El Expediente Secreto de 1980

XIX - Inicio de Feria

Ingresaba al nuevo ambiente, cuando percibí un orden mucho más impecable que en el resto de oficinas. La secretaria organizaba numerosas carpetas y las catalogaba sobre unos estantes que la obligaban a trabajar de pie. Luego de observarla detenidamente, comprendí que esa era la labor que me habían ofrecido al llegar a Villa Italia, por mi rendimiento en la academia policial. Ella siquiera vestía como el resto de los oficiales. Portaba una blusa tan clara que transparentaba su figura y una larga falda ejecutiva, quizás demasiado ajustada para recorrer la estantería con tanto papeleo.
Al fondo, y al centro, con la vista impregnada en el trabajo de aquella mujer de, aproximadamente, 30 años se hallaba el comisario en un escritorio amplio, cubierto de un vidrio tan nítido que parecía ser continuamente lustrado. Encima de la mesada, se hallaban expedientes varios y documentos legales.

Baltrán sudaba como si hiciera 40° centígrados de temperatura, lo que era anormal en donde vivíamos y no demoré en descubrir la razón. Ante el martirio de Verónica, agradecí ser más ambiciosa y ser iluminada pór el azar para conseguir el nombramiento como inspectora bonaerense. Más allá que, en realidad, en ausencia del Detective Artemis, pareciera que me estuvieran obligando a tomar un descanso.

– Inspectora Jazmín Neía – Me nombró de pronto aquél nervioso hombre que apenitas alcanzaba los 50 años de edad. Y, en la mirada de corrido, entre la secretaria y mi presencia fue inevitable advertir que no me miraba a los ojos. Quizás se debiese desde su perspectiva, sentrado frente al escritorio, pero el volumen del sudor lo mantenía demasiado expuesto. Más aún, con el comentario que hacía a continuación:

– Debería llevar otro uniforme. Después de todo usted es ahora la Detective de Villa Italia. –

Y, aunque ciertamente debería vestir más formal, quizás como Romeo Artemis, a saber qué clase de indumentaria imaginaba el comisario.
Buscando que se mantuviera cierta compostura respondí, a medida que asentía sobre la temática del cambio de prendas.

– Me solicitaba para algo más, Comisario Baltrán? –

El hombre se rió, más por excitación que por humor y, luego de sobarse un pañuelo sobre la frente, se irguió en su sitio y contestó:

– Podés llamarme por mi nombre de pila. Con confianza... –

Siquiera conocía dicho nombre, pero al ver como destinaba la atención al protuberante busto de Verónica Albelo, me incomodó bastante más. En tanto guardaba silencio, el hombre agregó:

– Jerónimo. Jerónimo Baltrán –

Asentí, aunque me negaba contundentemente a nombrarlo de esa manera, mientras agradecía no haber tomado aquél cargod e secretaria. Los suspiros de Verónica eran una constante muy evidente como para acortar la entrevista. Por tanto, Jerónimo Baltrán se descubrió completamente empapado y notó el cruce de miradas entre la secretaria y yo. Luego, carraspeando la garganta, asemejando portar una seriedad de prócer, balbuceó:

– El crimen de Latorre y los fugitivos están siendo analizados, insaciablemente, por todas las oficinas. Sería propicio que se tome un descanso de unos días. Al menos hasta tanto el Detective Artemis regrese a Villa Italia. Así es que respire hondo y aproveche la ocasión para modificar su... apariencia. Dado el potencial en su desempeño en sus breves acciones y, bajo la benigna recomendación por parte de Romeo Artemis, le hago entrega, en mano, de su primer salario –

Verónica alzó el ceño al ver el recargado sobre que recibía. Quizás más abundante, incluso, que el de la mayoría y, dejando en claras sus intenciones respecto a mi uniforme, musitaba:

– Le sugiero que en eeste tiempo tramite su cuenta corriente en alguno de los bancos adheridos en Villa Italia. Verónica le atenderá respecto a ello y, así, efectuamos. la próxima vez, una contratación un tanto más... íntima –

El uso de su vocabulario era demasiado lascivo e irónico. Pero, de todas maneras, era cierto que no había tenido tiempo de hacer mis deberes respecto a la cuenta bancaria. Era tal mi atención en el expediente que había olvidado ostentar un sueldo propio para mis necesidades.
Agradecida, me retiré de la oficina, luego de un turbio apretón de manos que, prácticamente, humedeció mi tacto por el sudor que segregaba aquél señor. Y, antes de abrir la puerta, me voltee de espaldas. Advertí como el hombre me contemplaba por la espalda, tan incómodo que me recordó a la situación en la Clínica Privada de calle Las Heras. Instantaneamente recordaba que el hombre que me había chiflado en ese tiempo y discutía junto al guardia de seguridad también portaba un uniforme celeste, como el de Jorge Latorre.

Delante de la lividinosa atención del Comisario General, Jerónimo Baltrán, regresé para indagar:

– ¿Podré seguir accendiendo al expediente en el Juzgado de Faltas? –

El hombre espabiló ante la lujuriosa ensoñanción y contestó:

– Esperemos al Inspector Artemis y vayamos por partes, ¿le parece Cadete Jazmín Neia? –

Siquiera respondí y me largué determinante. No solo me comprometía la situación sino que me molestaba que siguieran desviándome con el acceso a la información. Tomé el sobre con ambas manos, procurando pasar desapercibida, aunque fuera poco probable, y me encontraba tan renegada que hice caso omiso a la expectativa general.
En ese momento logré comprender lo que Romeo Artemis insinuaba al llegar la primera vez. Miradas cargadas de juicios, miradas penetrantes, como si nuestro cargo fuera superior al del resto. Pero, lamentablemente, no lo hacían solo por eso, sino por la anticuada crianza y la envidia debido al englobado envoltorio de verdes entre mis dedos.
Decidida, me marché sin mediar diálogo con nadie, ni responder ante la indisposición. Aunque comenzara mi feria y el magistrado Salazar fuese un incordio ante mi investigación, aún era temprano para quedarme solitariamente en la residencia y una incertidumbre afloraba en mi sin detenimiento.




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