El diario de Ethan (híbridos 0.1)

Día 9

Tengo demasiados recuerdos tristes.

A veces pienso que habría sido mejor que me hubiesen borrado la memoria. Hay tantas cosas en mi mente que me gustaría olvidar…

Pero no. Nuestros recuerdos nos hacen quienes somos, nos pertenecen. Sean buenos o malos. No podemos permitir que nadie nos los robe. No.

Era una noche más en el supermercado, en el tercer mes desde que mamá y yo nos encontramos con el grupo. Todo estaba tranquilo. Le tocaba hacer guardia a Carlos, mientras los demás dormíamos a pata tendida.

De la nada, un largo y espeluznante grito nos sobresaltó a todos, que nos levantamos como preparados para una batalla. Carlos nos hizo señas para que no hiciéramos ruido.

El grito había sido tan fuerte y horripilante, que no pudimos identificar de dónde había venido, hasta que fue demasiado tarde.

Venía de adentro del supermercado.

Los híbridos habían logrado entrar y nos estaban rodeándonos de a poco.

Empuñamos las armas sigilosamente. Hasta yo, ya que mi madre había pateado una pistola hacia mi lado. Todos estábamos armados, menos Susana que no podía dejar de temblar y de mirar a los híbridos con ojos desorbitantemente grandes.

—Susana… —Susurró Carlos lo más bajo que pudo, ya que era el que más cerca de ella estaba—. Cálmate.

—No… —Dijo Susana en un murmullo—. ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —Comenzó a repetir en escala ascendente hasta terminar gritando, provocando que los híbridos se removieran, inquietos.

—¡Susana! —Carlos intentó tranquilizarla, pero ella seguía gritando. Así que se giró hacia mamá, como preguntándole qué hacer a continuación.

—Ustedes solo síganme. Tenemos que conseguir salir de acá y llegar hasta la camioneta —Dijo ella, poniéndose en modo sargenta—. Traten de agarrar lo que puedan, pero no se arriesguen.

—¿Y qué pasa con Susana? —Preguntó Lima.

—Si no se calla, no podrá venir. —Contestó, tajante.

Agarramos lo que teníamos más a mano. Los híbridos nos observaban, nos estudiaban. ¿Qué estarían pensando? ¿Qué pasaba por sus mentes que solo pensaban en destruir?

En otros tiempos me respondía que era una característica animal. Pero la verdad es que no. Creo que probablemente ese afán por destruir a quienes consideran sus enemigos es netamente humana. ¿No es acaso lo que W.U.U.C está planeando hacer?

¿La única alternativa es destruir?

Nos colocamos en ronda, con Susana en el centro. Más calmada con el movimiento de preparar nuestras cosas, aunque susurraba por lo bajo algo ininteligible. Parecía haber perdido la cabeza.

Comenzamos a caminar lentamente hacia la salida, apuntando a los híbridos que seguían sin moverse, probablemente porque estábamos armados y no querían salir heridos. Nos rodeaban como una manada, esperando no sé qué cosa para atacarnos. O quizás el que nosotros no reaccionáramos violentamente no los hizo saltar.

—Están planeando algo… —Exclamó Carlos por lo bajo.

Cuando ya estábamos tan cerca de los híbridos que podíamos respirar el aroma de la sangre vieja, uno de ellos se adelantó, haciéndonos frenar de golpe. Nos miró uno a uno a la cara, y luego dejó escapar un grito prolongado. Un grito que a cualquier humano normal le destrozaría las cuerdas vocales.

Todos nos quedamos conteniendo el aliento, mientras los demás híbridos comenzaron a responderle con gritos horribles, aunque no tan fuertes como el primero. Debía de ser una especie de líder.

De repente, Susana despertó como de un trance. Nos empujó a todos a un lado y salió corriendo y gritando hacia las criaturas que teníamos delante, como poseída por un espíritu de locura.

Ellos no tardaron en atacar.

No nos quedamos a ver. Aprovechamos la distracción, la ventaja que nos dio Susana.

Corrimos a la salida, disparando hacia cualquiera de ellos que se acercara demasiado, menos yo que tenía la misma regla de antes: no disparar a menos que fuera necesario. Carlos cayó y volvió a levantarse. Lima lloraba por Susana, aunque seguía corriendo igual. Adrián iba detrás. Nadie quería terminar como ella.

Llegamos a las escaleras y bajamos a toda velocidad. Mamá frenó de golpe y yo seguí corriendo sin poder parar. Caí de cabeza sobre uno de ellos, y rodamos hasta terminar tumbados en el suelo. Él quedó sobre mí, que no perdió el tiempo y empezó a palparme la garganta con sus asquerosas garras. Entonces recordé que tenía el arma.

Y disparé.

Y grité.

El híbrido se dejó caer: estaba muerto.

El primero.

Mamá me levantó del suelo, me preguntó brevemente si podía caminar y yo asentí. Seguimos corriendo hasta llegar afuera, y finalmente a la camioneta.

Apenas subimos mamá encendió el motor y arrancó sin darnos tiempo a sujetarnos. Carlos se sentó en el asiento del acompañante, y yo me quedé atrás con Adrián y con Lima, que lloraban en silencio la pérdida de su amiga.




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