El Espejo de Cristal.

7: La dama del bosque.

Lo primero que hizo Caelina al llegar a su hogar, fue evadir e ignorar a las mujeres que vivían con ella. Se dirigió directamente hacia su habitación, y cerró con llave la puerta apenas entró dejando a Aitana con la palabra en la boca. Una vez sola, buscó su bolso y metió lo que creyó iba a necesitar para viajar, un poco de ropa, las cuchillas que había hecho anteriormente con su cristal, e incluso provisiones que tenía para cuando no le dejaran de comer. Se colgó la mochila al hombro y salió, bajó las escaleras apresuradamente, pero entonces la mano de su madrastra se aferró a ella por la muñeca, apretando fuerte. 

—¿A dónde crees que vas? —exigió saber. 

—Es un asunto urgente —dijo—, no puedo dar explicaciones ahora. 

Luchó por soltarse, pero la mujer solo aumentó su fuerza al punto en que la muñeca estaba adoptando un color rojo. Caelina logró soltarse alejándose de ella. 

—Acabas de salir, ¿y ya te vas? 

—Es por Raven, está en problemas, debo ayudarla. 

—¡No puedes poner en primer lugar a los asuntos de tu amiga! —exclamó—. Tienes mucho trabajo qué hacer aquí en casa. 

Caelina trató de no perder la calma, jamás le había respondido con mala educación a su madrastra y no lo haría ahora. Tenía que verse que aún la respetaba, para que ella pudiera darle más libertad. Exhaló. 

—Haré todo cuando regrese, ahora tengo que ir a ayudar a Raven —buscó algo más qué decir para hacerla entender—, su padre sufrió un accidente y el bosque es peligroso para ella. 

—Lamento lo de Cliff, pero son cosas que pasan cuando se es viajero —dijo comenzando a caminar por el pasillo. Caelina se sintió ofendida. 

—¿Solo eso? —preguntó—. ¿Ni siquiera puede sentir un poco de tristeza?

Aitana volteó a verla sacando un cigarrillo de su bolsillo. 

—No lo conocí, así que no puedo decir mucho de él. 

Caelina apretó los puños. 

—¿Eso sentiste también cuando murió mi padre? 

La señora Sparrow se detuvo con el cigarro en la boca. Luego volteó a verla frunciendo el ceño. 

—¿Qué cosas dices?

La joven no se quedó a hablar. Ya estaba caminando dispuesta a irse aún si Aitana se lo impedía. Esta volvió a tomarla del brazo cuando pasó a su lado. 

—Si te vas, ten por seguro que lo perderás todo. 

—Con todo respeto, señora, creo que será mejor que se vaya consiguiendo otra sirvienta. 

Jaló y logró soltarse, en seguida aumentó el paso y salió corriendo. Aitana gritó su nombre siguiéndola, pero cuando llegó a la puerta ya no pudo alcanzarla. Caelina se había ido. 

Se sentía culpable por hablarle de esa manera a Aitana, pero admitía que era como quitarse un peso de encima. Jamás había perdido el control de sus expresiones, y no insultaba a nadie que no se lo mereciera, sin embargo personas como Aitana o Colton, sí que lo tenían bien merecido. Y había callado sus palabras durante los años que estuvo viviendo con ella, sin su padre para consolarla. 

Tuvo que ser fuerte, aunque admitía que tener a Raven como compañía le fue de mucha ayuda, por ende ahora le tocaba a Caelina serle de utilidad a su amiga, aún si no sabía dónde debía buscar primero. De hecho, había seleccionado un camino del bosque de manera aleatoria por lo que iba sin rumbo alguno. Empezaba a pensar que había decidido las cosas por impulso, sin planear a dónde ir o qué hacer cuando anocheciera; aún tenía muchas horas de luz, pero tarde o temprano el bosque caería en oscuridad. Dudaba que su conocimiento en pelea ayudara en algo si llegaba a enfrentarse con lobos u otras criaturas, y sabía que su poder no podía ser utilizado por mucho tiempo mas que para crear cosas pequeñas, no podría hacer una casa o al menos un cuarto de cristal para protegerse. 

Trató de no centrarse en ello, ya pensaría en algo cuando llegara el momento, por ahora debía buscar el camino que tomó Cliff, se guiaría por las marcas de las ruedas y seguiría el camino. Raven no podía estar muy lejos, quizás incluso podría alcanzarla en el trayecto, y al encontrarla le ayudaría a buscar a su padre. Si es que ella no se perdía primero. 

Casi no le gustaba el bosque, le parecía muy espeso y tenebroso, prefería los lugares despejados como la ciudad, al menos la gente podía alejarse de ti si los mirabas mal, los árboles no. Además de que tenía en cuenta las criaturas que podían vivir ahí, tenebrosas, esperando a comerte. 

Observando entre los árboles. 

Caelina volteó, sintió la mirada de alguien y juró haber escuchado una vocecilla. Sintió un escalofrío y siguió caminando. Sin embargo, la presencia la estaba siguiendo. Decidió sacar una de sus dagas ocultas en su ropa, y disminuyó el paso. 

Trató  de agudizar el oído para identificar al extraño, y en un movimiento rápido se giró y lanzó el cuchillo. Escuchó un chillido, luego el grito de tres niñas. Caelina maldijo por lo bajo, y rezó para no haberle dado a nadie menor de edad, corrió hacia donde se escuchaban las voces y miró. 

—¡¿Te encuentras bien?! 

Pero lo que vio no fueron niñas, aunque tenían el tamaño de algunas, las tres chicas eran extrañas, una de ellas tenía el cuchillo de Caelina ensartado en una flor seca de su sombrero. 




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