El Espejo de Cristal.

2: La inconformidad divide.

Entró por la puerta de la cocina sin hacer ruido, vació sus bolsillos guardando su tesoro en un escondite debajo de las baldosas de la cocina, se puso el delantal y comenzó con sus tareas, iniciando con recoger los platos sucios que las mujeres habían dejado sobre la mesa y algunos de los panecillos que Caelina había hecho a muy temprana hora. Aitana era muy exigente en cuanto a todo, pero lo era aún más con la comida, no probaba bocado si el plato no era de su agrado o si el pan no estaba recién hecho, el té tenía que estar a una temperatura adecuada y ser natural. Caelina aprendió todo eso a base de gritos y reclamos, e incluso a veces recibía la comida en la ropa o el rostro, rompiendo con la vajilla que perteneció a su antigua familia. Desde entonces, cuando tenía doce años, se obligó a aprender y memorizar cada detalle con tal de que esa mujer estuviera conforme. 

Nunca lo estaba. 

Lavó los platos y barrió los desperdicios que cayeron "accidentalmente" de la mesa antes de que el gato los mirara con buenos ojos. Seguramente su madrastra y hermanastras debieron salir de compras al pueblo, afortunadamente Caelina no se las encontró sino los problemas no hubieran tardado en llegar. Cuando terminó sus tareas en la cocina, se dirigió a la sala de estar que aparentemente lucía limpia, pero conociendo a Aitana, tendría que limpiarla y pulir los pisos al menos unas dos veces, acomodar los cojines y asegurarse de que los cuadros de sus hermanas estuvieran alineados. Mientras lo hacía, se encontró con la mirada de Sylvie, debajo de sus cejas gruesas estaban dos pequeños ojos ámbar escudriñándola, no pudo evitar sacarle la lengua; para aquel retrato especialmente, su cabello negro había sido recogido en un moño bastante apretado que Caelina pensó que los ojos estaban por salirse de las cuencas, llevaba un horrible vestido verde hoja, bastante pasado de moda y un tocado de plumas de pavo real. Blaire, como Sylvie, también tenía su propio retrato justo a lado, también de cabello negro y ojos color miel, aunque el peinado consistía en llevar el cabello suelto sostenido solo por una diadema, su mirada era más suave que la de Sylvie con el ceño fruncido; su atuendo era más sencillo, de un color amarillo canario que hacía resaltar su cabello. 

Caelina no tenía uno, claramente, todos los cuadros de ella o sus padres habían sido guardados o tirados en la bodega. Y ni siquiera eran retratos de la actualidad, sino de cuando era niña. No era como si Caelina hubiera cambiado mucho, aún conservaba su cabello rubio y los ojos azul cristalino de su madre, a veces al verse al espejo se preguntaba si el color de sus ojos se debía a su habilidad. 

Se volvió para continuar su trabajo, y se encontró con el retrato de su madrastra, sosteniendo su gato persa que parecía también posar para que el artista captara su mejor ángulo. Tenía una gran similitud con sus hijas, con algunas arrugas de más en el rostro y manos; Caelina recordaba haber planchado con sumo cuidado aquel vestido negro, y también el moño que lució ese tonto gato. 

Tomó la cubeta de agua jabonosa cuando terminó y caminó hacia el pasillo. No sin antes resbalarse con un chorro de agua que escapó del cubo, caer y derramarla toda. 

~~~

Raven bajó el libro que estaba leyendo cuando escuchó la puerta principal abrirse, Cliff Roadgreen, un hombre de unos cuarenta años vestido con pantalones de tela, camisa blanca sucia y botas entraba sacudiendo la tierra de su oscuro cabello. Le dedicó una sonrisa a su hija cuando se acercó, a esa distancia podía ver una sombra de barba cubrir su rostro. 

—¿Todo bien? —preguntó antes de besar la cabeza de Raven. Acto que hacía desde que era niña y mantenía aún. 

—Sí, Caelina vino a visitarme —decidió ocultar lo ocurrido con Colton y el incidente del ataque de su amiga. Cliff no dudaría en ir tras él, Raven no quería causarle problemas, menos si estaba por irse de viaje—, dijo que vendría más tarde.

—Me siento mejor sabiendo que estarás acompañada, no me gustaría que estés aquí sola con ese perdedor rondando por aquí —tomó asiento en una silla, se notaba cansado—, tú mereces algo mucho mejor que un mujeriego presumido.  

—No lo hará, no tienes que preocuparte, estaré bien —dijo poniéndose de pie yendo a la cocina. 

Cliff tomó el libro que había estado leyendo, leyendo la portada y hojeándolo.

—¿Fuiste a la biblioteca por este libro de nuevo?

—No pude evitarlo —regresó con un vaso de zumo de manzana. Cliff lo tomó agradecido. 

—No te culpo, era el favorito de tu madre. 

Raven no logró conocer a su madre y pensar en ella solo le traía tristeza, según su padre, la mujer había muerto durante la guerra de las estaciones, solo Cliff pudo escapar con su hija que en ese entonces tenía un año de edad. Se preguntó qué hizo para merecer la muerte, ¿en qué consistió la guerra?

No la recordaba, aunque se daba una idea de cómo debió ser físicamente, Cliff siempre decía que eran parecidas, el mismo cabello castaño ondulado, ojos verde esmeralda brillantes y piel bronceada. Raven no se consideraba una belleza, aunque pensaba que su madre sí debía serlo. 

—¿Cuándo regresarás de tu viaje?

—Un mes, si todo va como planeo. 

—¿Un mes? —la jarra de zumo casi se le resbaló de sus manos. 

—Serían dos si las cosas van mal. 




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