CAPÍTULO 3.
ACTA DE SILENCIO.
Yo sumaba un nuevo día en el hospital y todo parecía incierto para mí, esa madrugada desperté a las 5:00 Am y llamé a Raquel, le pregunté si ella y mi hijo estaban bien y también pregunté si el Capitán Ronald Flórez le había prestado protección.
Raquel me dijo que Flórez envió un par de hombres para cuidar la casa, según lo dicho por mi esposa, los hombres estaban al pendiente y vigilaban la casa.
Eso me hizo sentir un poco más tranquilo. Después de hablar con mi esposa, pasé un par de horas despierto.
A las 9 o 10 de la mañana, la enfermera Torres me llevó el desayuno y me informó que el Doctor Alvarado estaba afuera.
En cuanto terminé mi desayuno, conocí al Doctor Alonso Alvarado, «¿Qué podría decir acerca de ese hombre?».
Alvarado era un tipo muy callado, no hacía demasiadas preguntas personales.
Aquel hombre conversó conmigo por un par de minutos, revisó mis piernas y dijo que tal vez necesitaría férulas, o también llamadas «muletas».
Recuerdo que el Doctor Alvarado dijo también en varias ocasiones durante la charla, «Que no se explicaba como pude sobrevivir a la explosión con pocas lesiones de gravedad», aunque yo no supe cómo responder, creo que los únicos que podían dar una respuesta a eso son los de Antiexplosivos.
Alvarado me recetó una serie de fármacos y dijo que debía tomarlos según las indicaciones de la enfermera Torres.
Pasados 15 o 25 minutos, el Doctor Alvarado se fue.
Un tiempo después, la enfermera ingresó en mi habitación y me llevó la comida.
La tarde transcurrió de manera normal, a las 2:00 pm de ese día, llamé a mi madre para preguntar cómo estaban las cosas afuera.
Lastimosamente, las llamadas que intenté realizar en esa tarde, no fueron posibles, por alguna extraña razón en ese momento el teléfono mostraba un extraño mensaje en pantalla:
«NO ES POSIBLE CONECTAR SU LLAMADA».
A las 4:00 pm, la enfermera Torres me visitó nuevamente en mi habitación, la mujer lucia nerviosa y exaltada, tras acercarse, Ana susurró a mi oído:
— Dos hombre desean verlo, Señor Cardozo. — Dicen que vienen de parte de la OCVN. —¿Les permito ingresar?.
— Si, déjalos ingresar. Ana — Pero por favor, mantente alerta.— ¿Los guardias que custodian mi habitación siguen ahí? — Pregunté con mucha curiosidad.
— Sí, señor. — Replicó Ana.
— Bueno, entonces… no tendremos problemas. — Déjalos entrar. Ana— Sentencié.
…
Estaba nervioso aunque no lo demostré, no tenía idea de quienes eran esos hombres, lo único que creía saber o suponía era que tal vez eran los tipos de la OCVN.
Finalmente, dos hombres entraron a mi habitación, ambos muy bien vestidos y aliñados, ambos vestían con trajes finos de colores opacos y zapatos Balistreti, uno de los tipos era muy alto, tal vez media un metro con ochenta centímetros, con cejas pobladas, ojos pequeños, mentón prominente, barbado y con cabello negro.
El otro era bajo y robusto, tal vez un metro con setenta centímetros, nariz respingada, ojos anchos, pómulos abultados, cabello aliñado, lampiño y en sus manos sostenía una libreta y un esfero Rochester color amarillo oro.
Yo observé de arriba abajo a los tipos y opté por preguntar:
—¿Quiénes son? Señores. — La enfermera Torres me ha dicho que vienen a verme.
En cuanto terminé de hablar, el más alto de los sujetos, replicó:
— Buenas tardes, fiscal Cardozo. — Espero que no se alarme por nuestra presencia, me gustaría entregarle esto.
Aquel hombre se acercó a mí y me entregó una cuartilla de papel blanco que estaba sujetada en el medio con una grapa.
Tras abrir la cuartilla de papel y echar un vistazo, vi unos números.
«112420»
Era el mismo número que estaba al final de la carta que recibí en el día anterior, en ese momento supe y confirmé que esos tipos eran los agentes enviados por la OCVN.
Sin perder el tiempo, observé a los hombres y dije:
— Son ustedes, ¿No? — Son los tipos de la OCVN.
Tras escucharme, el hombre que me entregó el papel, contestó:
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Editado: 21.11.2021