Las puertas eran enormes e increíblemente pesadas para ella, aún así Raven tomó la suficiente fuerza para empujarlas y entrar a la oscuridad del polvoriento castillo. Quedó atrapada cuando las dos hojas se cerraron silenciosamente. Cuadros rasgados decoraban la pared cuyo papel tapiz estaba descolorido y cubierto de manchas de humedad, cortinas rotas cubrían las ventanas impidiendo que la luz entrara, velas consumidas que no habían sido cambiadas, la alfombra dejaba salir una nube de polvo cada vez que daba un paso, Raven tuvo que cubrirse la nariz con un pañuelo para no estornudar.
Del techo colgaba un candelabro cubierto de telarañas, le sorprendía cómo era que el castillo siguiera en pie aún en su estado. Unas escaleras se elevaban delante de ella, dividiéndose a ambos lados llevando a diferentes alas. Raven comenzó a subir sin tener alguna idea de a dónde ir, sin embargo, el sonido de una puerta abrirse captó su atención, provenía del lado oeste así que se apresuró a ir.
Escuchó pasos que se alejaban, y apresuró el suyo. Entró a una habitación de muros de roca, y subió una escalera en espiral. Cada vez que subía, sentía más frío. Su aliento salió en vapor, y su nariz y mejillas se pusieron rojas. Entonces pudo distinguir quejidos.
Comenzó a correr hasta llegar a los calabozos. Buscó con la mirada alguna señal de su padre, pero todas las puertas estaban cerradas y era imposible ver a quién encerraban. Asomó los ojos por la ventanilla, y para su sorpresa, en todas las que echó un vistazo se encontraban solas.
Su preocupación aumentaba mientras avanzaba pues no había rastro de Cliff. Hasta que al fin dio con él. Estaba tumbado tratando de mantener el calor en él, tosía y su cabello estaba lleno de suciedad.
—¿Papá? —preguntó sin elevar la voz, esperando que él pudiera escucharla.
Cliff movió la cabeza, quizás solo se había imaginado la voz de su hija, quizás estaba enfermando y por lo tanto alucinando. No quería buscar y llevarse falsas esperanzas.
—Papá, soy yo, Raven.
De nuevo, esta vez Cliff trató de levantar la mirada.
—¿Raven? —una tos invadió su garganta.
Raven empujó la puerta pero esta no iba a ceder, tenía que estar con él, atenderlo y curarlo.
—Estoy aquí.
Cliff tomó fuerzas y se levantó tambaleándose, ella quiso sostenerlo, pero él logró llegar hasta la puerta. Estaba pálido, dos grandes sombras aparecieron debajo de sus ojos, de un gris cristalizados que hacían parecer que se estaban congelando. Tomó la mano de su hija a través de el espacio entre los barrotes.
—Papá, estás helado.
—Raven, escucha, debes irte de aquí.
—¿Qué?
—No puedes estar aquí —insistió—, él vendrá y no puede saber que estás en el castillo.
—¿Él?
—Vete por favor —suplicó soltando su mano. Raven se sintió herida y enojada.
—¿Quién fue?
A sus espaldas escuchó pasos y el desliz de una capa. Raven se volvió hacia el extraño, pero solo vio una sombra y a unos ojos de diferente color cada uno mirándola. Azul y dorado.
—Bienvenida a mi castillo.
—¿Fuiste tú quien lo encerró?
—Doy castigo a quien se lo merece.
—Él no hizo nada —dio un paso.
—Entró a mi castillo sin mi permiso.
—Solo buscaba un lugar donde pasar la noche, fue atacado por lobos.
—Le di asilo, comida y descanso.
—¡Esto no es asilo! —exclamó, poco le importaba cómo pudiera reaccionar—. ¡Esto es encierro, es maltrato, es cautiverio! ¡No debería estar así!
—¿Quieres tomar su lugar? —se acercó, Raven aún no podía verlo bien, pero juraría que lo que había sobre su cabeza no era una corona.
—¿Qué? —preguntó no porque no hubiera escuchado, sino que aquello la tomó desprevenida.
—¿Estarías dispuesta a quedarte aquí en su lugar?
Raven sintió un sudor frío, recordó que lo héroes también hacían sacrificios, y si quería salvar a su padre debía aceptar. Perdería su libertad, ya no podría ir a la biblioteca, salir al pueblo, e incluso hablar con Caelina.
Caelina. ¿Cómo reaccionaría ella? Y, si es que ya se había enterado de su huida, ¿qué haría al saber que Raven ya no iba a volver a su hogar? Sintió los ojos arder dispuestos a ceder a las lágrimas, pero no podía permitirse llorar frente a su enemigo.
—¿Lo dejarás ir?
Sus ojos distintos brillaron.
—Tienes mi palabra.
Cliff negó con la cabeza. Raven volteó a verlo.
—Entonces cumple tu promesa.
El sujeto sonrió apartando a Raven de su camino y se acercó a la puerta. La luz del exterior lo iluminó y ella al fin lo vio.
Parecía un hombre, alto y de musculatura notable aún entre la ropa que llevaba, su piel era pálida, su cabello negro resaltaba sobre ella, y de su cabeza dos cuernos de toro sobresalían simulando una corona. El ojo izquierdo era azul oscuro, y el derecho dorado, sobre este una cicatriz se dibujaba desde la ceja hasta su labio superior. Raven se dio cuenta de que lo que rozaba el suelo no era una capa, sino alas. En la espalda de este, dos alas de murciélago permanecían dobladas para no estorbar su caminar. Parecía un demonio, uno que había visto como el villano en las historias que leía.
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Editado: 28.05.2021