con urgencia. Ríe a carcajadas. Se levanta sin dejar de acariciarse y se acerca lentamente a mí.
—¡Impresionante! ¿Cómo puedes ser tan hermoso a pesar de la tragedia?—me da alcance y acaricia mi cara, con la mano tibia por el contacto con su sexo, yo la muevo en sentido contrario— ¿Sabes? Podría tenerte más tiempo con vida, si te portas bien conmigo. Como mi linda mascota.
Me armo de valor o me lleno de asco, no sé bien y lo escupo en la cara. Entrecierra los ojos, pero no parece molesto ante la ofensa.
—No te preocupes— dice mientras reúne mi saliva con dos dedos y se la traga—, será casi igual de bueno que cuando te corte la verga y los huevos y se los dé de comer a los líderes de las tres comunidades. No sin antes procurar que lo veas. Será divertido. Te daré una oportunidad que pocos humanos tienen: vivirás en otro y procurarás su vida.
Me toma de los lugares que refirió y me acerca hacia él. Me resisto a expresar el gesto de dolor.
—Eres un maldito enfermo— digo con la voz amortiguada por el sufrimiento.
—Sí, soy un asqueroso y vil enfermo —dice mientras recorre mi torso con la otra mano—. Apuesto que piensas que mi enfermedad tiene un origen sexual, pero te equivocas. El sexo es sólo una parte, muy rica por cierto, pero el poder lo es todo. Cualquier cosa que el humano hace es una metáfora del poder. El sexo se disfruta mejor desde arriba, es sólo una forma de demostrar quién manda. Así que si eres mi manso cordero, que accede a todas mis peticiones, vivirás, demostrando que yo mando. Pero si te resistes, morirás dándome el placer de castigar tu rebeldía, mostrando de nuevo que no tienes ningún tipo de autoridad. Así que tú decides de qué manera obedecer. Recuerda que ambas me serán gratas, piensa en la que te sea menos desagradable.