El fin de los vampiros?

Capítulo 11

Erekai

 

La humana era inteligente y aprendía rápidamente, algo que me gustaba. También notaba que a medida que pasaba más tiempo conmigo, iba perdiendo el miedo y se sentía más confiada. Aunque había decidido que mi relación con ella no iría más allá, no podía evitar mirarla con deseo. Sin embargo, Médora no manifestaba atracción hacia mí y siempre se mostraba incómoda si me descubría observándola. Esto me ayudaba a mantener la distancia. Sin embargo, no podía olvidar el sabor de su sangre ni el momento en el río cuando había podido verla desnuda y tocar su piel suave.

 

No obstante, permanecí firme en mi decisión de no acercarme a ella. Después de todo, el castillo contaba con suficientes mujeres como para satisfacer todos mis deseos, y todas ellas venían a mí gustosamente. No tenía por qué perder mi tiempo intentando algo con alguien que no deseaba nada conmigo.

 

Al entrar en la habitación de Médora, la vi más arropada de lo habitual, y eso que aún no llegaba la parte más oscura del invierno.

 

— ¿Tienes frío? Pregunté con preocupación.

 

— Solo un poco — mintió.

 

— Haré traer la hierba fría para que te pongas.

 

— ¿Qué es eso?

 

— Aquella hierba que coloqué en tu cuerpo en el río.

 

Ella se sonrojó intensamente al recordar aquel momento, lo cual provocó en mí una cierta satisfacción.

 

— Gracias.

 

— Para este momento te servirá, más adelante veremos qué hacer para evitar que mueras.

 

— ¿Morir? La chica se sobresaltó y me observó con los ojos muy abiertos.

 

— ¿Acaso no sabes que los humanos pueden morir de frío en temperaturas tan extremas como las que hay aquí?

 

Me mantuve de pie cerca de la puerta mientras conversabamos, mientras ella permanecía en el sofá junto al fuego.

 

— Creí que no podía hacer más frío.

 

— Pues lo hará, aún no llega la parte oscura del invierno expliqué. Si logras pasar eso ya luego será fácil.

 

— ¿Qué es la parte oscura?

 

— Unos días en que la temperatura baja mucho y el sol no se ve.

 

— Suena horrible pareció estremecerse.

 

— Para mí no lo es, pero lo será para ti — observé que había armado en su escritorio un círculo mágico. — ¿Qué es eso?

 

— Estoy haciendo un ritual de protección sobre esa piedra — señaló un pedrusco verde en el centro del dibujo, — veré si puedo hechizarla y si funciona.

 

— ¿Cómo la probarás?

 

— No sé, yo... — volvió a sonrojarse. — Pensaba probarla en mí, llevarla como amuleto.

 

— Es una excelente idea, tú llevas la piedra y yo intentaré atacarte, así veremos si funciona.

 

— ¿Atacarme? — Sus ojos azules se volvieron a agrandarse observándome con temor.

 

— No te haré daño, solo intentaré atacarte.

 

— Bueno, solo falta que se consuman las velas y estará listo — declaró ella tomando su cuaderno que estaba a un costado.

 

Me dirigí hacia la ventana y me senté detrás de ella para observarla. Su cuerpo pequeño no se distinguía debajo de la capa de piel que la cubría. Consideré las opciones que tenía para evitar que ella muriera cuando llegara la oscuridad. Aquí estaba encendido el fuego, y ella estaba muy abrigada, pero sus labios se veían violáceos. Recordé que durante el viaje la había cobijado contra mi cuerpo; tal vez esa sería una opción. O quizás simplemente estaba buscando excusas para volver a tenerla desnuda y en mi lecho...

 

Me sumí en la observación de ella y no me di cuenta de que el tiempo pasaba. En cierta forma, me daba paz estar en su presencia. Además, esta era una etapa tranquila para nosotros, ya que en invierno difícilmente alguien se atrevía a subir hasta aquí. Si ella encontrara la forma de proteger el castillo antes de la llegada del verano, sería lo mejor.

 

— El ritual está completado — dijo ella cuando se extinguió la última llama de los candeleros sobre el escritorio y me miró expectante.

 

— Pues probemos cómo funciona — hablé ofreciéndole una sonrisa.

 

Ella cerró su libro, saltó del sofá y se dirigió a buscar la piedra.

 

— ¿Qué harás? — Preguntó deteniéndose justo antes de que su mano la tomara.

 

— Si te lo dijera estarías preparada, no creo que funcione de esa manera.

 

Sus dedos temblaron casi imperceptiblemente, pero tomó el mineral y volvió hacia el sofá, quedando allí de pie.

 

Di un paso hacia ella y comencé a oír cómo su corazón se aceleraba. Su cuerpo había entrado en tensión, sosteniendo la piedra con mucha fuerza. En caso de que el rito no hubiera funcionado, seguramente me lanzaría sin dudar, lo cual me resultó muy divertido. Tomé impulso y me abalancé sobre ella muy decidido, pero un paso antes de alcanzarla, algo me detuvo. Una barrera invisible se había presentado entre ella y yo. Médora había cerrado los ojos con fuerza, y el olor de su miedo había vuelto fétido su aroma personal. Me carcajeé suavemente, haciendo que ella me mirara.

 

— Lo has hecho muy bien, Médora.

 

— ¿De veras? — Parpadeó un poco y luego saltó emocionada. — ¡Lo hice! ¡Lo logré!

 

— Sí — asentí apartándome un poco. — Ahora intentaremos otra cosa.

 

Di unos pasos de un lado a otro, considerando cómo hacerlo. Aunque la protección había funcionado con un ataque directo, podía ser que reaccionara ante su miedo y no necesariamente actuara de la misma manera en otras situaciones. Entonces, recordé los momentos que pasamos en el viaje y cuando la había mordido. Empecé a dejar que mi olor se esparciera por el lugar y, fingiéndome pensativo, me acerqué a la ventana. Dejé pasar unos minutos en silencio, al punto en que el aroma de su miedo había desaparecido por completo debajo de las feromonas que yo estaba destilando.




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