El Expediente Secreto de 1980

XVIII - Quimera

Buscando privacidad, ingresé a la oficina de la DDI. Aproveché la ausencia de Pétrico y, en lo que me sentaba en la butaca del técnico de huellas, abrí la carpeta de par en par, e inicié la lectura por los análisis de León Martins. De repente, llegaba Romeo Artemis y murmuraba:

– Tenemos hasta el atardecer, cadete. Luego, debemos devolverlo hasta el día siguiente. ¿desea algún emparedado de Doña Margo? – Conmovida asentía, a medida toqueteaba los registros con cautela y, en lo que el hombre se retiraba, clamó: – ¡Ah! Por los resultados del testeo de ADN, se pudo precisar la identidad del cadáver que hallamos. Responde al nombre de: Jorge Latorre –

Más tarde se largaba de la oficina y le contesté, sin alzar la vista: – Gracias, detective –

En lo que tomaba mi bloc de notas, pasé las páginas y determiné que, efectivamente, ese nombre y apellido me sonaban de alguna parte. Lo había anotado como uno de los desaparecidos de 1984, que se listaban en el Hospital Público, junto a Alan Sarcángelo e Isabel Merlo.
Las pesquisas del inspector Martins suministraban pruebas sobre un uso exhorbitante de fondos estatales de reducida transpariencia. El rídiculo monto había sido invertido para desarrollos adecuados en la medicina, capacitaciones y nuevos equipamientos a Quimera, una empresa dedicada a contribuir las mejorías sanatorias para toda la nación. No obstante, era extraño que León Martins hubiera subrayado la localización como desconocida y triangulara las relaciones junto a otras industrias como Fansma S.A. y Cielo S.A. Asimismo, las últimas dos conectaban con una serie de medianas empresas, cuyos domicilios yacían remarcados con una interrogante a su lado. El investigador había denominado al consignatario como Alonso Guzmán, de localización incierta. Entre sus conexiones se hallaban fotografías de diversas cocinas de drogas en el conurbano, apoyadas por dicho hombre y clubes nocturnos que habían sido investigados por tratas de blancas.
También logré localizar fotografías con pegatinas de diversos reos que asimilaban poseer alguna adicción. Entre ellas, además, logré constatar lo que parecía ser la Avenida Montevideo y numerosos coches americanos estacionados. Entre ellos, individualicé la presencia del Chevy SS de tonalidad azul marino.
Tomando nuevamente el bloc de notas, procedí a hacer anotaciones respecto a la perspectiva de León Martins y reservé los descubrimientos de Attheu para la posterioridad. Era mejor indagar poco a poco y hacer un contundente análisis de información, previo a ampliar mis incertidumbres.
Al recordar el hallazgo del cuerpo de Jorge Latorre era imposible no reflexionar al respecto. ¿Qué pudo haber sucedido con el otro paciente desaparecido del 84’, Alan Sarcángelo?

Me disponía a levantarme de pronto y, tras cerrar el añorado expediente, advertí la llegada de oficiales. El ambiente se tornaba más laborioso.
Entre el fluído diálogo alcancé a oír que la prensa ya había llegado al lugar de los hechos. Se procedía a hacer averiguaciones con respecto a la víctima y las bases de datos lo individualizaban como un ex combatiente en la guerra de las Malvinas. Al parecer había recibido una contusión cerebral durante el deber y fue derivado, en 1984, al Hospital Público de Villa Italia. Tras observaciones junto a otros soldados, desapareció al igual que Alan Sarcángelo e Isabel Merlo. Al menos los dos primeros no poseían relaciones familiares y, luego de la desaparición, el personal hospitalario se demoró en hacer las respectivas denuncias.
Ante la mezcla de conversaciones, reflexionaba sobre qué pudo haber sucedido con Sarcángelo y, de repente, hizo entrada al destacamento el Inspector Federal, Romeo Artemis. Portaba dos bolsas de nailon cargadas y todos guardaron silencio.

– No de nuevo. Normalicen – Exclamó el hombre y todos prosiguieron con suma habitualidad.

Por detrás llegaban Ricardo Pétrico, cuatro peritos y, desde el fondo, entre risas, lo hacían Bidonte y Palacios.
Mantuve la seriedad en lo que el inspector me llamaba por mi nombre y me encaminé hacia él. En el pasaje, sostenía el expediente con ambas manos. Casi como si se tratara de un preciado álbum de fotos familiar de mi entera vida.
Al tiempo que ingresaban a la oficina de la DDI, Tomás Bidonte tuvo que separarse de Belén Palacios y, tal situación, ameritaba que ella dedicara miradas durante mi avance. Seguí la ruta que Artemis me ofrecía y parecía que acabaríamos almorzando fuera, en el patio que se solía utilizar para los entrenamientos.
Fue inevitable que los emparedados no portaran algún trozo de lomo asado. Acabé descubriendo que Romeo Artemis solía preferir el lomo a cualquier otra opción.

– ¿Le gusta el lomo, cadete? –

Asentí. Mi familia solía reunirse cada fin de semana en comensal para compartir algún corte de carne al asador. Ni que decir en los cumpleaños de algún integrante. Tan pronto me libraba del expediente, Romeo me increpaba por mis silencios.

– Ya tiene acceso a la información. Debemos comunicarnos, cadete Neia –

Logré contemplar a Belén desde una de las tantísimas ventanas. Sentía como su mirada me pesaba y resolví que iba siendo hora de abrirme. Entretanto digería un bocado del alimento, le respondí:

– Gracias Artemis... De momento, estuve analizando los datos suministrados por León Martins. –
– Relaciones entre empresas fantasmas ¿no? – Contestaba él.

Y así, nos miramos más dispuestos a entablar conversaciones, a medida degustábamos los emparedados y sentía la mirada fija por parte de mi compañera. Quién, de repente, era solicitada por el mayor Ramírez. Escuché numerosas veces como la llamaban por su apellido.
Entretanto almorzábamos, hice un espacio para hacer una consulta. Romeo destapaba una botella con agua mineral de medio litro y me ofrecía otra. Luego de tomarla, indagué:

– Disculpe por la curiosidad. ¿Usted conoció la Empresa Quimera? Se supone que el Gobierno consignó los fondos en 1984 para beneficios sanitarios – El hombre alzó el ceño y, al instante, refutó: – No y, de hecho, tampoco he escuchado nunca el nombre de Alonso Guzmán en mi vida. Supongo que eran datos ficticios para no individualizar al portador de tanto dinero –




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