—Estoy enamorada de Alessandro…
Lo que nunca dijo Massiel-
CAPÍTULO 2
El lunes siguiente llegué temprano a la oficina. Trabajo como editora de la revista Extravangancia, una de las pocas revistas que ha podido subsistir con éxito el cambio de lo impreso a lo digital. Nuestra revista se publica en ambos formatos y el prestigio de salir en ella ha sobrevivido debido a nuestra calidad y el enfoque al mercado de bienes raíces para las altas esferas. Nuestras propiedades no se venden por menos de siete dígitos y entre nuestros clientes tenemos desde genios de informática hasta jeques árabes. Los patrocinadores y anunciantes se encargan de que no decaigamos y así es como trabajar aquí es un privilegio que pocos logran. Más aun, casi nunca tenemos que buscar clientes, más bien ellos nos buscan a nosotros porque en este mundo dominado por el poder y la apariencia, a todos les gusta presumir que tienen una mansión con la firma de Extravangacia.
El mayor inconveniente consiste en que Alessandro es mi jefe y socio mayoritario de la empresa. Antes no era problema porque era mi esposo. Pero ahora tengo que enfrentarlo a él y a Massiel, la estúpida con la que se acostó. Lamentablemente compartimos oficina y hasta conozco a su marido.
—Buenos días — dije al llegar. Actué como si nada, como si no tuviera ganas de matarla o al menos sacarle los ojos.
—Buenos días —respondió ella, seca y algo pasmada por mi actitud desenfadada y seguro que hasta temerosa de que yo no le cuente a su esposo.
Intento actuar como que no pasa nada.
Pero sí que pasa.
Pasa que este es mi empleo y mi sustento.
Pasa que no me puedo dar el lujo de perder este trabajo.
Pasa que tendré que hacerme la loca y dejar que las cosas sigan su curso porque necesito sobrevivir en esta vida.
La mañana iba lenta y nos hablábamos solamente lo indispensable. Agradecí que la muy ramera no me pidiera disculpas ni me soltara un discurso de arrepentimiento. No sé si me hubiera contenido si eso hubiera pasado. Le agradezco que se ahorrara el espectáculo.
Alessandro llegó más tarde, como es su costumbre y como su posición de jefe y dueño le permite. Entonces, la tensión se volvió mayor porque me enfadaba verlos. Más que eso, me revolvía el estómago. Mi mente se negaba a borrar las imágenes de ellos dos en mi cama. Pero me contenía y disimulaba lo mejor que podía.
—¿Podrías pasar a mi oficina un momento, Isabella? —me preguntó Alessandro a través del intercomunicador.
Enseguida noté el disgusto que eso le provocó a la estúpida de Massiel y elaboré una sonrisa perversa. Me levanté con un coqueteo inusual para incitarle más rabia y caminaba moviendo mis caderas en una cadencia sensual como si fuera a seducir al jefe que seguía siendo mi esposo y no como si fuera a cumplir una tarea de trabajo. Estaba muy dolida, pero frente a ella me mostré como si no me importara y como si incluso deseara reconquistarlo.
Mi jefe, mi marido.
Mi compañera de trabajo, mi rival.
El esposo de Massiel, mi amigo y amigo de Alessandro.
¡Qué insólito era aquello!
Cuando crucé su puerta ya era otra. Había dejado afuera las formas seductoras y me planté ante él con actitud desafiante. No dije nada pero estoy segura que leyó bien mi lenguaje corporal y sabía que llevaba mil demonios por dentro. El señor Alessandro Durant - mi todavía esposo - me conocía muy bien.
—Necesitamos hablar de lo ocurrido. Es ridículo que tratemos de actuar como si no hubiera pasado nada y… —asestó como saludo.
—Sr. Durant, le pido que si esta conversación no es de trabajo, que mejor no la tengamos —le solté sin darle tiempo a continuar. No me interesaba hablar sobre algo que estaba tan claro. Sobre todo, no deseaba mezclar una cosa con la otra y que luego yo saliera trasquilada. Siempre tengo presente que la soga parte por lo más fino y que él es el jefe y yo su subalterna.
Alessandro se levantó de su asiento y dio la vuelta alrededor de su escritorio para llegar hasta mí. Di un paso atrás mientras rogaba por mantener la cordura y no sucumbir ante su cercanía. Desconfiaba de mí misma y de mi capacidad de mantener la compostura. Ese hombre tenía el poder de enloquecerme en cuestión de segundos y yo lo sabía bien.
Él se acercaba cada vez más, llevándome casi hasta quedar entre él y la pared contigua a la puerta. Sentí su perfume Perry Ellis embriagándome y la piel le resplandecía luminosa. Por un momento, ya no escuchaba sino ecos de palabras, me había volado la cabeza y los pies me parecía que comenzaron a flotar a ras del piso.
Había comenzado a transpirar de manera copiosa y hasta sentí algo de vértigo.
Pero regresé a mis cinco sentidos a tiempo.
Me separé escurriéndome por el costado y puse distancia entre nosotros.
—Mi amor, sabes que te amo. Por favor, perdóname —suplicaba con la mirada triste. —Lo que pasó fue un error que jamás debió ocurrir. Ella no significa nada para mí, fue tan solo un momento de debilidad. Te pido perdón, mil veces perdón —.
—Sr. Durant, le pido que si esta conversación no es de trabajo, que mejor no la tengamos —repetí.
—¡Pero es que yo sí deseo tener esta conversación! ¡Eres mi esposa y tenemos que hablar!
Había alzado la voz de tal forma que estaba segura Massiel escuchaba afuera. El saberlo me hacía titubear sobre si seguir el juego solo para mortificarla o aferrarme a mi dignidad y no dejarme pisotear a cambio de dos o tres falsas frases de amor.
Entonces decidí seguir el juego a modo de dulce venganza…