El enigma en lo prohibido

Capítulo IV

—¡Recuento! —avisa algún oficial con un altavoz.

Papá es el primero en levantarse de la mesa con gesto de confusión. Nathaniel y yo nos miramos a la cara, creo que ha sido la primera vez que lo hacemos en días. Los dos nos ponemos de pie casi al mismo tiempo, George lo hace después algo aturdido, y juntos salimos de casa para alinearnos en la pared.

Nunca habían venido tan temprano, además los recuentos suelen ser mensuales, no hace más de dos semanas pasaron por aquí. ¿Qué hora es? ¿Las nueve de la mañana quizá? A penas había tomado un par de tragos de mi chocolate y el pan ni lo alcancé a tocar.

Apenas atravieso la puerta, el intenso sol de la mañana me pega en el rostro como a quien ve la luz por primera vez, obligándome a poner mi mano sobre mis ojos para poder enterarme de qué se trata todo esto. Los vecinos de al menos tres casas cercanas, incluyendo la familia de Chad —el cual me ve directa e intensamente a los ojos— ya se encuentran afuera y alineados, veo en sus expresiones la mía propia: susto, confusión, angustia e impaciencia. Ninguno sabe qué está sucediendo.

Hay un trío de oficiales haciendo el recuento de cada vivienda, dos de ellos entran a revisar la casa, mientras que el otro anota en un aparato. Y con solo esa información ya hay dos puntos más que logran asustarme, nunca había venido más de una persona y esta jamás venía armada. ¿Qué es lo que sucede? Por donde se le vea, algo está mal.

Mi padre nos anima a alinearnos, estoy tan turbada que los pasos me salen con temblores. Los hombres se hacen del lado izquierdo de la puerta y las mujeres del lado derecho. Nathaniel, George y papá están alineados por altura, el último junto a la puerta. Del lado derecho… solo estoy yo.

—¿Dónde está tu mamá? —me pregunta papá en un tono extremadamente bajo, aunque los hombres aún están a varios metros.

Me quedo helada.

—Debe estarse vistiendo, esto nos ha tomado desprevenidos a todos —susurro, tratando de disimular el nerviosismo de mi voz.

Faltan dos casas para que lleguen a nosotros. Mi padre se frota la cara, su respiración se descontrola.

Papá se lo piensa, asoma la cabeza por la puerta en varias ocasiones y grita su nombre, no obstante, no se oye respuesta de ella. Como sospeché que lo haría, papá sale de la fila y entra en casa de forma apresurada. En el tiempo que tarda en volver con mamá, mis hermanos y yo nos quedamos mirándonos entre sí, si no se apresuran quedaremos marcados. Los últimos que fueron marcados no pudieron asistir por medio año al intercambio mensual de bienes, una cosa como esa sería mortal en nuestra situación.

Para cuando los oficiales parecen estar dirigiéndose a la casa siguiente, aparece papá con una cara de poquísimos amigos y mamá detrás de él, ella al menos se ve más calmada.

—Aquí estoy, aquí estoy —dice mi madre caminando apresuradamente. Me hace moverme para quedar ella junto a la puerta y encierra su vientre con ambas manos—. Pipí nervioso.

Papá entra nuevamente en la fila y se queda viéndola, no logro detectar la emoción —o falta de ella— que hay en sus ojos, pero si mamá lo hace, lo ignora. Se limita a enseñarle su pequeña panza como diciendo no es mi culpa, y él se queda mudo. Siempre he admirado el poder que tiene mamá para hacer que un hombre tan rudo como lo es papá se ablande.

Los minutos que hacen falta para que lleguen los hombres a nuestra casa los pasamos en completo silencio. Al verlos acercarse, mamá me toma de la mano, al principio creo que alcanzó a escuchar lo fuerte que late mi corazón, pero cuando la miro noto que ella también necesita este firme apretón.

Sin saludar ni pedir permiso, los dos hombres entran y el tercero se posiciona a pocos metros de nosotros.

—Familia New, paz y bien —saluda él.

—Paz y bien —respondemos todos al unísono.

El oficial del dispositivo se acerca a mi papá y hermanos y realiza el procedimiento. Cuando termina con ellos y se acerca a mi madre, y yo, pese a que conozco que lo adecuado es que permanezca con la cabeza baja, me atrevo a levantar la mirada solo un poco, nadie podría notarlo, solo alcanzo a ver su pecho y el aparato que lleva en manos.

—Eleonor New —me llama el sujeto, yo asiento, temiendo que haya notado que lo observé—. Está marcada para el festival de unión y presentación de recintos de medio año. ¿Presenta negación?

Me toma un tiempo responder. Una vez dada una respuesta no hay vuelta atrás. De pronto siento la boca seca.

—No presento negación, acepto ir al festival. —Pongo una expresión muy seria, aunque solamente puede ser captada por mis pies.

—Fantástico. Eres la candidata número dos de este recinto. Los nombres de los y las candidatas aparecerán en la lista a partir de la próxima semana.

Debo recordarme que no es correcto que levante la cabeza, pero mitigar mi expresión de sorpresa es complicado. ¿Quién será la candidata número uno? ¿Estará tan desesperada como yo por conseguir un trato o verdaderamente quiere conseguir el amor? Es difícil saberlo.

—Marie New —continúa—, el sistema reporta un embarazo, ¿cuántos meses va de gestación?

—Poco más de cinco meses.




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