El Diario de Maxine Borage | Rd Hogwarts

Septiembre 11 de 1994 Parte I | Querido Profesor Moody, Erklings, Moon y Luna

11 de Septiembre de 1994

"¿Es el silencio de un escritor encantador 

por sus palabras escritas o motivo para tacharlo de loco?"

El jueves amaneció temprano para Borage Maxine. Decidió dar un paseo matutino, deslizándose ágilmente por los pasillos de Hogwarts en sus zapatos con patines. La experiencia resultó divertida, y animó a cualquiera que lo estuviera escuchando a probarlo. Después, se encaminó hacia el comedor para disfrutar de un desayuno reconfortante.

Mientras se cambiaba, encontró un sorprendente regalo abandonado: un reloj celeste con la inscripción "De Tom para M." en el cajón de su escritorio. Intrigada, se preguntó qué tipo de broma era esa. Con una risa, se colocó el reloj en la muñeca, a pesar de ya tener dos relojes: el rosa de su abuelo y este nuevo misterioso obsequio. No quería perder ninguno de ellos.

Decidió no dejarse afectar por los rumores del día anterior y concentrarse en sus responsabilidades como ayudante de Moody. Al sentarse en el comedor, eligió compartir la mesa con Pansy y tuvo a Blaise Zabini a su lado. La comida transcurrió de manera alegre mientras disfrutaba de la compañía de sus compañeros de Slytherin.

Mientras caminaba en el puente de piedra, conocido como el puente del viaducto, Maxine se deleitaba con las vistas que ofrecía. La estructura antigua se alzaba majestuosa, sus piedras gastadas contando historias que solo la joven bruja podría imaginar. El sonido de sus pasos resonaba en el puente, creando una melodía tranquila que se mezclaba con el suave susurro del viento.

En ese escenario pintoresco, se encontró con Moon Hyeong Jun. Su saludo alegre resonó en el aire, y Maxine no pudo evitar sonreír al verlo. La conexión entre ellos parecía genuina, y cuando ella le preguntó si la había estado ignorando el día anterior, él negó todo con una risa bromista, sugiriendo que ella se lo estaba imaginando.

—Hyeong, sabes... tengo un problema —confesó Maxine, un toque de vergüenza tiñendo sus palabras—. ¿Podrías ayudarme a... podrías decirme cómo funcionan las cartas y lo de los búhos?

La expresión de Hyeong fue un tanto extraña, la hizo dudar por un momento, pero ella continuó hablando, ansiosa por resolver su inquietud.

—Sabes, no es que sea mimada ni nada, pero eso solía hacerlo mi mayordomo... ¿Podrías ayudarme más tarde? —le dijo Borage, bajando la voz mientras observaba el lago negro.

—¡Sí, Maxine, jaja! No te preocupes, te explicaré más tarde —respondió Hyeong riendo, también con la mirada fija en el lago y lanzando una que otra mirada a Maxine de vez en cuando.

Después de este breve encuentro, se dirigieron juntos a clases, específicamente a Transformaciones, donde la profesora McGonagall impartía la lección. Al entrar, Maxine notó cómo Moon se acomodaba y elegía sentarse al lado de Ernie Macmillan. Suspiró, consciente de que le tocaba sentarse junto a Harry Potter, el único asiento disponible. A la izquierda estaba Ron Weasley, con Hermione al lado de él.

Maxine saludó a Harry con un "buenos días", y él respondió con una sonrisa, devolviendo el saludo. La clase transcurría en un aula amplia con altos ventanales que dejaban entrar la luz natural. La profesora McGonagall, estricta pero respetada, llevaba adelante la lección en la sala llena de historia y conocimientos mágicos.

La clase del día se centraba en el hechizo Evanesco, también conocido como el Hechizo Desvanecedor. Este hechizo, clasificado como uno de los más complicados enseñados en el nivel Título Indispensable de Magia Ordinaria, capturaba la atención de los estudiantes, incluida Maxine.

—Como verán, por esta semana estaremos en el salón de Encantamientos. El aula de Transformaciones está siendo reparada debido a las goteras, como sabrán —anunció la profesora McGonagall. La noticia tomó a Maxine por sorpresa, ya que no estaba al tanto de la situación. Si no hubiera seguido a Moon, probablemente habría faltado. Haciendo una nota mental para revisar los comunicados en el pizarrón de informes, se percató de que allí se indicaba que la clase de cuarto año se llevaría a cabo en el salón de Encantamientos.

La tarea del día consistía en desvanecer unas copas mediante el hechizo Evanesco. El conjuro de Maxine funcionó a la perfección desde el primer intento, al igual que el de Hermione. Sin embargo, la profesora McGonagall parecía mostrar preferencia por los estudiantes de su propia casa, otorgándole solo a Maxine una mirada aprobatoria. El aula de Encantamientos, donde se llevaba a cabo la lección, era un espacio amplio y lleno de estanterías repletas de libros antiguos de magia, creando un ambiente propicio para el aprendizaje de hechizos avanzados.

Pensativa, Maxine se preguntaba a dónde iban los objetos desaparecidos cuando se conjuraba el hechizo. ¿Al universo? ¿A una realidad alterna? ¿A un lugar apartado y lejano? La curiosidad la llevó a dirigirse directamente a la profesora McGonagall.

—¡Profesora McGonagall! ¿A dónde van los objetos desaparecidos? —preguntó, deseando obtener respuestas sobre el destino de las cosas que desaparecían. La profesora reflexionó por un momento antes de responder, y lo hizo con cautela.

—Se desconoce si el desvanecimiento de un ser vivo se traduciría en la muerte de la criatura o simplemente lo enviaría a un estado de limbo —explicó la profesora. La incertidumbre sobre el destino de lo desvanecido flotaba en el aire, creando un aura de misterio en el aula.

Mientras observaba el éxito de su propio hechizo y el esfuerzo de los demás estudiantes, una sombra de reflexión cruzó por la mente de Borage. Pensaba que el hechizo Evanesco era tan turbio como la temida maldición Avada Kedavra. La idea de que alguien lanzara la maldición asesina significaba muerte segura, pero si alguien conjuraba "evanesco"... ¿a dónde irías? La incertidumbre de ese destino desconocido añadía un tono oscuro a la magia, a pesar de la correlación entre la dificultad del desvanecimiento y la complejidad del organismo a desvanecer.




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