Soy Jules. Jules, ahí muere.
No tengo apellido. Pensé en ponerme alguno, pero siempre que usaba uno, querían quemarme junto a las hechiceras.
Seguramente conocen a Hide, la leona de Ember.
Bueno, algo copiado de mi parte, me auto nombre. Un niño me llamó una vez Īūlš. En el idioma nativo de Amestia, se traducía como monstruo o misterio. Para mi sonó como un Jules y me dije: encontramos un nombre, bravo a mi.
A diferencia de Hide, a mi me tenían más miedo que asco como a ella. Por lo que pude tener mi propia choza sin que alguien me la quisiera tumbar cada cinco minutos. Los niños pasaban corriendo por mi "jardín". Se burlaban de mi por mi extraña apariencia.
No hace falta decir que no es nada normal lucir dos cuernos, piel escamosa y ojos afilados que pueden sacarte la comida de la mañana.
Yo si logré entrar a una escuela religiosa de la zona. Eran los inuhes. Extraño nombre, lo sé. Pero son una mezcla perfecta de monjes y padres.
Me obligaron a siempre usar gorros, lentes y guantes junto bufandas. Pero no me molesta tanto.
Me sacaron de esa escuela por intentar comer a un compañero.
No me culpen.
Los dragones comemos humanos si no nos alimentamos de carne animal por un tiempo, y los inuhes no comían ni siquiera verduras.
El punto es que me tuve que ir al sur de Amestia. Colindaba con Esmeralda y no me agradaba del todo, pero era mejor a tener que ver trincheras fuera de mi choza.
De nuevo quise comerme a alguien, pero era un niño de mi edad — doce para ser exactos— y suplico para que lo dejara ir.
Estaba aburrido, así que me senté Frente a él y le pregunté por su nombre.
No me quiso responder el muy desgraciado.
Le mostré mis colmillos y aún así se digno a voltearme la cara.
— ¿Qué tengo que hacer para que hables?
— Dejarme en paz. ¡Déjame ir!
— Tengo hambre. No vas a salir vivo. Puedes hablar y será rápida tu Muerte, o será lenta y dolorosa por hacerte el caballero.
Sus ojos se iluminaron. Tanto que me dejó ciego creo.
— Así es, ¡soy un caballero!
Me reí. Me reí tan fuerte que los pájaros se fueron volando alterados.
— ¿Los caballeros no deben ser más altos y fuertes?
— ¡Voy a crecer!
Volví a reír y decidí no comerlo. Recuerdo que sonrió agradecido pero nunca me dijo su nombre.
Me advirtió que si me volvía a ver en unos años, me terminaría de dar la paliza de mi vida.
Volví a reír.
Jules, ahí muere.