El gran día, no llega

VIII

La casa era extremadamente larga, yo nunca había estado por esos lados la misma, ni siquiera sabía que existían.

Mis pulmones quemaban por aire, habíamos corrido demasiado.

Fue entonces que vimos el final del pasillo, no había ningún armario.

—¡Agnes! — la voz de Abbie estaba mucho más cerca.

Miré a Hailee espantada.

—¿Por qué tengo tanto miedo de que se acerquen? — le pregunté a Hailee.

—yo también siento eso.

Hailee miró a todos lados, no había salida. Yo bsuqué y lo único que observé fueron dos puertas a un lado del pasillo.

—Entremos — señalé.

Intenté con una de ellas.

—Esta está cerrada — dije.

—¡No! — el grito fue uno de los más desgarradores que había escuchado —, ¡Ayudenme!, ¡Ray!

Esa era la voz de Miriam.

—¿Qué es lo que está pasando aquí? — mi garganta ardía, estaba temblando, lo sabía, me sentía temblar como nunca.

—No lo sé, no lo sé — Ella lloró, también.

—¡Corran! — gritó Miriam de nuevo —, ¡Huyan!, ¡Linn!, ¡vete!

Sollocé con fuerza, estaba espantada.

Hailee abrió la otra puerta y esta sí cedió, inmediatamente, ambas entramos y cerramos la puerta detrás de nosotras.

Estaba todo oscuro, no podíamos ver nada. Busqué el interruptor y encendí la luz.

—¡Oh, Dios mío! — Hailee ahogó un grito.

Y entonces en cuanto me giré pude comprender.

En medio de la habitación había una mesa con sillas a su alrededor, algo parecido a un comedor de lujo.

Y encima de este...

—¡Támara! — salió de mis labios —, ¡oh, no!

Su abdomen estaba abierto, todos sus órganos estaban afuera, incluso habían Dos platos en la mesa. Ambos estaban llenos de sangre, carne y residuos.

—Han comido de ella — sollozó Hailee.

Y era visible, yo me aferré a ella con fuerza.

Los brazos de Támara estaban cortados, tal como cortas un pedazo de carne del muslo de un cochino.

Habían comido de ella.

—Son...

La puerta se abrió a nuestras espaldas. Ambas gritamos como nunca lo habíamos hecho.

—¿Chicas? — preguntó Agnes —, ¿pero qué hacen aquí?

Su voz era dulce, la misma delicada y educada voz de la chica que conocía desde que tenía diez años.

Pero todo su aspecto revelaba el monstruo que era.

Su pijama de seda blanca estaba llena de sangre, su mirada estaba desenfocada y tenía una sonrisa que solo la hacía lucir más tenebrosa.

—¡Eres una canibal! — espetó Hailee en un grito.

Los labios de Agnes formaron un puchero nada inocente.

Hailee fue jalándome hacia atrás. Yo sabía que me estaba aferrando con más fuerza de la necesaria pero tenía demasiado miedo.

—Yo no usaría esa palabra — dijo caminando lentamente adentro de la habitación —, yo simplemente disfruto de mi especie.

Fue allí que pude observar que sus uñas estaban cubiertas de sangre también.

—¿Por qué? — pregunté temblando —, somos tus amigas, ¿por qué nos haces esto ahora?

Mi espalda baja chocó con la mesa de madera. Sentí mi estómago revolverse, allí estaba Támara.

—Nunca puedo contenerme al operar — agachó su cabeza —, lo siento, realmente lo siento.

Al levantar su rostro, sus ojos estaban cristalizados, parecía que estaba arrepentida, abatida. Pero yo no creía en ello.

—No tenías que hacernos esto, somos tus amigas, nos conoces desde siempre — repetí —, éramos tus damas de honor.

—Lo sé — bajó su cabeza de nuevo y jugó con sus dedos —, pero ver a Támara así, yo no pude contenerme.



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En el texto hay: pscopata, miedo, desconocido

Editado: 19.07.2018

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