“Los gatos están destinados a enseñarnos que no todo en la naturaleza tiene un propósito”.
Garrison Keillor
Cabía una pequeña posibilidad de que en alguna parte de esa ciudad su gato estuviera con vida, tal vez extrañándolo, aunque no sabía si eso era posible. Escuchó detrás el ruido de cosas cayendo y vio a Ash intentando alcanzar lo alto de una lámpara, entonces tuvo que ir a impedir un desastre por parte de ese gatito y cuando lo tomó lo miró y sintió un pesar bastante grande.
Abigail salió en ese momento con un servicio para café y vio a Brian abrazando al pequeño Ash con adoración y le indicó:
—Si es como dice el señor Puchi, él volverá a ti.
—¿Crees que me extraña? Digo he escuchado personas que dicen que los gatos no aman y que no extrañan.
—Eso no es así… Los animales se acostumbran a uno y sienten la falta del amo o del que era su proveedor.
—¿Entonces me extraña?
—Sí…
—No sabe llegar a casa—expresó con pesar.
—Tampoco lo veas de esa manera, hay gatos que buscan a su familia que se ha mudado y la localizan—buscó en internet y le mostró:
—Cleo una gata fue tras su familia que la había dejado con su vecina como su nuevo hogar, después de semanas la gata dio con el nuevo hogar de sus dueños.
Eso le dio esperanzas a Brian que comentó:
—Míster Fritz puede sorprenderme, ¿verdad?
—Claro o puede alguien ayudarte devolviéndotelo.
Por la recompensa supuso.
—Como sea, solo espero que no pase necesidad, le encantaban sus latitas bajas en calorías y está comenzando a enfriar.
Miró por la ventana, el clima estaba cambiando y se volvía más frío, pronto nevaría y si él intentaba salir con la nieve y se congelaba… Sollozó.
—Brian…—se acercó a abrazarlo Abigail—él va a estar bien, no subestimes a los gatos.
—Lo imagino en la nieve intentando volver y…
—Todo va a estar bien.
—¿Crees que sea inteligente?
—Los gatos son inteligentes, son muy inteligentes.
Eso esperaba por el bien de Fritz que saliera a relucir su inteligencia felina y pudiera regresar a casa.
Extraño al men Brian
Fritz recordaba la imagen de Brian en ese aparato y se puso triste, el men Brian no era el amo más cariñoso del mundo, pero cuidaba de él, le daba sus latitas y lo llevaba a bañar, aunque eso era lo que más odiaba; sin embargo, lo quería a su modo.
Sally lo notó triste y se acercó a él y lo acarició:
—¿Qué tienes Bigotes?
“El men, Brian…”, gimió.
—¿Qué te duele?
Roy entró en ese momento y vio la escena, entonces le comentó a la pequeña:
—El gato está enfermo, debemos llevarlo al médico, tengo un amigo que es doctor y lo puede revisar, solo dámelo y ya.
La niña no le creía nada, es más, no confiaba en ese sujeto y le preguntó al gatito:
—¿Te duele algo? Pareces triste…
—¿Quieres que lo lleve? Lo puedo llevar, tengo tiempo.
La niña lo miró y le respondió:
—No, prefiero que mamá lo haga.
—¿No confías en mí?
—A ti no te gustan los gatos…
—Oye, niña mentirosa, sí me gustan, solo que no me vuelven locos.
Entonces le preguntó a la pequeña:
—¿Dónde encontraste a ese gato?
—En la calle…
—¿En qué parte de la calle?
—Por ahí…
Esa niña podía desesperar a Job, pero si ese gato era el que buscaban valía medio millón de dólares y con ese dinero podría deshacerse de Rita y de su odiosa hija.
—¿Ya comprobaste si tiene dueño?
—No tiene.
—¿Lo verificaste?
La niña comenzó a fastidiarse y le respondió:
—Sí, y nadie lo busca.
Escuchó el llavín de la puerta y entonces salió cargando al gato y saludó a su mamá:
—Hola, mamá, hay que llevar al médico a Bigotes.
—Es cierto, hay que hacerlo vacunar, castrar… No sé.
Roy preguntó entonces:
—¿Castrar? Eso es una maldad.
—Es una forma de cuidarlos.
—Cortarle las cositas… Eso sí, es una maldad.
Rita meneó la cabeza y quedó en llevar al gato al médico, empezaba a enfriar y tenían que cuidarlo.