Por fín estábamos llegando luego de un silencioso periplo. Siquiera estaba encendida la radio de comunicaciones y todo asemejaba a una mañana de feria, encubierta en nuestro verdadero desempeño como detectives.
Entrando por callejuelas un tanto angostas, de veredas aún más reducidas, en una zona que desconocía, salvo por la calle que cruzaba, Gibraltar, recordé que en el hipotético crimen de David Attheu, las sospechosas marcas de unos neumáticos parecían fugarse por dicha calle.
Contemplé varios instantes aquél camino en dirección hacia el Norte, hacia dónde pudiera hallar el Boulevard Libertador. Se asimilaba como un sueño, puesto que la mayoría de las veces, en ellos, suceden situaciones inhóspitas. En este caso, el coche se detenía y el Detective Artemis se replicaba mi acción. ¿Podría tratarse de una coincidencia o, al investigar el expediente quedaba constancia de dicha calle? En tal caso, supondría que el Juez Salazar hubiera anotado lo correspondiente a las huellas de neumáticos que giraron por Gibraltar. Era muy sospechoso, o bien este hombre era adivino.
A pesar de todo, no hallamos nada importante en aquella calle. Apenas unos automóviles estacionados a mucha distancia. Artemis prosiguió y, a mitad de cuadra, en la calle de Moreno, a la altura del 570, encontramos un antiguo edificio con espacio suficiente como para permitir el ingreso y salida de utilitarios. Aún así, las fachadas de ambos hospitales ostentaban accesos incomprensibles hacia el servicio. Todo era un misterio.
Entretanto superábamos la cuadra, ambos atendimos a la misma idea. Claramente nos hacíamos una interrogante similar.
– Hospitales de doble fachada... – Murmuraba confundido el anciano.
Otra clínica con fachada de difícil acceso y que, aún así, contaba un ingreso alternativo a la vuelta de la cuadra. No era claro porqué esos edificios estarían construidos de tal manera y una incertidumbre tan básica generaba interés en el Detective.
Al tiempo en que ingresábamos a la clínica, contactamos a una recepcionista y la pregunta de Artemis fue inadvertida.
– ¿Cómo se llama el arquitecto de este Hospital, señorita? –
La mujer alzaba el ceño, pensaba que se trataría de una broma.
– ¿Usted cree que tengo tiempo para este tipo de cuestionarios? –
Una planilla adherida en una pizarra, en la sala de espera, poseía 3 rostros de pacientes perdidos que respondían a los nombres de:
· Alan Sarcángelo
· Isabel Merlo
· Jorge Latorre
Más preparada esta vez, aunque no contara con el arma reglamentaria, gozaba de un bloc de notas de bolsillo y una birome.
Me disponía a anotar los nombres, cuando una viejecita se acercó a mi espalda y sentí un escalofrío ante su susurro:
– La lista está vieja. Esa gente desapareció en 1984. Han de estar en el cielo –
Junto a los nombres, registré 1984 y, ladeando el rostro vi a la anciana que al pasar agregaba.
– O en el infierno – Luego sonreía, faltándole la mayoría de los dientes de ambas mandíbulas.
Estaba a punto de regresar con Artemis, cuando de pronto la anciana me llamó desde el pasillo. Al verla me quedé sin palabras.
– Esta lista es más actualizada, jovencita –
Sorprendida, me dirigí rápidamente hacia el sitio y en una sala de espera con mayor cantidad de gente, la planilla contaba con más nombres.
· Hernando Flores
· Magalí Pérez
· Lorenzo Mendiavales
· Jacinto Blanco
· Karina Paez
· Renzo Atriales
· Omar Trocho
En tanto anotaba los nombres, recordé haber leído a los últimos tres en el Restaurante Doña Margaret. Lo que suponía que esos tres eran los más actuales junto a Margarita Cañada. O bien, refrescaran a esa última desaparecida por la importancia en el local. Asimismo, la anciana me aclaraba las ideas.
– Hernando, Magalí y Jacinto desaparecieron hace poco. El resto en 1988 y Lorenzo en 1986. Asi que la mayorían estarán ya en el cielo –
Sonrió de pronto y, en lo que se retiraba solicité su nombre, pudiendo ser una potencial testigo. Sin embargo, se tapó la boca con la palma de la mina y señaló hacia el techo. Al seguir la dirección administrada, me hallé con el techo pintado de celeste.
Anotaba celeste cielo en el anotador y, de pronto, una mujer de ojos tristes me tomó de las manos y se arrodilló con un aspecto muy abandonado.
Su cabello asemejaba a paja suelta y portaba una bufanda recubierta de olor a humedad.
– Se lo suplico oficial. Mi hija, Karina Paez, está perdida desde 1988. La traje al Hospital por algunos estudios y aún no me la han devuelto. Nadie sabe sobre ella, tampoco en la policía. ¡Por favor!–
Por poco me derrumbo junto a ella ante pesadumbre. Dos años de ausencia sin saberse a ciencia cierta si su niña se mantenía con vida.
Solicité sus datos de contacto, en caso de hallarla y prometí hacer lo imposible.
La señora, Malena Salas, madre de Karina Paez, por poco sucumbía ante la depresión y la eterna espera de su hija.
No demoré en indagar a que se referían con el cielo y qué relación hubise entre el Chevrolet celeste y el techo del Hospital. Sin embargo, presentía que tales ideas solo me alejaban más de la verdad. Por lo tanto, regresé con el Detective Federal, quién me aguardaba sonriente.
– ¿Hacía señales, cadete? –
Negué intentando no demostrar la tristeza que esa desconsolada madre me había contagiado. El hombre, por su parte, alzó una lista escrita.
– Tenemos las direcciones de las clinicas privadas y el nombre del arquitecto. Señor Gerardo Izfarat –
Aunque las clínicas privadas nos ampliaran la investigación con respecto a los desaparecidos, desconocía si el Detective intentaba confundirme con aquél arquitecto.