Capítulo 3
La Rara
Salieron de la cocina y se dirigieron a un pequeño cuarto rectangular con las paredes repletas de casilleros con números marcados y candados de combinación. En el medio dos banquetas consistían en todo el mobiliario. Gerard se sentó en uno de ellos y Florentine lo imitó sentándose en el otro, quedando justo uno frente al otro.
—Le extrañará mi visita pero ha sido Martin quien me ha enviado a hablarle —le informó Gerard.
Florentine echó la cabeza hacia atrás, lanzando una carcajada.
— ¡Maldito, viejo! ¡Seguro está echando bromas! —dijo entre risas.
Gerard no comprendió a que se refería pero intuyó que había algún juego entre ellos dos. Si así fuera, no le interesaba indagar sobre el asunto. Siguió adelante con el propósito de su visita.
—Eso no lo sé…pero le diré que es lo que me interesa. Estoy buscando opiniones entre los empleados sobre cómo podemos mejorar las ventas. Estoy consciente que muchos de ustedes tienen buenas ideas que aportar pero simplemente nadie les pregunta. Cuando hablé con Martin, me refirió a usted. Imagino que lo hizo porque confía en su buen juicio para los negocios.
Florentine volvió a reír.
—Mire, joven. Si yo tuviera buen tino para los negocios no andaría de cocinera en ese hoyo…disculpe...no digo que mi trabajo sea malo o que esa cocina sea un hoyo…pero usted entenderá…tampoco es que pueda darme un viaje a Dubai haciendo lo que hago…—respondió.
Gerard rio con ella, comprendiendo lo que decía y apreciando su buen humor.
—Entonces… ¿Por qué cree que Martin me envió donde usted?
— ¡Porque es un viejo condenado que se va pronto de aquí y ya no le importa nada! Seguro le ha gastado una broma…—replicó mirándolo a los ojos como queriéndole decir que le habían tomado el pelo.
Gerard sonrió resignado mientras negaba con escepticismo.
— ¿En verdad lo cree? ¿No será que no me quiere compartir sus ideas por miedo a que no la tome en serio o me burle? —cuestionó.
Ella negó enfática.
—No, señor.
Se quedaron en silencio por unos cortos segundos.
— ¿Tampoco conoce a nadie que usted crea tenga ideas geniales pero hemos pasado por alto? —preguntó sin querer darse por vencido tan pronto.
Florentine quedó pensativa, con la mirada en la nada, como intentando hacer memoria de algún nombre que pudiera ser útil. De momento, salió del letargo y pareció recordar algo.
—Bueno, puede hablar con La Merlina…si se atreve —respondió.
Ahora es Gerard quien ríe confundido.
— ¿La Merlina? ¿Esa quién es? No me venga usted también con alguna broma…
—Por supuesto que no, joven Ingvar. Le llamamos La Merlina en secreto porque ni siquiera sabemos su nombre. Es la chica que trabaja en el departamento de Ventas y Mercadeo. Una muchacha rarísima. Se viste siempre de oscuro y usa zapatos extraños. Casi no habla…es la cosa más rara que hayamos visto aquí…se lo juro. Eso sí, la chica es brillante. Las pocas veces que abre la boca es para decir verdades que nadie le puede refutar. Un diamante puro en medio de la bisutería, yo que se lo digo…
Gerard quedó boquiabierto con la información. ¿Una chica brillante entre los empleados? ¿Trabaja en Ventas y Mercadeo? ¡Es justo lo que necesita!
—Pero… ¿Cómo es que he ido muchas veces a esa oficina y nunca la he visto? Si es así como usted me la describe, no pasaría desapercibida. Me llamaría la atención…—dice Gerard, analítico.
— ¿No le dije que era extraña? Pues le cuento que una vez vio una pequeña oficina cerrada, la que queda subiendo la escalera cerca de los archivos. Un cuartucho tan oscuro y misterioso como ella misma. Le pidió a su jefe que le permitiera trabajar desde ahí. Desde ese día apenas sale y, si lo hace, es para irse a su casa. Casi no come y no estamos seguros de que vaya al baño…
—Sé sobre cual oficina me habla. Fue un error en el diseño y nadie quería meterse en ese recoveco…Vaya…así que trabaja ahí…
—Allí mismo. Pero tenga cuidado, por muy jefe que usted sea, la chica no es de mucha plática y puede ser brusca. Váyase con mucho cuidado, joven —le advirtió Florentine.
Gerard le agradeció la información y se despidió de ella. Cuando Florentine regresó a la cocina, todos estaban a la expectativa de saber para que la buscó el jefe.
—A ver, cuenta que nos morimos por saber —preguntó la mujer a quien le había encargado vigilar el guisado.
Sonrió traviesa ante las miradas que todos tenían puestas sobre ella.
“No fue nada…me invitó a salir pero ya le dije que no. Es muy joven para mí…”—respondió solemne intentando contener la risa. Todos estallaron en carcajadas y nadie le creyó.
Gerard tomó nuevamente el ascensor y subió la estrecha escalera cerca de los archivos que lo llevarían a la oficina que nadie nunca quiso. Dio dos toques en la puerta y esperó. Nadie respondió por lo que giró el pomo para abrir.
La oficina era más pequeña de lo que la recordaba. Con dificultad cabían los muebles básicos de una oficina: un escritorio, silla giratoria, un archivo, una lámpara de piso y un taburete de madera en una esquina que daba la impresión de jamás haber sido usado.
Detrás del escritorio estaba ella. No levantó la vista de los documentos con los que se encontraba trabajando como si no se hubiera dado cuenta que alguien acababa en entrar o quizás ignorando a propósito. Traía el cabello oscuro en un corte recto y simétrico que le rozaba el cuello, la pollina le caía justo donde comenzaban sus cejas. La piel clara, las manos con delicados dedos con uñas sin esmalte y desprovisto de joyas o adornos. El cuerpo se adivinaba esbelto y menudo, oculto tras un vestido oscuro de cuello alto. Usaba anteojos que le iban cayendo en la punta de su nariz perfilada. Estaba concentrada en el trabajo y permaneció imperturbable aun cuando Gerard dio dos pasos al frente y carraspeó como anunciando su llegada.