El Espejo de Cristal.

3: En el bosque, una señal tendrás.

Caelina se despertó con los gritos de Sylvie, se había quedado dormida en su incómoda cama. Luego de haber terminado con sus tareas se bañó y cambió los harapos, para entonces dejarse caer en el colchón y dormirse de inmediato. Miró el reloj sobre la mesita de noche, ya eran las seis de la tarde. ¡Seis de la tarde! El tiempo pasó volando, ya debía tener lista la cena y quizás por eso gritaban. 

Se recogió el cabello en una trenza, salió corriendo de su habitación, que en realidad era como un calabozo, y bajó corriendo las escaleras. Aitana le había indicado que sus nuevos aposentos sería en el ático, Caelina no se vio molesta por ello, pues había más espacio que en su antigua habitación. No tenía muchas cosas mas que algunos vestidos y un par de zapatos, listones para el cabello que sus hermanastras tiraban aún en perfecto estado y unos aretes que pertenecieron a su madre ocultos con su tesoro. 

Al llegar al final de las escaleras y cruzar la puerta que daba a la casa, se encontró con un montón de ropa tirada por el suelo. Ropa que anteriormente había lavado. 

—¡No puedo encontrar mi collar de perlas! —exclamó Sylvie. Caelina puso los ojos en blanco. 

—¿Has buscado en tu joyero? 

—¡Sí, y no está!

—¿Buscaste bien?

—¡Obviamente! —gritó—. ¡¿Crees que soy tonta?!

Caelina no respondió, solo lo pensó. 

—Tú lo tienes —dijo Sylvie apuntándole con un dedo. 

—¿Qué?

—Tú tienes mi collar. ¡Eres una ladrona!

Era cierto, quería responderle, pero solo haría el problema más grande. Además, Caelina nunca le robaba a sus hermanastras, solo le jugaba bromas de vez en cuando. Como la vez en que tomó una peineta de la habitación de Sylvie y la dejó en el joyero de Blaire, ese día ambas hermanas se pelearon hasta arrancarse algunos cabellos. Un día glorioso.

—Yo no tengo nada tuyo —dijo. 

—Te acusaré con mamá. 

—Sylvie, ve a buscar en tu joyero. 

Sylvie hizo caso omiso de su recomendación, y arrastró los pies hacia la escalera de mármol blanco en busca de su madre. Caelina tendría que esperar a que regresaran para demostrar que el collar estaba en el joyero, mientras tanto se dedicó a recoger la ropa y doblarla para que no se arrugara, y tener que plancharla de nuevo. Cuando levantó un corsé, algo rasguñó su mano echándose para atrás. Maldijo entre dientes mientras el gato salía de entre una montaña de ropa victorioso. 

—Gato tonto, ¡algún día voy a cocinarte y comerte en la cena! 

—¿Que vas a qué? —preguntó la voz detrás de ella. Caelina se congeló. 

Volteó poco a poco encontrándose con el dragón de oro que adornada el bastón negro, levantó la mirada y la vio. 

—Buenas tardes, señora. 

Su respuesta fue un golpe en el brazo con el bastón, Caelina evitó gritar. 

—Buenas tardes, Caelina, mi niña me dijo que tuvieron un inconveniente con unas perlas. 

—Le dije a Sylvie que buscara bien en su joyero. 

Otro golpe. 

—Sé más respetuosa —ordenó Aitana—, y bien, ¿dónde está el collar?

Caelina buscó las palabras correctas para no ganarse otro golpe. 

—Podrían estar en el joyero de la señorita Sylvie. 

Cerró los ojos esperando el golpe, pero no lo hubo. Aitana se mantuvo pensativa.

—¿Puedes demostrarlo? —preguntó.

—Sí, señora. 

Aitana retrocedió dándole espacio a Caelina para levantarse. Cuando se incorporó, se dirigió a la habitación de Sylvie, seguida de su madrastra. Los aposentos de la joven estaban hechos un desastre, pastelillos a medio comer apilados sobre una mesa albergando animales salvajes aprovechando el festín, ropa regada por todos lados, paredes manchadas de líquidos desconocidos. Caelina sintió la furia crecer dentro de ella, juraba haber limpiado la habitación en más de una ocasión, y ni siquiera se imaginó que era posible arruinar todo en poco tiempo. 

—¿Y bien? —preguntó Aitana tratando de disimular el efecto que tenía los olores fétidos en ella—. ¿Dónde está el joyero?

Caelina se volvió lentamente para mirarla. Sus manos temblaban de ira, y podía sentir cómo su poder luchaba por salir. Por primer vez sintió su marca de nacimiento arder. 

—Primero hay que encontrar el joyero entre todo este desorden —dijo con el tono más tranquilo que pudo sostener. 

—Ya veo, bueno, para eso estás aquí —sacó un pañuelo de los bolsillos de su vestido y se lo puso sobre la nariz—, espero que no tuvieras planes para hoy. 

Caelina pensó en Raven, quería ir a decirle al menos que no podría acompañarla esa noche, pero eso Aitana ni siquiera se lo permitiría. 

—Es mejor que empieces ya mismo, no quiero que Sylvie pase la noche en el sofá. 

Giró sobre sus talones saliendo de la habitación, dejando a Caelina con las palmas de sus manos sangrando, donde accidentalmente creó pequeños pinchos de cristal que atravesaron su piel. 




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