No pensaba escribir hoy, pero no quería perder ni siquiera un día más.
Aunque no sé cómo continuar ahora que tengo el diario abierto frente a mí.
Siento tanta tristeza en mi alma. No había podido llorar a mi madre todavía, no estando en W.U.U.C, así que ayer finalmente pude descargarme. Lloré y lloré sobre mi escritorio hasta que la híbrida vino a golpearme la puerta.
Me recuperé como pude y salí. Tengo que seguir con esta farsa un poco más, aunque duela. Ya falta poco. No voy a mandar todo a la mierda ahora que llegué tan lejos.
Del viaje a la central de United World recuerdo poco. Nos metieron en un camión grande sin ventanas ni ningún agujero, para que no supiéramos el camino. Dos guardias armados viajaban con nosotros vigilando que no hiciéramos nada. Había gente de todas las edades, personas que no eran de Heaven. Algunos lloraban, otros permanecían en silencio, ensimismados. Unos pocos rezaban.
No sé cuánto duró el viaje, fueron varias horas… hasta días, diría. Nos dieron comida, agua y ropa nueva. Una camisa de manga corta, ya que estábamos en primavera, un pantalón y unas zapatillas. Todo blanco, y todos vestidos de la misma forma. Era como un uniforme. También nos dieron unas cintas negras para los brazos con un número impreso en blanco y las palabras "United World". El mío era el 147.
Llegamos a la central y nos bajaron de los camiones con los ojos vendados. Nos dividieron en tres grupos según una lista que armaron con nuestras pruebas. Recién cuando terminaron de acomodarnos nos dejaron sacar las vendas.
Estábamos parados entre medio de dos paredes de cemento de unos cuantos metros de altura, en un estacionamiento al aire libre solo ocupado por los camiones y nosotros. Sobre los muros podían verse guardias apuntándonos con sus armas, vigilándonos. La puerta por la que habíamos pasado se encontraba cerrada. No había posibilidad alguna de salir.
—Grupo 1, al área 4; grupo 2, al área 2 —Decía un hombre joven de uniforme negro y boina azul, mientras lo leía de un cuaderno—; grupo 3, al área 1 —Levantó la cabeza y miró a cuatro soldados que estaban frente a él—. ¿Y el grupo 4? —Preguntó con perplejidad.
—Hubo un problema... —Contestó uno de los soldados, con una banda celeste identificativa en el brazo derecho. Parecía aterrado.
— ¿Y por qué no se me informó antes? —Abrió la boca para contestarle pero el tipo de la boina levantó la mano, callándolo—. Ahora me respondes. Ustedes tres, dirijan a sus grupos.
Cada uno de los soldados se posicionó delante de un grupo; los tres portaban cintas celestes en sus brazos, con sus nombres y un dibujo que no alcancé a ver. Nos guiaron a través del segundo muro en silencio, haciéndonos pasar a un pasillo largo, blanco y aséptico. Del otro lado de este había una puerta que conducía a un patio de cemento, que en ese momento estaba vacío.
El patio era como la entrada a lo que era W.U.U.C, el hall. A la derecha había dos edificios de al menos unos diez pisos, y a la izquierda dos más, idénticos. A unos cuantos metros de la puerta que acabábamos de cruzar había un gran portón de metal vigilado por unos soldados. Tras él estaba la ciudad de United World, donde vivían la mayoría de las personas. Civiles, familiares de los que trabajaban ahí, o soldados que habían estado el tiempo suficiente como para ganarse un lugar.
Nuestro encargado nos guío al primer edificio de la izquierda. Antes de entrar se nos unieron algunos soldados más para vigilar los costados y la retaguardia. Nos llevaron por otro pasillo blanco, con varias puertas a ambos lados, hasta llegar a una plataforma. Ahí bajamos al subsuelo, que parecía un viejo manicomio. Un corredor ancho se extendía hacia la oscuridad, con habitaciones que parecían bocas de lobo abiertas, esperando devorarnos.
Cincuenta personas conformábamos el grupo 3, y había una habitación esperando para cada una.