Se detuvo la marcha del Skyhawk y, Abela, descendió la ventanilla, casi a la mitad, para no congelar demasiado el ambiente interior.
El oficial, con sombrero de vaquero le dio el ok y solicitó los documentos.
Tras la asistencia de una oficial de melena rubia, se hizo la pertinente investigación y, mientras tanto, el otro, procedía a las preguntas.
Nona palidecía. Temía que el tercer oficial, aquél que rondaba alrededor del coche, para inspeccionar las cubiertas, les solicitara abrir el baúl y hallaran el artilugio medieval.
Más que temer porque descubriesen una pieza de museo, le preocupaban los hombres recubiertos por sobretodos de cuerina.
– ¿Hacia dónde van señorita? –
Abela detectó el atento comentario, lo que le proveía mayor soltura en su actuación.
Para su suerte, la compañera del hombre no le interrogaría y, en tal caso, su maquillaje y el constante tacto de sus dedos sobre los labios sería ineficaz.
– Iqaluit, caballero –
Y el oficial se quitó las gafas. Contemplaba con detenimiento como la dama sonreía con soltura.
Nona, del lado de acompañante, observaba de reojo con suma molestia.
El oficial se encontraba mudo y el otro agregó:
– Cubiertas encadenadas. Va usted bien preparada, pero este temporal agravará la carretera. Antes de ir tan al Norte sintonice la radio y, por seguridad, no lleve prisa –
La dama hizo un ademán con la cabeza y, luego, alzó el mentón para observar al muchacho que, sin alargar la interrupción accedió a que avanzaran.
Entretanto, le quitó los documentos a su compañera, quién le observaba anonadada y los entregó con sutileza a la conductora.
– Vuelva pronto a Crystal Forest – Murmuró alzando las cejas emotivamente.
Y, así, pudieron proseguir la travesía hacia la cabaña.
Aunque se evitaran el compromiso de una investigación más minuciosa, respecto al equipaje, aunque se alejaran de los supuestos cazadores que la abuela presentía, la actitud coqueta de Abela era molestia suficiente.
– ¿Así crías a Bell? –
La adolescente se reía a escondidas.
– Mamá... Tenía que mentir y mantener el teatro –
Y la abuela le quitó las gafas para que atendiera al volante con seriedad.
– Yo no te eduqué de esa manera –
– No he tenido que hacer nada, Mamá. Pude haberle dado mi número –
Y, repentinamente, tanto Bell como Nona contestaron al unísono:
– Debiste hacerlo –
Suficiente crédito para que Abela se sonrojara y aumentara la marcha. Nona devolvió las gafas y todas se rieron maravilladamente. Abela, luego, exclamó:
– Pensé que decir que veríamos a los pinguinos no sería una mentira suficiente –
– Sos una ídola, Mamá –
Respondió, Bell con alegría.
– Las tres lo somos –
Musitó Abela y, más tarde Nona agregó:
– Brillantes, como las tres Marías –