—No vuelvas a contar conmigo, jamas regreses a esta casa, yo no soy como tu y odio haberte recibido en primer lugar —dije a mi padre, una vez regresamos del viaje.
No me respondió, solo se fue caminando. Esa noche no dormí, tenía tantas emociones juntas que me sentía un loco en un laberinto. Una nueva gotera apareció sobre el techo de la cocina, puse una fuente para retener el agua y preparé unos mates. Al día siguiente no fui a la universidad, salí a caminar por la ciudad, fui al centro, visite una biblioteca, luego me fui a sentar en un banco del parque. Había en el aire que respiraba un aroma extraño, casi dulce.
—Amser Jones —dijo una voz femenina detrás mía.
Voltee rápidamente y vi que se trataba de Elin, se sentó a mi lado con las piernas cruzadas.
—Mi padre Tomas, piensa que vas a ir con la policía —dijo Elin, —solo estoy aquí para saber que vas a hacer.
Yo nunca hubiera imaginado que su padre era el hombre rosado y calvo que conducía la noche pasada.
—No tengo intenciones de ir con la policía.
—Bien dicho —dijo la mujer, me miró con sus ojos marrones y comento —lo que paso anoche fue un crimen, lo sabes, pero los que murieron también eran criminales, si quieres puedes verlo como unas ratas asesinando a otras rata de alcantarilla, a nadie les importa la gente como nosotros.
Elin se levantó de un salto y se fue por donde vino, tan patéticas me parecieron sus palabras, tan poco realistas.
—Yo no soy como ustedes —le dije antes de que se vaya.
—Claro que no, campeón.
Luego de un instante de confusión note que ella había dejado sobre la banca una bolsa de cartón, la agarre y vi que adentro habían billetes, mire en todas direcciones y cerré la bolsa.
Volví a mi hogar apretando el dinero contra mi pecho, sentí una equívoca felicidad al abrirla y ver que se trataban de veinte mil pesos argentinos, pensé que me vendrían muy bien para comprar materia y arreglar el techo de una buena vez, sin embargo ¿Era lo correcto? Me senté y llamé a la única persona sensata que podía ayudarme, Antonela Santillan, mi novia.
—¿Hola? —dijo ella, —estoy saliendo de la universidad.
—Antonella, tengo que contarte algo.
Hubo un silencio, Antonella se apresuró a hablar de nuevo.
—No me asustes ¿Qué ocurre?
Trague saliva, miré por un momento mi hogar, pensé que tal vez lo necesitaba.
—Me encontré una bolsa con dinero, bastante dinero. —Fue mi respuesta final.
Me sentí terrible por haberle mentido. Luego de colgar fui al refrigerador y saqué una cerveza, me sentía incómodo estando dentro de la casa así que salí al patio, el aire de la tarde fue tranquilizador, mire al cielo y estaba naranja como en un sueño. Me senté sobre una banqueta occidada, note sin asombro las raíces deformes y negras que salían de la tierra, un hediondo olor salía de los charcos atrapados entre escombros de ladrillos y metales.
«Tengo que remodelar todo esto». Pensé, luego dirigí la mirada hacia la tumba del ovejero Alemán que alguna vez se llamó Argos, «Tengo otra tumba que visitar», se me vino a la mente mi madre, era imposible estar en aquel sitio y no pensar en ella. «Iré a visitarte, lo juro».
Al dia siguiente me levante con sorprendente energía, me prepare un delicioso té, organize mis carpetas de estudio, agarre un manojo de dinero de la bolsa para comprar algo de comida al mediodía y salí del hogar, pasaría primero por el cementerio y luego tomaría el tres que me llevaría al instituto, compre un oloroso ramo de jazmines, fui un tanto apurado a la tumba y alli me encontre a mi padre Arturo, con un ramo de rosas en la mano.
—Volveré en otro momento —dije al notar que estaba llorando.
—Descuida, muchacho —colocó las flores intentando ser delicado, pero no le funciono, —tu madre hizo que muchas cosas valieran la pena, como tu por ejemplo, fui un tonto al intentar meterte en mi mundo, por eso me ire y abandonare la provincia para siempre.
para mi sorpresa aquellas palabras lograron tocarme, era raro ver a un hombre tan imponente como el llorar como un niño, sin embargo vinieron a mi mente las palabras de Antonela, «El diablo tiene muchos rostros».
—Acepte el dinero que Elin me dejó el día de ayer —le dije a mi padre, antes de que se vaya —sin embargo no fue suficiente.
Arturo se detuvo en seco, se giró y con el rostro esbelto contestó:
—Lo que te llegó es solo el veinte porciento.
—¿Osea que me corresponde cien mil?
—El doble de hecho, —Arturo sacó un cigarrillo y se lo puso en la boca, —le pedí a Tomas que te diera toda mi parte.
—«¿Por qué harías eso?» —Estuve apunto de preguntarle, —¿Qué tienes ahora en mente?
Mi padre se rió como se ríen los fumadores, un fuerte viento sopló arrastrando un centenar de hojas otoñales, el día parecía nublarse.
—Tengo la llave de dinero, creo que te lo he dicho antes, muchacho. —dijo Arturo, —y la puerta que pretendo abrir con ella es muy grande, pero soy algo supersticioso y no me gusta hablar delante de los muertos.
Casi no lo reflexione, tome ese aire frío y dije:
—Vayamos a casa, tengo un té buenísimo.
Luego recordé que tenía clases, sin embargo ya era muy tarde como para ir.