El Engaño

Un Cruel Hermanastro

—Anímate —comentó Marcela—, ya se te ocurrirá algo.

—¿Como qué, Marce? Si esa loca me gritó en la cara que no quería volver a verme en su clase. Y ya la conoces; cuando dice algo, lo cumple.

—¿Y qué tal sí le pides a tu mamá que hable con ella e intente convencerla de que todo fue un accidente?

—No lo creo..., recuerda que ella no es una mujer fácil de convencer.

Marcela escuchó a su amiga en lo que quedaba en el camino de regreso a su casa, y le ofreció todo apoyo moral, pero Jessica no se sentía capaz de hablar con nadie, siendo que después de ser expulsada de la única clase que se interponía entre su certificado de preparatoria y ella, solo quería dejarse derrotar por cualquier cosa y empezar a practicar las palabras: "¿puedo tomar su orden?", como única herramienta de trabajo.

Lo bueno era que, durante el camino a su casa, Jessica no tenía que ver la viva imagen de Amanda en la parada o dentro del autobús, debido a que ella ya tenía permiso para conducir y su transporte era un BMW del año, color blanco. Algo que no la ayudaba mucho en un momento como ese.

—Trata de ver las cosas de este lado. Si no consigues acreditar la materia, podrás trabajar en la pizzería de papá.

Sabes que él te aprecia mucho.

—Muchas gracias Marce, pero ahora lo que menos quiero es recordar es que pasaré el resto de mi vida ganando el sueldo de una mesera.

—Lo lamento...

Estando a solo un par de calles de su destino Jessica optó por dejar de escuchar la bromas de Marcela y concentrarse más en la idea de llegar a casa, correr a su cuarto abrazar a su querida Enriqueta.

"¿Qué le vas a decir a tu madre...?", eran las palabras que vagaban por su mente. "¿Cómo le explicarás lo que pasó?". El solo imaginar el rostro de su madre decepcionado o el de Sergio, su padrastro, cuando regresara de sus vuelos transatlánticos y vea que su hijastra no era apta para los deportes como su querido Alan, la había dejado en medio de un mar de dudas.

Era como si el destino le hiciese una cruel jugada con su vida y la colocase en un mundo donde las oportunidades para vivir son muy escasas. Pero no quería que eso le amargara el día.

Por fin había llegado a su casa.

"Trata de imaginar que todo saldrá bien... tal vez ella solo quería motivarte..."

—Mamá, ya llegué... Hola..., ¿mamá...?, ¿Alan...?, ¿hay alguien...? La casa estaba sola; y cómo no iba a imaginarlo, siendo que desde que su madre se había comprado ese teléfono celular color negro dejó de escribir recados de papel y empezó a enviar mensajes a través de sus redes sociales. Lo malo era que solo los usaba para asuntos de su trabajo y no para indicar dónde estaba. Pero a Jessica no parecía importarle en lo absoluto..., ella solo quería ver a EnriquetaDesde que era niña Jessica había conservado a Enriqueta, una muñeca de porcelana antigua, igual que a un tesoro, siendo que había sido un regalo de cumpleaños por parte de su tía Otilia.

Siempre la había acompañado en los momentos que su madre se iba a cenar con Sergio o cuando la casa estaba sola y ocurrían tormentas eléctricas. Era el único objeto que la ayudaba a encontrar el afecto que no recibía cuando su madre estaba ocupada. Un afecto que estaba a punto de terminar...

—No sabes, Enriquetael día que tuve; primero esa tonta de Amanda arrojó un té helado sobre mi ensalada y luego... un momento. ¿Dónde está Enriqueta?

Aquí estoy, Jessy —comentó una voz en tono fingido desde la salida de su cuarto..., una voz que solo podía pertenecer a ese niño escurridizo llamado Alan—, ven a salvarme...

Era una alerta roja. El tesoro más valioso de su vida había sido raptado y el secuestrador la estaba esperando en el marco de la puerta, con la pequeña víctima siendo sujetada por sus minúsculos dedos.

—Soy yo, Jessy, tu mejor amiga.

—¿Alan?

—¡Qué bueno!, sabes mi nombre.

—Dame mi muñeca.

—¡Por favor!, ¿tienes diecisiete años y todavía juegas con muñecas?

—Eso no te importa. ¡Dámela o te romperé el hocico!

—¡Mira Jessica!, en primer lugar, sólo los animales, como los perro o gatos, tienen hocico; y en segundo, si quieres tu dichosa muñeca tendrás que atraparme.

Al igual que el juego del gato y el ratón Jessica había tomado como objetivo atrapar a su hermanastro, a cualquier costo, mientras que Alan solo veía una actividad para entretenerse en lo que esperaba a Cecilia, su madrastra, para que lo llevara a su práctica de fútbol.

Desafortunadamente Alan era todo un fanático del deporte, a diferencia de Jessica, quien era capaz de hacer todo lo necesario para convertirse en un deportista; él era capitán de su equipo, nunca fallaba en ningún tiro y era el más veloz de su clase, algo que lo favorecía cada vez que Jessica quería atraparlo. Era triste tener que lidiar con un problema como ese después del pésimo día de escuela; y más aun las veces en las que Alan llegaba a la cocina antes que Jessica y disfrutaba de un yogurt, mientras que la esperaba sentado sobre una silla sin ningún problema.



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Editado: 20.03.2018

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