Nadie le había dicho que sería fácil enfrentar a su madre cuando llegará a casa y aunque no podía postergar lo que era inevitable, por primera vez en mucho tiempo sintió unas repentinas ganas de huir.
Cada paso que daba en la empedrada calle del vecindario era más pesado y torpe que el anterior. Sus latidos se volvieron irregulares, al igual que su respiración y su estómago comenzaba a retorcerse por la angustia. Alzó su mirada al cielo para tranquilizarse como si le implorara más fuerza al universo para poder resistir, aquel día las nubes parecían algodones o un rebaño de corderos. Grabó las imágenes en su mente para hacer un cuadro más tarde, las nubes, advirtió él eran altocúmulos.
Su respiración se estabilizó y siguió caminando un poco más ligero. Entonces vio a un grupo de gatos reunidos en el tejado de la señora Reinhardt, sus maullidos eran amistosos como siempre que lo veían pasar. Sonrió de inmediato al escucharlos y él lo tomó como una señal.
«Bien, si madre no me permite quedarme con Bastet, la señora Reinhardt podría cuidarla y cómo me llevó bien con ella podría seguir viéndola».
Con renovados bríos inhaló fuertemente el aire antes de entrar a la casa, abrió la puerta y colgó su abrigó en el perchero.
Dejó sus zapatos en la entrada para ponerse otros más cómodos y luego procedió a cambiarse para iniciar con sus labores domésticas sin más contratiempos. Afortunadamente ya había terminado su tarea en la escuela, por lo que le ofreció a Bastet un poco de leche fresca en un recipiente de latón. Al poco tiempo escuchó el particular tintineo de las llaves de su madre al entrar a la casa. Respiró hondo nuevamente y ocultó a su pequeña huésped en el armario pidiéndole que se quedará quieta por un momento, jurando que vendría pronto. Acto seguido salió para recibir a su madre.
—Llegué cariño.
—Buenas tardes, madre.
—¿Cómo te fue el día de hoy en la escuela?
—Bien, ha sido un día productivo y…
Antes de que Dorian pudiera contarle más detalles a su madre, los fuertes maullidos de Bastet lo interrumpieron y contuvo la respiración al ver la reacción de su madre quien había arrugado su nariz con disgusto.
—¿Qué es ese sonido?
— D-debe ser un gato de la señora Reinhart.
—Que extraño se escucha demasiado fuerte para estar en la calle. Es casi como si viniera de ese lado, ¿cariño dejaste las ventanas abiertas de nuevo?
—No lo olvidaría nunca, madre.
—¿Entonces?... parece que viene de tu habitación.
Antes de que su madre pudiera tocar el pomo de la puerta se interpuso delante de ella, todos sus planes se habían derrumbado y su último recurso era la persuasión.
—Mamá tengo que decirte algo, la verdad es que adopté un gato. Es la hija de la gata del director, prometí que la cuidaría...
—¿Y no se te ocurrió avisarme en primer lugar? — lo cuestionó su madre mientras las arrugas surcaban su enjuto rostro y parecía cada vez más enfadada que nunca.
Una oleada de culpa se volvió a enmarañar en su estómago y subió hasta su garganta como si fuera un nudo gordiano.
—Lamento no haberla consultado antes madre….
—Tener una mascota significa que tendrás que tener la responsabilidad de cuidarla toda su vida y significan más gastos en la casa. El dinero no crece de los árboles, Blakesley.
—¡Entonces conseguiré un trabajo! Varios en mi clase trabajan en talleres, haré lo que sea.
—¡Es suficiente! Ahora mismo quiero que te concentres solo en la escuela, ¿entendido?
—¡Pero creo que soy lo suficientemente responsable para tener una mascota! Además, estas sobrecargada de trabajo madre, ¡quiero ayudar también!
—No quiero escuchar ni una sola palabra más.
Entonces Dorian luego de este percance, se alejó entrando a su habitación, alicaído y totalmente derrotado.
Bastet se acercó a él con cautela como si entendiera la situación en la que se habían metido frotándose contra sus piernas mirándolo con aquellos grandes ojos verdes maullando una disculpa por no haber sido tan silenciosa. Él la tomó entre sus brazos y abrazándola le dijo mil veces que no era su culpa hasta que ya no supo si le decía a ella aquellas letanías o a sí mismo para consolarse. Al poco tiempo se quedó dormido en el frío lecho junto con la gata negra en sus pies.
—Parece que solo somos tú y yo contra el mundo, Bastet… —murmuró en sueños mientras ella ronroneaba en asentimiento.
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El silencio en la casa se había vuelto sepulcral, la familia Kingsleigh no era ruidosa, más eso no significaba que no existiera ruido en su hogar; desde los pasos rápidos de una madre que siempre tenía prisa hasta el veloz hojeado de un libro leído por el hijo, algunas veces por el estudio y otras por simple placer, aquellos pequeñas señales de vida que le daban alma a la residencia casi se habían ido aquella tarde noche.
Lilian nunca pensó que su hijo podía ser tan obstinado, ni tampoco lo había visto actuar de esa manera tan irracional, no desde hace mucho tiempo. Una mezcolanza de emociones bullía dentro de ella, en instantes creía haber sido cruel con su hijo y en otros sentía que había hecho lo mejor para todos.