El Escritor

El Escritor

Una habitación pequeña y agobiante, suelo de tierra y paredes de madera con pequeños orificios que permitían que la luz entrase por ellos; una cama desgastada, sucia y vieja, un escritorio comido por las polillas. Un asiento de madera pequeño e incómodo en el que se encontraba un escritor frustrado por la falta de inspiración. Acompañado de una vela, la llama de esta se movía como siguiendo el compás de un vals.

El escritor miraba su hoja en blanco, en la mano derecha sostenía una pluma que escurría pequeñas gotas de tinta que caían al escritorio, una tras otra, formando un charco. El hombre dirigió su mirada lentamente clavándola sobre el laguito del líquido negro; fue formando en su mente la imagen de una habitación pequeña y melancólica, con las paredes de ladrillo y suelo de cemento. Dentro de esta habitación había una cama humilde y mal tendida, un sofá un poco viejo frente a un televisor barato, un escritorio desgastado y un asiento de madera pequeño e incómodo.

En el asiento, un escritor desesperado mirando su hoja en blanco por falta de inspiración, acompañado por la luz amarilla de un bombillo que iluminaba toda la habitación: en su mano izquierda sostenía una pluma que llevaba inscrita la firma de una mujer; en la mano derecha el escritor sostenía su café negro, sin azúcar. Después de dar un sorbo lento a su bebida dejó caer algunas gotas, formando un charco. El escritor reaccionó, se fijó en el líquido y fue teletransportado por sus pensamientos efímeros a una habitación grande y espaciosa, con paredes de ladrillo, estucada y pintada, con el suelo en baldosas costosas; en las paredes había cuadros de artistas reconocidos. Dentro de la habitación había una cama enorme, limpia y bien tendida; un sofá muy fino frente al cual había un televisor gigantesco; un escritorio de madera fina y una silla de madera pequeña e incómoda. En aquella silla, se encontraba un escritor famoso, muy pensativo, reflexivo, mirando su hoja en blanco; pensando en qué escribir que estuviese al nivel de sus libros anteriores, acompañado por la luz de una lámpara costosísima. Aquel hombre sostenía en su mano derecha una pluma de oro y en su mano izquierda, un té de manzanilla al que dio un tranquilizante trago. Dejó caer sobre sus ropas parte de aquella infusión. Se levantó. Se sintió frustrado por el daño a su costosa camisa, se la quitó y al ver la gran mancha, el humor del escritor cambio. Se emocionó, sonrió, ¡la inspiración llego! En sus profundos pensamientos vio una universidad grande con paredes de ladrillos bien colocados y definidos, con zonas verdes que guardaban la vida silvestre. En uno de los primeros bloques, en su segundo nivel, en una mesa de metal de cuatro asientos, en uno de los asientos estaba este escritor, acompañado por la luz hermosa del cielo que entraba por las grandes ventanas; con un maletín, en su mano derecha sostenía un lapicero casi sin tinta, y en su mano izquierda un café con leche que bebía lentamente. Observaba con entusiasmo y buena fe las letras que ponía sobre el papel de uno de sus cuadernos económicos de línea corriente y de cien hojas.



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Editado: 25.02.2018

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