En algún momento agarró el viejo chal de su abuela de la parte trasera del sofá y uno de los grandes cojines de una silla para acurrucarse en el suelo. No se le ocurrió pedirle, de nuevo, a Yesung que saliera del refrigerador, no quería que dejara de hablar. Había llegado a amar esa profunda voz, con su extraño y atractivo acento.
Yesung había venido a ver la exposición de Van Gogh, que se exhibía por unos meses en la Galería Nacional de Chuncheon. Tenía planeado pasar su, único y poco común, día libre disfrutando de los cuadros que había admirado por tanto tiempo, y de las vistas cercanas a la galería.
—Tienen expuesta una pintura inigualable “Los Lirios”, generalmente se expone en el Museo J. Paul Getty en California, pero la enviaron junto con otras piezas de Van Gogh, como “Noche estrellada”, “Terraza de café por la noche”, y…
—“Noche estrellada”, esa es realmente bonita, ¿no? —Ryeowook se sonrojó ligeramente, un momento más tarde, y se rio en voz baja—. Ah, soné como un niño de cinco años, ¿no?
Yesung se echó a reír. —No, es bonita, es hermosa. Pero mi favorita es, de lejos, “Los Lirios”.
—Espera, Van Gogh es el que se volvió loco y se cortó la oreja, ¿no?
La voz de Yesung evidenciaba que estaba sonriendo. —Ese es. Pasó sus últimos años en un asilo, y se suicidó cuando tenía sólo treinta y siete años.
—Así que... era uno de esos artistas torturados.
—La evidencia indica que sí.
—Pobre hombre. Por lo menos era famoso.
—Sólo después de su muerte.
—¿Rico, entonces?
—No. Sus cuadros valen millones hoy en día, pero cuando estaba vivo se rumoreaba que sólo había vendido una pintura.
—Bueno... maldita sea.
—Pienso que el rumor era cierto, que fue eso lo que ocurrió. Sin embargo, es un bonito pensamiento, dejar huella. Dejar tu huella en el mundo y en la vida de tantas personas cuando te vas; algo así da sentido a cualquier infierno que pasaras en vida.
Ryeowook ajustó la almohada debajo de su oreja y suspiró.
—¿Qué?
—Nada —dijo en voz baja—. Simplemente... me gusta la forma en la que dices las cosas. Me gusta tu voz.
No hubo respuesta proveniente del refrigerador, y Ryeowook ahogó un bostezo. —Háblame del cuadro del Lirio.
—Es mi favorito. Estaba en un asilo cuando lo pintó, lo llamó, “el pararrayos de mi enfermedad”, porque tan miserable como era, sentía que la pintura, le impedía volverse loco, o al menos eso dijo.
—De cualquier forma, la pintura tiene tres colores predominantes: violeta, rojo y amarillo. Las flores crecían en los jardines del asilo en esos colores, y en medio de ellos había un único y solitario lirio blanco.
—¿Por qué uno sólo?
—Bueno, muchos críticos o admiradores de la obra tienen diversas teorías. Algunos piensan que simboliza el nivel de aceptación que encontró en el asilo, por eso el lirio blanco intercalado entre los dos grupos de lirios de colores. Otros opinan que el lirio blanco representaba al propio Van Gogh, un solo hombre cuerdo e incomprendido entre los locos.
—¿Y qué crees tú?
—Creo que... creo que era alguien solitario.
Ryeowook frunció el ceño, seguro de querer saber la respuesta a su siguiente pregunta. —Así que ¿eres un lirio blanco? —preguntó en voz baja.
—Tal vez. Sí.
Ryeowook tragó alrededor del nudo en su garganta. —Entonces yo también lo soy… —dijo resueltamente—. Seremos dos lirios blancos en un mar de coloreados e inevitablemente locos lirios. —Jugó con uno de los flecos del chal—. No se puede estar solo si no estás solo.
Y por tercera vez esa noche, Ryeowook fue despertado por Yesung, arrodillado junto a él, llamándolo por su nombre.
—¿Hmm?
—Ryeowook, despierta.
Ryeowook bostezó y se tendió de espaldas frotando su cara con las manos, recordando con una mueca de dolor que tenía un ojo morado.
Fue a sentarse dándose, repentinamente, cuenta de que no estaba en su cama.
—Ah, mierda, mi cuello. —Gimió, frotando la parte posterior de su cuello.
—No tenía la intención de dejarte dormir en el piso de la cocina.
Ryeowook miró a Yesung. —¿Qué…? —Preguntó algo atontado y preocupado, al ver la mirada de confusión en el rostro del fantasma, algo muy inusual en Yesung—. ¿Qué pasa?
—No debería haber dejado que durmieras en el suelo...
Ryeowook frunció el ceño y se incorporó, tirando del chal por encima de sus hombros. Yesung se puso de cuclillas y se sentó a su lado, mirando a la nada.
—¿Dónde iré?
Ryeowook sintió una repentina punzada de miedo. —¿Qué quieres decir? —preguntó.
Yesung lo miró. —Ryeowook, no debí dejarte dormir en el piso —repitió con voz firme—. ¿Dónde iba?
—No te entiendo.