El espejo de obsidiana

Capítulo 11

—O sea, ¿cómo? ¿el lugar que viste en tu vida pasada es Netatitlán? El lugar de la pura neta.

Daniel soltó una sonora carcajada en festejo de su propia broma. José Leonardo le lanzó una mirada dura y dejó la taza en la mesa.

—¿Qué onda? En la vida he leído de una ciudad donde guardaran los antiguos códices de Quetzalcóatl—dijo Elena.

—Eso es porque ningún tipo serio se ha creído que sea neta eso de que Quetza tenía un changarro. Tu primo éste ya salió como el güey ése, Schliemann, que le creyó a Homero y ¡mocos! Que descubre Troya. Me cae que sí se va a pudrir en lana cuando anuncie su ‘descubrimiento’ de Netatitlán.

—Habrá tiempo para eso más adelante —intervino Lucha—, lo primero es deshacer el lazo y a mí se me hace que tiene que ver con la ciudad. Fíjate, cuando Yoltic no cumplió su misión, Neltiliztitlan se destruyó.

—Por eso es importante que su pasado deje de echarla y descubra quién fue el que rajó—dijo Daniel—. A mí se me hace que la tal Arameni tiene razón: fue por culpa de algún tipejo imbécil que no tuvo cuidado y lo cacharon en su camino a Netatitlán.

—No, a mí me late que hay un traidor por ahí —comentó Elena—. Con todos los hilos que tiene Tlacaélel en la mano, o compró a alguien, o lo torturó hasta que soltó la sopa. Y si de puritita casualidad todavía no sabe de Neltiliztitlan, ya se las huele. Como que algo no le cuadra bien y por eso se sacó de la manga lo del traidor en Texcoco.

José Leonardo no estaba seguro de a quién de los dos creerle. No podía imaginar que alguien traicionara las antiguas enseñanzas, sin embargo también había podido observar el terror y subordinación que imponía Tlacaélel. Era un hombre muy astuto que comprendía a la perfección las debilidades y anhelos de los demás.

—Pues tenía razón, el tal Miztli ya estaba metido hasta la cocina con el buen Neza, ¿no? —comentó Daniel—. Pobre güey, espero que no lo cachen con las manos en la masa, las penas por traición eran ho-rri-bles, y no creo que Tlacaélel tome a bien que un mocoso lo haga pendejo. Si de por si al pobre tipo le fue como en feria antes, ¿qué le habrá pasado? Averigua, ¿no? Me da curiosidad

—¡Ay, no me vengas con eso! Si apenas puedo con mi pasado, ¿qué voy a estar haciendo investigando el del otro tipo? —José Leonardo se encogió de hombros y añadió—. Oye tía, hablando de pasados, ¿crees que sea importante lo que dijeron sobre los padres de Yoltic? ¿o eso de que ‘superaba su destino’?

—Por supuesto, m´hijo. Eso del destino de Yoltic es la misión de tu vida pasada y de seguro lo conocen porque lo llevaron a que leyeran su tonalli —explicó Lucha—. Cuando un bebito acaba de nacer, se puede leer su destino de antemano. Yo, con todos los años que llevo estudiando, jamás he podido hacerlo, es muy difícil; pero, para los mexicas era algo que hacían de cajón. En el caso de Yoltic descubrieron algo, que hizo que tuvieran que salir huyendo.

—Entonces, ¿qué pedo? Solo hay que descubrir el destino mentado y ya con eso sabremos en dónde metió la pata el cabrón —dijo Daniel—, ¿no habrá alguien por aquí que sepa cómo leerlo?

—¡Híjole! Si es difícil leer el destino de una vida presente, es casi imposible el de una vida pasada; pero tengo una idea: ya que sé más de tu vida pasada, puedo mandarte a que escuches el tonalli de Yoltic

—Pues, de una vez ¿no? —dijo José Leonardo.

—Primero, a ver si es cierto que puedo, no es nada fácil controlar un trance, m’hijo. Tú ahorita enfócate en aprender lo más que puedas en el próximo y mientras mi Elenita y yo averiguamos cómo le hacemos, ¿sale?

José Leonardo asintió y bebió de golpe el resto del contenido de la taza, sin poder evitar hacer una mueca de desagrado. Su reloj marcaba cerca de las tres de la mañana; afuera, el calor sofocante del día cedía ante la brisa fresca de la madrugada, sumergiéndolo todo en una profunda calma, como si se estuviera a la expectativa de algo importante.

—¿No están cansados? —dijo señalando el reloj—, a lo mejor dejamos esto para mañana.

—No —Lucha negó enfáticamente—, entre más pronto arregles este desastre, mejor. Me tiene muy preocupada que te hayas topado con un ente de sombras en tu trance.

—O sea, equis —contestó él, intentando restar importancia al asunto—. Es normal que haya otros por el mismo plano que yo.

—No, m’hijo, tendrías que estar solo. Si apareció un ente es porque fue específicamente a buscarte, y eso me asusta.

—Oye, ¿y la voz que escuchaste en Chiapas? —dijo Elena chasqueando los dedos —, ésa, la que te salvó, ¿no la has vuelto a escuchar? Sería bueno que alguien en el mismo plano te echara la mano.

—Pues sí, pero ni sus luces

Daniel permanecía en silencio, con el gesto fruncido y serio, pensando.

—Lo que más me hace ruido es, ¿qué pedo entre los güeyes de esa dimensión, o lo que sea, y Netatitlan? Digo, ya voy aprendiendo que nada es casualidad ¿no? Tiene que haber alguna relación, digo.

—Eso seguro —respondió Lucha—, pero no sé cuál. Quizá la descubramos en el siguiente trance.

—Si es que no me ataca otro ente y ahora sí me da en la torre —respondió con amargura su sobrino.

—No pienses así —dijo Lucha—, debes tener fe y ánimo. Vas a ver que todo sale bien. No te preocupes, estamos al pendiente de ti.



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En el texto hay: misterio, humor, aventura

Editado: 18.08.2024

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