Era uno de esos momentos en los que no tenías tiempo de sentarte a meditar un plan. Era ahora o nunca. Cada segundo que pasaba, las personas acorraladas por los híbridos tenían menos posibilidades de sobrevivir.
Mamá y Carlos vigilaban cada cierto tiempo desde el colectivo, para comprobar que las criaturas no notaran nuestra presencia. Aunque como estábamos estacionados lejos no llamábamos la atención. Eduardo dormía una siesta, la abuela y Lima miraban con preocupación y culpa a las víctimas en potencia de las criaturas, y Thalía leía despreocupadamente en una esquina.
Alejo abrió la puerta silenciosamente y salimos. Los tres teníamos un arma lista para usar, y un cuchillo en la cintura. Yo no podía creer que los chicos grandes me dejaran ir con ellos.
Bueno, al fin y al cabo, la idea había sido mía.
Adrián estaba con dudas, pero Alejo lo convenció diciendo que yo era un chico fuerte y valiente. Finalmente terminó aceptando. Igual no era como si tuviera demasiado tiempo para decidir.
Fue tan extraño volver a la ciudad. Cuando era chico las calles estaban llenas de gente que se apuraba para llegar a ningún lado. Hombres y mujeres de traje hablando por sus celulares, personas que volvían con sus bolsas de la compra y algunos adolescentes que se habían escabullido de la escuela, con la adrenalina a flor de piel. Los autos andando y tocando bocina, los grandes colectivos con su particular chirrido cada vez que frenaban en una parada… era extraño, pero todos esos sonidos que me sacaban de quicio antes, los añoraba.
Parecía una ciudad fantasma. La naturaleza poco a poco iba recobrando su lugar, las raíces de los arboles levantaban las veredas, el pasto salía entre las grietas del suelo. Algunos papeles volaban, vestigios de la humanidad que antes había habitado el sitio, aunque de alguna forma todo parecía más limpio que antes. No había gente caminando por las calles, ni vendedores ambulantes, ni niños jugando. Ni tampoco las bocinas, o el humo que esparcían los grandes camiones… solo calma… una calma tensa, el aire cargado de electricidad con el presentimiento de que algo iba a ocurrir.
Los únicos sonidos que se escuchaban eran el silbido del viento y los gritos de la pareja luchando por defenderse, aferrándose con desesperación a sus vidas.
En ese momento olvidé que lo hacía por Lima.
Porque esas personas a punto de morir era lo más vivo que había en toda la calle, y probablemente en toda la maldita ciudad, y por nada del mundo dejaría que ellos también desaparecieran.
Adrián, Alejo y yo nos acercamos lentamente hasta el lugar, escondiéndonos lo más posible entre los arbustos, árboles y algunos recovecos de las puertas de las casas.
Llegamos, solo unos metros nos separaban de las criaturas. Cada vez que las volvía a ver, me parecían más extrañas.
Una de las personas estaba herida. Un hombre que su compañera defendía tan solo con un bate de baseball.
Los tres nos miramos en silencio. Había que actuar.
Alejo saltó sobre el híbrido que estaba más cercano a él, con cuchillo en mano, y logró clavárselo antes de que volteé.
Adrián se acercó al segundo, pero no tuvo tanta suerte. La criatura giró y tuvieron que enfrentarse en una lucha cuerpo a cuerpo.
Yo salté sobre el tercero.
Estaba aterrado, me temblaban las manos, las piernas… Pero aun así lo enfrenté. No salió tan bien como esperaba, y por un instante me lamenté de que no le hubiésemos pedido a Thalía que viniera con nosotros.
No sé si la criatura me olió, me escuchó, o qué, pero antes de que caiga ya había girado a verme.
Menuda, parecía una persona cualquiera que podrías cruzarte un día por la calle… a excepción de sus garras y su anormal fuerza. Se arrojó sobre mí y ambos caímos al suelo, ella arriba. Forcejeé, luché, grité, hasta creo haberle mordido la mano, pero no podía sacármela de encima.
De reojo pude ver a Alejo intentar acercarse para ayudarme. Y digo intentar, porque en ese momento seis híbridos más salieron de no sé dónde. Tres por detrás de nosotros y otros tres detrás de donde se encontraban los extraños.