El don de Rachel

Capítulo 2

2

 

Ocho años después.

Los ojos de la pequeña huérfana nunca habían visto un camino tan colorido, o al menos no recordaba uno así. Aquella primavera fue particularmente cálida en Lingfield; aunque no así el rostro de su conductor, quien rara vez manifestaba algo más que una leve mueca. Nicholas Knaggs no era exactamente un hombre de muchas palabras, y menos con los infantes, era más bien del tipo rudo, no tenía hijos, ni estaban incluidos en sus planes de vida. Su rostro era duro y su ética muchas veces había sido puesta en duda; pero una cosa era cierta, siempre cumplía con su trabajo y era esa reputación la que lo mantenía dentro del juego.

Las cuatro paredes de Hope Field, aquel…refugio que albergó a Rachel era todo lo que conocía del mundo, a excepción de una que otra escapada ocasional con compañía responsable. Dentro de ellas se originaron sus primeros recuerdos siendo muy niña, aunque la mayoría no eran propiamente agradables. Ahora, ante la expectativa de una nueva vida, las cosas iban a cambiar, así se lo habían hecho ver; sin embargo, no sabía qué esperar. Atrás dejaba pocos amigos, era una niña reservada, o más bien, diferente.

Disfrutaba de cosas que la mayoría de los niños harían a un lado, por eso, casi nunca encajaba. Recordaba que siendo más pequeña su instinto infantil le indicaba que sería bueno tener una mamá y un papá, o al menos todos le contagiaban esa idea en el orfanato.

Con el paso de los años empezó a volverse más independiente, al grado de que le daba lo mismo si era adoptada o no. Desde temprano empezó a formar un estilo de vida, y como no conocía otro, no le parecía del todo malo.

Ante la incertidumbre, abrazó lo que ya conocía, manteniéndose callada y esperando. Quizás no había sido lo mejor haber emprendido aquella aventura, pero no estaba en sus manos decidirlo.

—¿Qué pasa Rachel? —el hombre por fin habló, aunque con falso interés. Su sonrisa no convencía a nadie.

Aquel rostro inocente sólo se meneó de un lado a otro sin pronunciar palabra mientras sus profundos ojos marrones se perdían en el paisaje.

—Estás cansada —insistió el investigador mirando el retrovisor sin recibir respuesta—... No te preocupes, ya pronto llegaremos.

¿Qué no entendía que no quería hablar? Rachel prefería mantener su distancia con él ya que no le provocaba ninguna confianza.

—Callada la niña, ¿cierto, hermana?

—¿Por qué no le contestas al Sr. Knaggs? —susurró con ternura la hermana Mary reconviniéndola como sólo ella sabía hacerlo.

La religiosa venía sentada junto a Rachel en el asiento trasero, y habló con su protegida sólo por cortesía, ella tampoco simpatizaba con el hombre que había venido a quitarle a su niña.

La pequeña la observó con un poco de tristeza. Sabía que posiblemente aquel sería el último día en que la vería. Era la única persona que se preocupó por hacer soportable su estancia en Hope Field; quien le demostró su amor y había ocupado perfectamente la función de una madre para todos los que ahí habitaban; pero especialmente para su favorita, Rachel.

La niña miró a su protectora como lo haría una cómplice de alguna travesura, sólo para dibujar su acostumbrado gesto que parecía una sonrisa, pero que no mostraba sus pequeños dientes.

—… No quiero platicar con él —musitó.

Su encubridora interpretó perfectamente su sentir. La conocía muy bien y no insistiría más con el asunto, así que respondió en su lugar:

—... Así son los niños, Sr. Knaggs, Rachel está asustada. Todo esto es nuevo para ella.

Knaggs no podía despegar mucho tiempo los ojos del camino, así que sólo hizo una mueca de inconformidad sin percatarse del embrollo que se traían aquellas dos. Él no había estado muy de acuerdo en que Rachel hubiera venido acompañada; pero era un requisito –innecesario a su parecer–, que el orfanato y la ley establecían para que el encuentro final se llevara a cabo.

El viejo Ford Prefect atravesó finalmente los límites de una propiedad. Había una vieja muralla corroída por el tiempo y la falta de mantenimiento, la reja de hierro, que estaba abierta, partía el escudo de la familia Bourke en dos, uno a cada lado del camino. Aproximadamente cincuenta metros después, una serie de círculos concéntricos engalanaba el patio frontal; iniciando en el interior con lo que alguna vez fue una figura perfecta de césped de unos tres metros de diámetro; luego un camino que lo envolvía con algún tipo de piedra grisácea que había dejado crecer entre sus hendiduras un poco de hierba; unos pequeños arbustos de altura y grosor similar le seguían; conformando finalmente el último círculo con una pequeña valla de medio metro de altura que perfectamente encerraba lo que podía considerarse el jardín principal, casi del mismo tamaño que la fachada.



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En el texto hay: misterio, suspenso, paranormal

Editado: 21.04.2019

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