XXVIII - ¡SIN TAPUJOS!

Minutos ya eran contados y no existían mayores oportunidades para un escape. El cobertizo siquiera era una opción. Debía internarme en el bosque, pudiendo hallar algún escondite que hubiera subestimado anteriormente.

Todo dependía, absolutamente, del azar y de que los lobos, aquellos que aullaban horas atrás, no pudieran hallarme. Todo se reducía a un suspiro...

Cuando el tiempo se limita a segundos, cualquier acción implícita puede convertirse en una victoria o una desastrosa derrota.

– Sal de ahí, escoria –

Temporalmente había olvidado el coraje de aquél hombre. La bravura de Jeff, sin embargo, podía costarle muy caro si presionaba demasiado mis opciones.

Contemplé raudamente el panorama. El piso inferior tras el descenso de las escaleras. En cuestión de segundos analicé toda alternativa y los cientos de cortes de ajo que, con paciencia, el hombre había ordenado junto a las paredes y puertas.

Me resultaba simpático, cuánto esfuerzo premeditado... Y a saber quién se enorgulleciera con dar crédito para sostener que el ajo era suficiente para bloquear mi instinto.

Abrí mis ojos, de repente, con los iris tan resplandecientes como la suprema presencia solar. Se trataba todo de una gran ironía, el reluciente eco visible de aquella estrella podía convertirme en cenizas antes que pudiera tomar represalia alguna.

Sentí un impulso.

Como cuando presientes que es el momento indicado.

Sobresalí del escondrijo, deposité toda esperanza en forzar mis zarpas contra el muro que por bastante tiempo me había resguardado.

Abalancé el armario hacia el frente y, en cuestión de un parpadeo, le vi deslizándose a cubierta por encima de la escalera.

A medida se perdía hacia el fondo, advertí la fuerza de voluntad de Jeff.

Con sumo reflejo, se subía a la baranda a costa de caerse. Con un equilibrio impropio en un ser humano o, debería decir, con demasiada suerte, esquivó el pesado obstáculo y descargó la escopeta, haciendo añicos el boiserie a mi espalda.

Tan pronto avanzaba para arrojarme hacia él, asesté mi zarpa en la pared dudando aún de soltarme encima suyo.

Casi como si hubiera podido percatarme, un nuevo disparo desgarró mi abrigo de cuero que, súbitamente, sobresalía a la vista.

– ¡Bastardo!–

Clamó, fuera de sí, y sospeché que era tiempo de recargar.

En tanto, el mueble hizo un feroz estruendo de destrozos y logré arruinar la trampa que había preparado en uno de los peldaños. No obstante, el estallido de destrozos atrajo la atención de parte de los guardabosques que optaron por investigar la cabaña.

En pleno escándalo, el muchacho, atado en la silla, palidecía, al ver a Jeff que se había arrojado al vacío antes que ser capturado.

El impacto no había sido favorable, el hombre arrolló una silla en su caída y un estallido de astillas le tomó por sorpresa. Una, entre tantas desgarró su pantalón, perforando su bíceps femoral

Gimió de dolor ante la incertidumbre total del muchacho.

– ¡Esto es muy creepy Jeff! Déjame ir –

En medio de la conmoción, el hombre cargó un nuevo cartucho en su escopeta y, a costa de la molestia y de la sangre que manaba desde la herida, levemente, se volteó hacia lo alto y me localizó.

Sobre la baranda aguardaba, con los iris amarillentos y las afiladas zarpas dispuestas de cada lado.

Apenas oía como la barandilla sufría mi peso haciendo un sutil crujido cuando, de pronto, sentí al menos a tres oficiales armados que se avecinaban hacia la puerta de ingreso.

Sonreí maliciosamente, puesto que estaba al borde de la desesperación. Podía fundirme ante la centelleante estrella solar y ostentaba más adrenalina que miles de semanas atrás.

En medio de los suplicios del muchacho, observé sus tres abrigos. Los cargaba como si fueran una reliquia y furtivamente espabilé. Lo suficiente como para soltarme temerariamente sobre Jeff que me apuntaba con su escopeta.