Escogí la caja de la izquierda pegada a la escalera. No lo pensé en su momento. No recordaba tampoco que había en ella. Solo era esa típica caja pequeña fácil de llevar que parecía contener pequeños momentos inolvidables.
Espere 2 horas a que mi madre se tomase sus pastillas para dormir y hasta escuchar en la sala como mi padre apagaba la tv para acompañarla a la recamara. Guardé silencio mientras abría la ventana, sabiendo que haber escogido la carga pequeña haría mas fácil el descenso por los peldaños del soporte del viñedo que daba al patio trasero donde la bici me esperaba escondida.
Mil veces había escapado por esa ventana, con cargas mas pesadas y con mis padres despiertos, pero no era el momento de seguir causando desespero en sus miradas.
Esperaba que durmiesen tranquilos mientras pedaleaba a la costa y me prometí a mi misma que en un par de horas estaría de regreso.
15 minutos tomó llegar a los dientes de perro. Ese lugar rocoso en la costa con piedras tan afiladas como caninos. Ahí donde las olas rompían en silencio esta noche reflejando la calma en la que se sumía el pueblo a esa hora. Ni una luz iluminaba la orilla, apenas el reflejo de la luna menguante sobre la marea me permitía distinguir a la figura que me esperaba de pie junto a la maleza.
Rafael aguardaba tranquilo a mi llegada, fumando un cigarrillo de esos con olor a menta de los que se impregnan en el aire como una colonia barata.
— pensé que no ibas a venir ya
— no quería molestar a mis padres.— respondí.
Se ofreció a llevar mi bici por la orilla, pero negué despacio y observó con curiosidad la pequeña caja que llevaba en la cestilla, mas no dijo nada. Fumó en silencio la ultima calada mientras guiaba la marcha.
Caminamos hasta perder de vista las luces del pueblo donde solo el mar y el viento eran audibles. Allá después de las rocas, donde estas se volvían arena, había una pequeña casucha de pescador que en algún momento debió pertenecer a alguien, pero el mar y el tiempo no perdonan; la habían convertido en un desierto de memorias perdidas.
Mientras nos acercábamos fue visible la disimulada hoguera detrás de la cabaña donde un grupo pequeño de adolescentes conversaban y reían tontamente. Rodeados de botellas a medio llenar y restos de comida, se refugiaban del frió junto a las débiles llamas que danzaban en la noche. Uno de ellos nos vio llegar y aviso a los otros haciendo que los murmullos se callasen.
— ya estamos aquí
No era la primera vez que nos reuníamos. Los conocía bien a los 3, los cuales me observaban con recelo como otras tantas veces donde habíamos coincidido. Nunca imaginé el peso que podrían tener sus desinteresadas miradas y menos ahora cuando era yo quien les abordaba en su rincón especial. No se veía muestra alguna de agradecimiento por lo que podría haberles traído. Solo se veía como incómodos ignoraban mi mirada, sabiendo el peso que tenía poseer el mismo rostro de alguien tan especial para ellos.
— no tenemos preparado algo enorme como puedes ver— Rafael llenó el silencio a la par que me invitaba a sentarme junto a la hoguera.— cada uno trajo un recuerdo que tuviésemos de Elenne. Esperábamos brindar a su nombre y quemar los recuerdos mientras...decíamos algo bonito; compartir algunas historias...
Asentí brevemente y espere que alguien dijese algo mas, pero solo compartieron miradas mientras murmuraban para si mismos. La incomodidad era casi tan palpable como mis ganas de no encontrarme en ese sitio.
— trajiste....?
— cogí una de las cajas— me encogí de hombros— pensé que cualquier cosa estaba bien y necesitaba algo ligero que pudiese traer.
— podemos abrirla al final— propuso Rafael— y si quieres...puedes quemarlo tu.
— claro.
Una leve sonrisa apareció en su rostro alcanzando sus ojos antes de voltearse a sus amigos.
— Entonces empecemos esto.— Murmuró Mario desde el otro lado de la hoguera. Con un movimiento torpe alcanzó una de las botellas a su derecha y la elevó en alto— No tengo nada preparado, todos aquí saben que la inteligencia no es mi mejor rasgo.
Su comentario provocó pequeñas sonrisas entre el resto, cosa que le hizo envalentonarse un poco.
— Lenne era la inteligente— confesó.— Siempre fue la inteligente. Se la pasaba corrigiéndome los deberes del colegio y tenía una tonta obsesión con estar siempre cuidando mis notas. Casi parecía mi madre
Le vi tragar con amargura procesando sus siguientes palabras. Esas que serías los susurros mas profundos de su alma buscando una salida desesperada. Contó hasta 3, tal vez 4, antes de sacar de su bolsillo una pequeña nota arrugada. Con cuidado la acarició, sonrió torpemente y elevó su mirada como si con ella pudiese ver el reflejo de los años que habían acontecido desde el momento en que logró poseerla.
— mas que una madre, parecía familia.— prosiguió— Cuando tenia 10 mi hermano fue reclutado por el ejercito. Estuvo lejos por 10 meses antes de que los militares nos trajesen una bandera con la noticia de que no volvería a verle. Ese ha sido el momento mas duro de mi vida...Elenne no era muy elocuente, pero siempre sabia que decir. Siempre supo estar...
El reflejo de sus miedos no contados se asomó en sus cristalinos ojos. La aceptación de las verdades que jamás se atrevería a decir. Viéndolo allí, luchando por contener su alma con sus labios mientras su cabeza ideaba la forma correcta de dejarlo estar, me pregunté si en algún punto el habría amado a Elenne.