El amanecer llegaba finalmente en Crystal Forest. Abelita se encontraba alistada para el novedoso día y su madre había preparado el desayuno para la joven Bell. La última, había conciliado mejor el sueño y se desperezaba en su cama con suma alegría. Nona y Abela, aunque no consiguieran ocultar las ojeras con maquillaje suficiente, le devolvían la misma sonrisa que contagiaba con su dulce inocencia.
Y en lo que cantan los gallos, el Buick ya se hallaba tronando el motor nuevamente por las calles del pequeño pueblo aquél. En dónde Abela había pasado su juventud hasta su fallido compromiso.
Se trataba de callejuelas poco transitadas, rodeadas de cabañas y negocios típicos, cuyos dueños se iban heredando de padres a hijos.
En tanto, Bell disfrutaba unas deliciosas donas cubiertas con chips de chocolate, de vez en vez su madre se hallaba tocando el claxón por los curiosos vecinos que se acercaban a la vereda.
La mayoría, de edades similares, pudieron compartir la preparatoria con ella. Y, a medida el coche avanzaba, con alegría, Abela, recordaba y enumeraba las tiendas en cada cuadra.
– La confitería de Vicentino, seguida de la Mercería de Doña Cata, El bartender Jerónimo y la Estilista Sol de Corazón –
Sorprendida Bell, ante el discurso de la conductora, no perdía de vista ninguna migaja. No sólo por sabrosas sino para evitarse el posterior drama de la madre.
Superaban tiendas con frentes surtidos y ventanales impecablemente frotados hasta llegar a un estacionamiento desértico. De haber dos o tres coches en el descampado era demasiado.
En lo profundo se hallaba el edificio de la preparatoria. Muy distinguido del resto de edificaciones, hogares y negocios manteniendo réplicas de cabañas. Y, aunque en el pueblo se cuestionara tal diferencia, normalmente, se pretendía que ciertos espacios edilicios fuesen más seguros en su arquitectura que el resto.
Adentrándose al estacionamiento, Abelita se encontró con César, un fortachudo ario que se hallaba en la cabina de seguridad.
A medida Bell caminaba sobre la baranda que limitaba el paso de los vehículos, contemplaba como su aparente y severa madre, de pronto, con los ojitos brillantes coqueteaba con el señor aquél.
Y no demoraría en decir que se trataba de un compañerito del colegio. No obstante, en el diálogo fluído intercambiaron tarjetas para comunicarse en otro momento., mientras que en el interior de la cabina se oía una canción de Whitesnake.
En tanto se retiraban hacia el edificio, Abela tomó a Bell de la mano y ofrecía una emotiva sonrisa a la llegada de estudiantes mayores que su hija y algunos docentes.
Un pancarta en el frente describía:
Bienvenidos a la Preparatoria de Crystal Forest.
De igual modo se denominaba al pueblo, que se ubicaba a aproximadamente a 45 millas de Ottawa.