CAPÍTULO 5
—¡Isabella! ¿Pero qué haces en mi casa?
Lucca
—Me adelantaron el viaje para esta misma noche —fue lo primero que dijo al verme llegar.
Quedé boquiabierta. No supe que responder y lo único inteligente que razoné es que si ella salía esa noche de viaje, yo me mudaría a primera hora el siguiente día. Ni siquiera se lo diría porque estaba segura que intentaría disuadirme. Tampoco me importaba si el apartamento que viviría no contaba con el servicio eléctrico, solo deseaba irme y no estar presente cuando Lucca llegara. No me importaba nada porque cuando se está en una situación desesperada, uno se agarra hasta de un clavo al rojo vivo.
—¿Le dirás al menos que no estarás cuando llegue? —indagué curiosa y me quedé a la expectativa de su respuesta.
—Lo llamaré antes que el avión despegue. Espero que comprenda y…bueno…Lucca es un esposo maravilloso, sabrá entender porque él conoce lo importante que es este trabajo para mí. ¿Acaso no me dijiste que no me preocupara? Pues bien, seguiré tu consejo…no me preocupo y me voy —afirmó haciéndome sentir culpable por el consejo que le brindé.
La miré con escepticismo. Sé por experiencia que hasta el más devoto amor y el más compresivo de los seres tienen su límite. Yo había llegado al mío con Alessandro aunque las circunstancias fueran distintas.
Verushka me pidió que la llevara hasta el aeropuerto. En el camino me iba dando instrucciones sobre qué hacer en caso que Lucca llegara, que decirle y hasta me dio instrucciones sobre cómo le gusta que le preparen la avena y que siempre se toma un té en las mañanas.
—El agua del té que sea solo templada.
—No le eches cebolla a nada que le prepares.
—La temperatura de la casa debe estar siempre a setenta grados.
Yo la escuchaba en silencio. No podía negarme a nada ni poner objeciones para no alertarla pero no pensaba estar ahí. Sería un riesgo peligroso.
Nos despedimos con un abrazo y le deseé éxito en su primer viaje de negocios. Le pedí que me mantuviera al tanto con los detalles de su regreso y le recalqué que podía recogerla cuando estuviera de vuelta. Era lo menos que podía hacer por ella.
Al regreso a la casa, comencé a preparar mis maletas con rapidez. No era tantísimo con lo que cargué el día que me aparecí en la casa de Verushka, así que empacar fue bastante fácil. Lo dejé todo ordenado cerca de la puerta. Mi plan era salir a trabajar y no regresar. Me iría directo al nuevo apartamento así no pudiera ni encender una bombilla. Hay oscuridades que son peores.
Me acosté a dormir poco antes de la medianoche y me la pasé dando vueltas en la cama sin poder agarrar un sueño profundo ni relajado. Me la pasé soñando cosas absurdas y sin sentido, supongo que debido a la inquietud que me provocaba todo lo que estaba viviendo. Me levanté a tomar un vaso de agua. No reparé en la hora y ni me molesté en cubrirme porque estaba sola y tan solo encendí la lámpara del pasillo para dirigir mis pasos hacia la cocina. Me angustiaba saber que el día siguiente sería muy agitado y no estaba logrando tener un descanso reparador. Tomé el agua y me dirigí de regreso a la cama.
En el silencio y la quietud de la noche, alcancé a escuchar un ruido afuera ¿Qué fue eso?
Por un momento pensé que serían los gatos callejeros que acostumbraban merodear la casa pero el ruido inequívoco de llaves entrando en la perilla, me confirmó que alguien intentaba abrir la puerta.
¿Será la pelirroja?
Me asusté y di pasos atrás para regresar a la cocina y poder asirme de un cuchillo o cualquier objeto que me sirviera como arma de defensa. Apenas logré encontrar un cuchillito para la mantequilla cuyo filo era incapaz de producir ni un simple rasguño. Intenté esconderme tras una pared pero fue inútil. Quedé petrificada imaginando todos los posibles escenarios; que fuera un ladrón, que fuera un asesino en serie o podría ser hasta la misma mujer pelirroja que se me aparecía en todas partes.
No era nada de eso.
¡Era el mismísimo Lucca Sanpiettri!
Acababa de llegar y no puedo ni describir mi reacción. Quedé algo así como aturdida, irreflexiva, paralizada. No moví ni una pestaña. Estaba de frente a él, semidesnuda, bajo una luz apenas perceptible y con un ridículo cuchillito en la mano. Él se mostró confundido y creo que hasta nervioso.
—¿Verushka?
No sé por qué pondría en duda que fuera Verushka. Esa era su casa y ella era su esposa ¿Quién más podría ser? Pero creo que aunque la luz era tenue, era lo suficiente para haber visto que no era ella a quien tenía de frente, sino a un antiguo amor, a una mujer que en algún momento fue suya, que lo cambió por otro y que ahora estaba en su propia casa, ligera de ropas, en penumbras y muerta de miedo. Con las emociones corriéndome por todo cuerpo, de arriba abajo.
—No te asustes, pero no soy Verushka. Soy solo una amiga que se está quedando aquí pero me voy mañana mismo. No te preocupes por nada, todo está bien —le dije.
Estaba tratando de disimular el nerviosismo que sentía me delataba aunque también tenía presente que me iba a reconocer por mi tono de voz, que supongo recordaba. Es increíble aceptar como se puede ser tan idiota y pensar que no me recordaría. Pero en medio de la tremenda desesperación cualquier escape me parecía bien. Sentía unos deseos inmensos que la tierra se abriera y me tragara, que estallara un volcán, que pasara algo de repente que me hiciera desaparecerme de allí como por arte de magia, esfumarme ante él.