Un enorme vacío le aquejó la parte baja del estómago y con llano deseo de dejar de existir por al menos dos minutos, se arrojó nuevamente en la cama.
Deslizó piernas y brazos por el colchón y volvió a reposar la cabeza sobre la almohada. Intentando encontrarse a sí misma en la quietud de estar bocabajo, con todos los problemas aplastándola contra las sábanas color melocotón.
No quiso moverse por un rato, se sentía desmerecedora de ocupar más espacio en el mundo, así el mundo en ese momento fuese solamente la cama cruelmente arreglada que había bajo ella. Sin embargo su quietud se vio violentada. El teléfono sobre la mesilla reclamaba su atención con demasiada insistencia como para ignorarlo.
Lanzó un angustioso suspiro y entre manotazos cazó el aparato, calzándolo entre su hombro y su aplastada cabeza, en una posición bastante incómoda incluso para aceptar la llamada.
—Hola...
—Emmilianne, no te diré más, sólo iré a tu casa con el tinte para tu cabello y un imperial ruso del tamaño del trasero de J-Lo.
—Apresúrate —murmuró la chica, oyendo como en respuesta, del otro lado de la línea, que Harlem simplemente cortaba la comunicación.
El modisto sabía lo que había sucedido, porque en pocas palabras había estado allí, en la exacta misma sala de cine. Y aunque al igual que Danton, había salido a buscarla con ansiedad, a diferencia del mismo, Harlem sentía la plena curiosidad de saber porque había huido de uno de los momentos más importantes de su novio.
Se obligó a si misma a levantarse de la cama, de manera trabajosa, acomodar un poco la sala de estar y la cocina antes de que su amigo llegara, desocupar la mesa para así poder colocar cada implemento que él trajera y desocupar por un momento la cabeza de todo lo acontecido desde que Danton había vuelto de Irlanda.
Desde que todo había comenzado a desgranarse.
.. .. .. ..
Harlem escuchó a Emily pacientemente mientras ambos comían el delicioso y altamente calórico postre acompañado de un café semi amargo antes de comenzar con la rutina que llevaban hacía un tiempo de peluquero improvisado a cabello desinteresado.
—Opino que no era para tanto, es decir, las has pasado peores —explicó naturalmente dejando los platos ya vacíos en el fregadero.
—No, créeme esto es lo peor —exclamó Emily limpiando los restos que habían caído en la mesa.
—Por Dios, Emmilianne, millones de veces han habido escenas subidas de tono en películas de Danton y nunca te habías puesto así.
—Fue la manera en la que Mona me... «enfrentó» para contarme como se lo...pasó de bien —murmuró sintiéndose ahogada ante el recuerdo de aquella sonrisa casi enfermiza.
—Lo sé, eso es de harpía —comentó el hombre terminando con los platos para iniciar la preparación del tinte color chocolate—. Pero afirmo que habrías podido entrar de vuelta a la sala de ese cine y solo cerrar los ojos en esa única escena que duró no más de medio minuto.
Emily suspiró con pesadez, observando el pincel de tintura y sus estrafalarios dibujos de osos pandas.
—Créeme, no hubiese podido. No soy tan valiente...
—Oh, sensible Emmilianne —canturreó tomando el ultimo sorbo de su café y llevándolo al lavabo para tener la mesa libre de cualquier objeto frágil que pudiera perecer ante sus exagerados movimientos—, mi muy sensible Emmilianne, si no te conociera, diría que estás embarazada.
Una próxima risa salió de la garganta de Harlem y Emily quiso acompañarlo, reír ante la absurda idea de ella cargado un bebé. Uno de Danny, con una sonrisa luminosa y unos preciosos ojos verdes. Sin embargo algo atascado en su garganta se lo impidió. Algo poderoso y exhortante, que le decía sin mucha discreción que la situación era completamente... ¿posible?
Sus ojos se agrandaron ante la posibilidad sin poder disimular su repentino terror. Harlem dejó caer el pincel que traía en la mano, observándola boquiabierto;
—¿Cuándo fue la última vez? —cuestionó entre balbuceos, abriendo una de las sillas para sentarse y darse aire con el papel de las instrucciones.
Emily lo observó perdida, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo.
—Ammm, lo hicimos hace un par de días, pero nos cuidamos —sus ojos se fueron de nueva cuenta a la nebulosa que era su cabeza.
—¿¡Qué!? ¡No hablo de sexo, hablo de tu periodo! —Chilló Harlem moviendo la mano frente al rostro de Emily para que ésta reaccionara.
La aludida se mordió el labio intentando recordar la última vez que había usado un tampón o cualquier otro implemento femenino. Pero le era imposible hacer memoria al respecto.
—No lo recuerdo —murmuró asustada, observándolo con miedo.
—¿No recuerdas? —chilló incrédulo.
—No soy muy regular —se excusó bajando el rostro con las mejillas rojas.
Harlem lanzó un prolongado suspiro, tamborileando los dedos sobre la mesa.
—Muéstrame el calendario donde anotas los días —se apresuró a decir con gestos de haber tenido una gran idea. Emily negó con la cabeza aún más avergonzada.
—No...anoto los días...
—¡¿Qué clase de mujer no anota sus días del mes?! —chilló frustrado el modisto chocando su cabeza contra la mesa.
—¿Una muy confundida? —cuestionó con una mueca de terror absoluto que llevó a Harlem a tranquilizarse un poco.
—Bien, bien, no importa —susurró levantando las manos en son de paz—, comprarás un test de embarazo y listo.
Emily se mordió el labio y negó con la cabeza repetidas veces;
—No...
—¿Qué?
—No lo demos por sentado, no puedo estar embarazada, Harlem —se levantó de la silla, apoyándose contra el lavabo, enumerando los posibles síntomas que venía acarreando desde hacía una semana—. No puedo, no ahora justamente.
—¿Por qué no? Arreglaría su relación.
—Un bebé no es pegamento, Harlem, es un ser humano —su terror crecía a pasos agigantados ante cada probabilidad, y ante el inmenso futuro que podría conllevar algo tan pequeño.