El gran dilema

Capítulo 2: Celos.

Un ligero calor se había propagado por la habitación. De esos calores húmedos pero agradables que a tal velocidad como aparecían, desaparecían cuando dejaba de ser generado. Emily sonreía sutil mientras acariciaba con sus dedos el ahora más despeinado cabello del hombre.

No hacía falta decir cuánto había extrañado aquella placentera rutina, ver sus hoyuelos asomar tan pícaros en sus mejillas, tan sugerentes y divertidos. Copió su gesto, aun sabiendo que ella no tenía hoyuelos que presumir, y que sus gestos sugerentes no iban a ser igual de atractivos con una ligera capa de sudor cubriéndole un poco el rostro.

—Por cierto; hola, Danton, bienvenido —murmuró sonriendo aún más amplio, removiéndose ligeramente entre los brazos del mismo para poder quedar cara a cara en una posición más cómoda.

Sus cuerpos estaban enredados bajo las cálidas sábanas grises, la pierna derecha de Danton tenía atrapada la izquierda de Emily, agotados y felices por el reencuentro.

—Ah, hola, recién me percato de que estás aquí —ronroneó guiñándole uno de sus verdes ojillos con la misma picardía que mostraban sus hoyuelos.

Emily entrecerró los ojos simulando que le había hecho la peor de las ofensas y depositó un casto beso en sus finos labios antes de comenzar a desenredarse del cuerpo del hombre para poder levantarse.

Quería hacer algo bonito por él, algo aparte de la fogosa bienvenida, así fuese hacerle un simple té o cocinarle una rica comida casera. De esas que seguro no probaba desde su viaje, un par de días antes del cumpleaños número veinticinco de Emily, cuando la misma había puesto todo su empeño en hacer una presentable ratatouille de despedida.

—Oh, que cálido, luego de un mes —reprochó simulando estar aún más ofendida—. Un mes y todo lo que haces es montarme como si fuese un poni de feria —Danton lanzó una ligera risa ante el apelativo con el que la chica se había etiquetado—. Y aun así te parece gracioso.

El hombre la tomó por la cintura con sus fuertes brazos antes de que esta lograra salir de su alcance, devolviéndola a la cama entre juguetones tirones, pegando la espalda pálida y plagada de lunares de Emily a su trabajado pecho. Sus respiraciones se agitaban ante la ligera descarga eléctrica que provocaba tal cercanía, la fricción entre sus pieles siempre los agitaba, pero en cuanto recobraban la compostura las mismas se acompasaban, iban ligeramente a la par de manera pacífica.

—Primero: lo de la montada fue mutuo, si se te hizo una laguna te puedo refrescar la memoria en cualquier momento —replicó contra su cuello, sosteniendo sus brazos en equis a pesar de saber de antemano que ella no se escaparía—. Segundo; no tengo nada para decirte que sea más importante o interesante que esto.

—¿Nada? —cuestionó en tono lastimero y aniñado.

—Nada —reafirmó olisqueándole el cabello a Em hasta dar con su oreja, la cual mordisqueó levemente—. Pero si de alguna manera sigues sintiéndote herida... —canturreó—, supongo que es algo que se puede reparar con unas vacaciones en la cabaña de Big Sur.

A Emily le temblaron las piernas ante el recuerdo de sus pequeñas vacaciones a solas en Big Sur, las playas al atardecer, las cascadas magnificas y la plena vista de la luna emergiendo desde las montañas de Santa Lucía, todo proyectando un ambiente romántico, estimulante y pasional.

Big Sur era lo que muchos definían como su nidito de amor, y Emily lo adoraba.

—Más te vale —lo amenazó volteándose para darle un sutil beso en los labios—. Iré a ducharme, luego haré de cenar.

Él la soltó no sin antes darle una ligera caricia en el cabello que la colmó placer, quizás también perdido en los cientos de detalles de aquel magnifico lugar.

—Está bien, yo dormiré un rato —murmuró retirando la mano de los suaves cabellos de Emily para poder tallarse los ojos con lentitud, como un niño que está rendido ante la comodidad y el agotamiento—. Si no estoy despierto para la comida, déjame seguir durmiendo. Fueron muchas horas, nena, y mañana es el cumpleaños de Jamie...

—Claro —murmuró mientras buscaba ropa limpia en sus cajones.

Ropa interior linda. Ya no más cómodos calzones de abuela, desgraciadamente, Danton merecía el sacrificio de una incómoda pero atractiva tanga. Tomó su pijama de conejitos y abrazó todo a su desnudo cuerpo, algo congelado por el repentino frío que se había presentado con el anochecer, más alejada de la cálida complexión del hombre. Caminó hasta la puerta y antes de salir observó a Dan por última vez, no se había movido de su posición—. ¿Danny?

—¿Si, pequeña? —dijo levantando un poco la cabeza, aún con los ojos cerrados.

—Te extrañé.

Una media sonrisa le iluminó el rostro durante un segundo.

—Y yo a ti —susurró dulce y somnoliento. Cayendo en sopor apenas en segundos.

. . . .

Luego de una ducha renovadora se dirigió a la cocina intentando encontrar algo qué cocinar. Los productos en su heladera no coexistían entre sí para formar algún plato presentable y terminó preguntándose qué carajos había estado comiendo los días antes de que Danny llegara.

Aun asombrada por su falta de memoria, tomó unos huevos, un poco de leche y se decidió por hacer tortillas a la francesa. Estaba cansada y no tenía deseos de pensar en algo más elaborado, mucho menos siendo que Danton estaba durmiendo como una roca y no se movería de la cama ni aunque Claudia Schiffer le estuviese bailando desnuda al lado.

No necesitaba lucirse, solo embuchar el estómago.

Comió lento, asediada por el cansancio, guardó las sobras en el microondas y arrastró sus rojizas pantuflas de zorrito hasta la habitación. Danton seguía en la misma posición en la que se había quedado, pacífico y fuera de este mundo. Emily lo contempló con dulzura mientras se decidía por sacarse el pijama, dispuesta a fundirse en el mismo sueño que el hombre, con las pieles lo suficientemente juntas como para compartir cada pequeño grado de calor.



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En el texto hay: contrato, amor, actor

Editado: 15.07.2020

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