El diario de Damiana

CAPÍTULO 6. Una familia pequeña

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Al día siguiente, al regresar del colegio, encontré mi padre esperándome en la sala de la casa.

¡Hola, princesa!

Sorprendida y emocionada, corrí hacia él y me arrojé en sus brazos. Acababa de regresar de uno de sus interminables viajes de negocios, y yo estaba feliz de verlo. Como era su costumbre, comenzó a preguntarme sobre mi rutina diaria, las actividades que había realizado y cómo me iba en el colegio.

Se preocupó cuando le conté que seguía atrapada en la misma monotonía de siempre, viviendo una rutina sin sobresaltos ni aventuras propias de mi edad. Trató, una vez más, de animarme a explorar el mundo, a ser más rebelde, pero como siempre, le expliqué que yo no era ese tipo de persona; mis pasiones más atrevidas se limitaban a leer un buen libro o disfrutar de un documental.

Seguía insistiendo en que debía salir más cuando recibió una llamada. Normalmente, sus conversaciones telefónicas no me interesaban, pero esta vez fue diferente. El tema había surgido antes y sabía que le preocupaba.

Aunque no entendía mucho, capté que se trataba de un antiguo socio con el que debía reunirse urgentemente para cerrar algún tipo de negocio. Intenté averiguar más, pero papá no quiso darme detalles, lo cual me dejó con la sensación de que algo no estaba bien. Aun así, decidí no darle mayor importancia; si él no quería compartirlo conmigo, ​​por mí estaba bien.

Más tarde, me preguntó por Jonathan, mi hermano, pero no sabía mucho de él. Jon no pasaba mucho tiempo en casa. Mi padre me pidió entonces que lo localizara y le informara que esa noche tendríamos una reunión familiar para tratar un asunto importante.

Hacía casi tres años que no tuvimos una reunión familiar, o cualquier tipo de reunión, en realidad. Intenté extraer más información, pero fue en vano; dejó claro que solo hablaría cuando estuviéramos todos juntos. Luego se despidió, diciendo que debía atender asuntos urgentes.

Víctor Eslodon… así se llamaba mi padre, el hombre que más amaba y casi idolatraba en ese momento de mi vida. Papá siempre se había destacado por ser un hombre íntegro, muy inteligente y dedicado a su trabajo. Amaba lo que hacía, y esa pasión lo convertía en un triunfador.

Físicamente, hace nueve años, era alto, muy guapo, y no lo digo solo porque fuera de mi padre. Papá, Jon y yo compartíamos muchos rasgos: ojos color café claro, cabello castaño, piel trigueña.

Pero Víctor y Jon tenían una apariencia varonil, muy atractiva, con un encanto natural que los hacía irresistibles. Eran profundamente honestos, responsables y poseían una gran entereza de carácter. Yo me sentí sumamente orgullosa y feliz de tenerlos a mi lado; mi vida tenía sentido gracias a ellos, esos seres maravillosos que eran esenciales para mi existencia.

Éramos una familia pequeña.

Víctor y Elizabeth, mi madre, se casaron muy jóvenes, pero él enviudó pocos meses después de mi nacimiento. Tras el parto de Jonathan, mi madre quedó muy débil debido a una grave afección cardíaca y no debía tener más hijos; pero amaba tanto a mi padre que quería darle la hija que él siempre había deseado.

Ocho años después de su primer parto, cumplió su deseo, aunque con el alto costo de su vida.

La muerte de mi madre era mi mayor tormento, pues me sentía directamente responsable. Creía que si papá y Jon habían quedado solos, era por mi culpa. Quizás por eso sufría de fuertes y constantes depresiones, y tenía un temperamento melancólico; en el fondo, deseaba no haber nacido, para que mi madre no hubiera muerto.

A pesar de todo, Jonathan y yo teníamos una relación muy especial. Nos amábamos infinitamente. A pesar de los ocho años que nos separaban, éramos grandes amigos; me confiaba sus cosas y siempre valoraba mi opinión en cualquier decisión que debía tomar. A menudo no entendía mucho sobre los negocios de los que me hablaba, pero él era feliz explicándome cada detalle para asegurarse de que yo estuviera de acuerdo con sus decisiones.

Papá y Jon compartían una relación aún más cercana, más íntima; Se confiaban secretos y aventuras que, según ellos, no eran apropiados para mi edad. Pero en esos días, todo eso había cambiado. Tres años habían pasado, y de esa relación incondicional no quedaba nada.

Todo había cambiado. Lo peor era que no conocía el motivo de su distanciamiento. Un buen día, me levanté y encontré un muro infranqueable entre ellos. A pesar de la confianza que Jonathan siempre me había tenido, no quiso contarme lo sucedido. Se mantenía completamente cerrado en cuanto a ese tema.

Así transcurrirían nuestros días en aquella época. Vivíamos en una hermosa y lujosa mansión, con bellos acabados, finos adornos, una magnífica decoración y espacios luminosos, pero cada quien vivía su vida por separado.

Víctor casi no estaba en la ciudad; sus viajes y ausencias se volvieron tan frecuentes que solo lo veía una o dos veces al mes.

Jon, aunque no se había mudado completamente a su apartamento, ya no convivía en la casa; casi nunca lo veía, excepto cuando él mismo se dejaba ver.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 15.08.2024

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