Lyrynova, Corte de Invierno.
En las bellas y frías calles del reino, Caelina Sparrow llenaba sus bolsillos con artículos cuyos dueños estaban distraídos, sin percatarse de que había una ladrona apoderándose de sus pertenencias y que entre el gentío iba a ser imposible encontrarla. Estaba segura de que algunas de las cosas que había logrado hurtar eran pulseras y relojes de buen costo, anillos de oro y plata con piedras incrustadas, e incluso collares o medallones que extraía al fingir tropezarse con alguna mujer, quienes solían traerlos más seguido.
Pobres, cualquiera sabía que venir al pueblo cargando cosas valiosas era una equivocación, Caelina no era la única ladrona que vivía en la Corte de Invierno, y por tanto, tampoco la más experimentada. Había otros que mataban para robar, secuestraban y extorsionaban, sin embargo, Caelina nunca cruzaría esa línea, pues también tenía valores como persona.
Antes de morir, su madre le había enseñado que en un mundo malo y peligroso podía existir aún la bondad, y si esta no existía donde estuviera, entonces ella tendría que llevarla. Su padre le había recordado aquellos consejos cuando su madre se fue, y siempre lo tuvo muy presente. Incluso ahora que ya no tenía a ninguno de sus padres con ella. No obstante, no era huérfana del todo, pues su papá se había vuelto a casar con una mujer que ya tenía dos hijas; al principio se llevaban bien, pero todo cambió cuando quedaron solas.
Eran pobres a pesar de la gran fortuna que le había dejado el señor Sparrow a Caelina, fortuna que no reclamó ella, sino Aitana, su ahora madrastra. Sabía que los maltratos por parte de ella y sus hijas, Blaire y Sylvie, iban a ser mayores si ella se quedaba con el dinero, así que decidió dárselos. Por su parte, solía escaparse de casa para ir al pueblo y comenzar una vida de ladrona sin llamar mucho la atención para no causar tantos problemas, además, siempre robaba a los que tenían más con tal de ayudar a los que tenían menos.
Lo que "ganaba" solía cambiarlo por comida o ropa para los niños de un convento, pues estos eran muy pobres, además de que era lo que su madre hacía antes y después de que Caelina naciera. Aquellas acciones le hacían sentirse cerca de ella y siempre disfrutaba de la comida que las monjas preparaban, y de la compañía de los niños.
Escuchó el sonido de la campana del reloj, habían dado las doce del mediodía, y de no ser porque ya tenía la comida lista y servida para las mujeres, su cabeza correría el riesgo de ser cortada al volver. Su trabajo estaba terminado, y aún tenía tiempo, así que cambió de dirección dando vuelta por una esquina pasando por la panadería, rodeando una fuente y deteniéndose a las afueras de una librería.
Echó un vistazo hacia adentro a través de los cristales, buscando a su amiga que solía estar horas y horas metida en mundos ficticios, pero no la vio. Giró sobre sus talones y siguió caminando en dirección a una granja a las afueras del pueblo. A veces envidiaba a su amiga, pues mientras ella podía vivir rodeada de un paraje hermoso, donde el cielo azul y los campos de nieve se extienden más allá de su vista, Caelina tenía que conformarse con vivir en una casa rodeada de árboles desnudos y cubiertos del manto blanco, aunque ahí lucía de un color gris aburrido y daban mucha sombra, provocando que la casa fuera oscura.
Abrió la puerta de la valla de madera para entrar y se acercó a los escalones de la casa. Se detuvo antes de abrir, pues logró escuchar voces en el interior y una era de la persona que buscaba. La segunda voz no la reconoció al principio, y claramente no era del padre de la chica.
Sus sentidos se pusieron alerta, se tomó un momento para crear en su mano una daga de cristal, objeto que solo usaba en casos de emergencia o ataque. Caelina tenía la habilidad de crear cosas de cristal, sin embargo casi nunca usaba su poder, así que solo podía hacer cosas pequeñas como su daga que era el tamaño de su mano. Además, este don lo mantenía oculto de su madrastra y hermanastras ya que no dudarían en usarla para crear objetos de valor, cosa que Caelina dudaba poder hacer. Usarlo poco significaba saber poco, desconocía el límite de este y no planeaba saberlo, de hecho, tampoco sabía de dónde provenían sus poderes pues ninguno de sus progenitores presentaron señales de tenerlos; por años, los relacionó con la extraña marca de nacimiento en forma de Sol que tenía en la espalda a la altura del omóplato, dato que solo ella y sus padres sabían.
Se preparó retrocediendo, luego tomó impulso y pateó la puerta entrando, rápidamente localizó al extraño y no dudó en irse contra él para alejarlo de la chica que solo miraba confundida y asustada. El hombre cayó con Caelina sobre él, pronto se encontraba con la daga sobre su cuello.
—¡Para! —exclamó él. Caelina entonces supo quién clamaba por su vida.
—¿Colton?
—¿Cómo estás, Caelina?
Esta se puso de pie quitando la daga del cuello de Colton, luego se echó a reír.
—¿Quieres explicarme qué sucede aquí?
—Pasa que estaba haciendo una propuesta de matrimonio a Raven —explicó poniéndose de pie—, hasta que la inepta de su amiga me interrumpió.
—Era lo mejor, créeme, ese matrimonio no iba a durar —dijo con orgullo deshaciendo la daga.
Raven, que había estado solo observando cómo Caelina intentaba apuñalar a Colton, aguantó una risa.
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retelling de cuentos infantiles, realeza y plebeya, romance drama
Editado: 28.05.2021