Zoey se retiró hacia atrás tan rápido que tropezó con su cama. Cayó de espaldas sobre ella, pero le importo un rábano. Se giró y se ocultó en el hueco entre la suya y la de Jessica. Su corazón latía increíblemente desbocado, y podía sentir ese característico sudor frío que aparecía ante el miedo irracional en la base de la nuca.
Se quedó quieta, escuchando el silencio en su cuarto. Nadie habló y nadie se movió. Llegó a pensar que la muerte la había enloquecido y que estaba viendo cosas.
Se pasó una mano por el cuello y respiró hondo.
—Tranquila, Zoey. No es posible, tranquila —se dijo, en voz baja.
Tomó aire una vez más y asomó la cabeza por el borde de la cama. Allí, mirándola relajadamente, seguía parado Zackary Collins.
Sus ojos se abrieron como platos y, antes de ocultarse nuevamente, lo vio arquear las cejas. Se llevó una mano al pecho y se frotó los parpados. Se asomó otra vez y volvió a ver a Zack apoyado en la pared, ya consciente de que no lo estaba imaginando.
—¡Oh, no! —gimió en voz alta—. Morí también yo, ¿no es cierto? —Zack negó—. ¿Y entonces?
Él puso los ojos en blanco.
—Debo ser paciente —suspiró, mirando el techo—. No estás muerta, Zoey. Solo yo morí, nadie más.
—Estoy loca… —Zoey negó con la cabeza y volvió a ocultarse detrás de la cama. Todo quedó en absoluto silencio otra vez. Desesperada y asustada, se tapó la cara con las manos.
De pronto, escuchó un sonido cercano. Quitó las manos y miró aterrada al fantasma, sentado en el suelo a su lado.
Con un chillido, se arrastró por el piso, lejos de él.
—¿Por qué me persigues? ¡Vete!
—No puedo.
—¿Por qué?
—Porque eres la nueva dueña del dije, no puedo irme sin asegurarme que vas a estar bien. —La miró con tranquilidad.
—¿De qué hablas? —Disimuladamente, viendo que él parecía muy sólido, tomó el palo de hockey que le había regalado su abuelo de debajo de la cama. Si algo malo pasaba, iba a darle con todas sus fuerzas; luego correría.
—Tomaste el collar justo después de mi muerte. Eso te convierte en la nueva poseedora y, por consiguiente —Zack sonrió siniestramente—, en la persona en el mundo con más posibilidades de morir… de un momento a otro —agregó de forma elocuente.
Zoey ahogó un gemido.
—¿Qué te hice para que vengas a perseguirme de esta forma? —lloriqueó—. ¡Ve a descansar en paz, por favor! Sé que te he dado mal de ojo por lo mucho que te he mirado pero… no me castigues. ¡Es horrible!
Zack abrió grande los ojos.
—¿Me has mirado? —preguntó, sorprendido—. ¿De verdad? Yo no te había visto antes.
La sinceridad en su voz fue hiriente y ella ya estaba demasiado conmocionada como para poder soportar más. En un arranque de valentía se levantó, saltó por encima de él y salió corriendo del cuarto.
Los pasillos del último piso estaban desiertos. Suponía que todos debían estar hablando del mismo tema: la muerte de Zack. Pero ella tenía un problema mayor: el muerto se negaba a abandonar su cuarto y por mucho que ella lo amara, su espectro la aterraba.
Llorando, no vio por dónde iba y se llevó puesta a una chica que gritó ante el choque.
—¡Zoey! —chilló Jessica al verla, parte en pijama y en parte en ropa interior—. ¿Qué haces corriendo así… fuera? ¡Dios, vuelve dentro! —Jessica la tomó del brazo y comenzó a deshacer el camino que ella había hecho corriendo.
—¡NO, NO, NO! —Zoey clavó los talones desnudos en las baldosas—. ¡Por favor, hay un fantasma ahí! ¡No quiero entrar…!
—Necesitas descansar —afirmó Jessica, llegando hasta el cuarto. Abrió la puerta, ignorando los gritos de su amiga, y esta solo se calló cuando vio que, efectivamente, no había nadie allí.
—Pero…
—No hay fantasmas, Zo. Estás demasiado alterada. —Jess tiró del acolchado de la cama y la instó a volver a acostarse. Quizá sí lo había imaginado. Temblando ligeramente, Zoey volvió a la cama—. Iré a traerte algo caliente para beber, un té será perfecto.
Eso no le gustó mucho. No quería quedarse sola otra vez y, cuando se removió en la cama para llamar a Jessica antes de que esta cerrara la puerta, sintió cómo algo frío se le clavaba en el pecho por debajo de la camiseta. Lo tomó entre los dedos. El dije.
—¡NO, JESS!
Pero la chica cerró la puerta y la dejó sola, con las inquietudes que no parecían ser ilusiones. Tironeó de la cadena del collar y comprobó nuevamente que no podía quitárselo. Llenos de terror, sus ojos claritos recorrieron el cuarto desierto esperando ver el espectro de Zack en una esquina, menos amable y más espantoso.
Pero en cambio, lo que sucedió pasó debajo de sus sábanas. Algo le rozó las piernas desnudas; algo muy suave, mullido y tiernito. Con un grito y el corazón en la boca, se destapó.
Entre sus piernas había un muñeco. Un peluche, sí. Era un conejo blanco, muy simple, con dos rayas para los ojos bordadas en hilo negro y una cruz para la boca. Estaba quieto entre sus muslos y casi que habría jurado que cuando entró en la cama ese muñeco no estaba en ese lugar y, también, paradójicamente, habría jurado que se había movido antes de que levantara el acolchado.
Miró el conejo de felpa con el corazón latiendo a mil por hora. Se veía tan inocente, tan dulce. Pero no era normal, había algo en él que asustaba, como el collar. Y esa cosa no era suya ni de Jessica.
Entonces, los ojos bordados del conejo, de alguna forma extraña y terrorífica, se fijaron en ella. Sus orejas se agitaron y su boquita de cruz se movió al hablar.
—¡Eso estuvo cerca! —dijo, con una voz que se asemejaba mucho a la de Zackary.
Zoey quiso volver a salir corriendo. Gritó como una desgraciada y, cuando logró llegar a la puerta, descubrió que Jessica la había dejado encerrada. Golpeó la puerta con los puños, mientras oía cómo el conejo corría las sábanas de la cama.
—¡Vaya! —El tono la sorprendió y la trasladó a una pesadilla. Nunca en su vida hubiera soñado con oír a un muñeco de peluche hablar de esa manera, con un silbido extraño que solo oía en los halagos masculinos. Bueno, a decir verdad, jamás imaginó oír hablar a un conejo de juguete. Zoey se volteó despacio, con la cara pálida y un sudor en la nuca—. Increíble, Zoey Scott, tienes unas lindas piernas.