La casa de Danton estaba demasiado quieta y tranquila. Él y Jamie se habían retirado media hora antes, apenas a una hora de haber llegado de Big Sur, y todo lo que se podía respirar en el solitario ambiente que rodeaba a Emily, era simple y llano frío.
Los muebles rústicos que adornaban la sala comenzaron a verse apagados apenas el tono anaranjado del atardecer había comenzado a marcharse, a las siete quince en punto, sumiendo a todo en una semi oscuridad adormecedora.
Antoine había entrado a encender la chimenea, y Emily comprendió, al ver las brasas comenzar a arder, que el frío que la recorría no era externo. Todo lo que había vivido en cuestión de horas la había entumecido por dentro.
—Chris no tarda —comentó el hombre dejando el mando sobre la mesa y observándola con ojos pasivos—. Apenas llegue a la casa me llevaré a Artie a la universidad, ¿está bien?
Emily asintió y el mayor de los Lane se retiró de la sala a paso cansino, dejándola sola en aquel enorme ambiente.
Se cubrió hasta la nariz con la manta que Danton le había proporcionado antes de irse. Habría deseado ir con él y Jamie, pero no era correcto, era un dolor familiar y ella no era parte de la familia.
Como amiga del hijo de la viuda y novia del padre del hijo de la misma, debía atenerse a que su papel actualmente se reducía a esperar.
—Hola —murmuró una voz tras Emily, acompañado del cuerpo menudo de Artie Dunne, quien se aposentó con lentitud junto a ella en el sofá.
—Hola —contestó escasamente poniéndose algunos de sus alocados cabellos detrás de la oreja. Desde que había comenzado a teñírselo de color chocolate, el mismo lucía cada vez más incontrolable.
—Sé que es un momento de mierda —agregó con rapidez pasando la mirada de Emily a sus propias manos—. Pero como antiguo consejero grupal de mi preparatoria me veo forzado a decirte; cuando menos te lo esperas, sale el sol —agregó con un enorme suspiro final, como si de hecho se sintiese forzado literalmente a animarla.
Emily asintió lentamente, volviendo la mirada al fuego que había frente a ella.
—Bien, bien —suspiró Artie palmeándose las rodillas—. Nunca fui bueno para los consejos, de hecho, la buena era mi madre. Ella decía que el corazón era solo un músculo, y tanto como a cualquier otro músculo había que ejercitarlo, no para dejarlo duro como una roca, si no para… elastizarlo… flexibilizarlo —explicó, ganándose la atención de Emy por completo—, como… como esos nuevos pantalones que se amoldan a la figura de las personas. Ceden ante cualquier proporción —agregó provocando una minúscula risa sincera en la chica—, aunque sea desproporcional.
—Entiendo el punto —exclamó Emily deteniéndolo con una mano en alto, pero sin borrar la sonrisa que le había sacado—. Y sí, a pesar de que no tiene nada que ver con la situación actual, tu madre da mejores consejos.
—Lo sé —rió Artie pasándose por el brazo el bolso que había traído, al tiempo que el portero sonaba anunciando la llegada del padre de Emily.
El hombre se encontraba en Los Angeles, no en Hollywood, pero si cerca.
—Bien, esa es nuestra canción de retirada —aclaró Antoine colocándose una chaqueta y tomando las llaves de la camioneta de Danton entre sus dedos.
—Nos veremos pronto, Emily —saludó Artie, siendo tomado del hombro por Antoine para acompañarlo a la salida.
—¿Qué te dije sobre tratar de ligarte a mi cuñada? —susurró a lo lejos el hombre provocando una suave risa en Emily y una inaudible excusa nerviosa en Artie Dunne.
Ambos se pararon un rato fuera a conversar un par de escasas palabras con Christopher, Emily no entendió mucho de que iba, pero quedaba por descontado de que hablaban de Laurent Lippi, de Danton, de Mimi, de Jamie e incluso de ella.
—Emily —saludó serio su padre, trotando hasta ella para estrecharla en un abrazo—. Llegué tan pronto como pude, lo lamento.
—No te preocupes —le sonrió correspondiendo a aquellos brazos cálidos y familiares casi con desesperación, el cabello de su padre le proporcionó el ligero aroma de lo conocido, de la seguridad que necesitó desde que Danton le comunicó el deceso de Laurent—. ¿Cómo estás tú?
El hombre suspiró rompiendo el abrazo y dejándose caer como peso muerto a su lado.
—Todo muy bien —comentó con una gran sonrisa—. Algo agotado del trabajo, pero nada del otro mundo.
Emily levantó las cejas con una mínima sonrisa;
—¿Desgastado por los niños?
Christopher actualmente trabajaba como uno de los camarógrafos de un reality show llamado «Niños ricos de Beverly Hills» y aunque la paga era buena, el trabajo en sí podía catalogarse de alto riesgo por incontables situaciones. Enfrentamientos con gorilas cuando los niños —en realidad, adolescentes— entraban a clubes o fiestas privadas, horas de cintas gastadas en una conversación banal y superflua que la misma tiene con una estilista mientras le hacen manicura, berrinches imposibles de controlar, llantos, gritos, novios enfadados dispuestos a repartir golpes a quien sea que estuviese retratando el momento.
«Nadie dijo que ser un consentido era fácil» rezaba el slogan, pero más difícil que perseguirlas con una cámara y soportar sus manías, no existía.
—La gente rica me saca de quicio, siempre con sus blah blah y sus «háblale a la mano» —pronunció con suma rapidez, desinflándose en un suspiro que lo enterró más en las profundidades del mullido sofá—. Toda la gente acaudalada me cae mal… salvo Iron man, y claro, tu novio.
—Lo bueno es que tienes paciencia —lo consoló Emily, haciéndolo poner los ojos en blanco;
—Lo bueno sería que no se fuera, porque la paga es buena —respondió haciendo referencia a su paciencia, soltando una de sus bonitas sonrisas luego—. ¿Deseas ver algo?
Emily se lo pensó un momento, asintiendo.
—Tomates verdes fritos.
—Perfecto —sonrió su padre tomando el control remoto y buscando la película antes dicha en Netflix.