El llanto se elevaba incontenible y Emily ya no sabía qué hacer, puesto que no era ella la dueña de esas lágrimas, de ser así, se habría tomado un café para acompañar mientras veía viejos capítulos de The X-Files e imaginaba que era la inteligente y decidida Dana Scully por al menos unas tres horas reloj.
Emily no lloraba, se había pasado dos días llorando por lo que nunca tuvo y por los kilos y kilos de angustia que acarreaba su periodo. El que lloraba desconsolado, sin embargo, era Harlem.
—¿Por qué? Yo ya había comenzado a diseñarle ropita a Danton Junior —sollozó el hombre—. Pensaba en mi discurso de padrino cuando lo bautizaran.
—Tranquilízate, Harlem.
—¿¡Que me tranquilice!? ¿Cómo te atreves? Acaba de morir mi mayor ilusión —exageró, como era usual en él—. Danton Junior era lo mejor que me había pasado en meses.
Emily dibujó una mueca de incomodidad.
—Harlem, detente, no me...no me pone feliz que me lo remarques tanto —le susurró con tranquilidad y pena.
Lo cierto era que, al menos en varios aspectos, para ella también había sido lo más rescatable de los últimos tiempos. Lo único levemente colorido entre tantos grises, blancos y negros.
—¡Ay! Lo siento, soy un inútil —exclamó para echarse a llorar nuevamente.
—No, no, tú sólo debes tranquilizarte, cuesta, pero lo lograrás —palmeó la espalda curvada de su amigo con paciencia y cariño. Al menos tenía a alguien que pudiera sentirse mal como ella, aunque eso sonara egoista.
Harlem respiró hondo y se enjugó las lágrimas, moviendo los hombros en espasmos de angustia.
—Me prometes que tú y Danton volverán a intentarlo.
La chica se encogió de hombros y negó lentamente.
—Él siquiera se enteró de todo esto —comentó—, de hecho, Danton y yo no estamos en el mejor momento.
—¡Oh, no me digas eso! —murmuró mirando hacia un costado, por la ventana del café en donde Harlem estaba ofreciendo todo ese numerito que había atraído la mirada de varios curiosos.
Emily se autogolpeó por no haber sido lo suficientemente lista como para saber que algo así sucedería. Debió haber esperado hasta que estuvieran en el departamento.
—Lo siento —se disculpó, a lo que rápidamente comenzaron a reír.
—¿Y si vamos al cine? —cuestionó Harlem luego de un rato, con las tazas tristemente vacías y los croissants devorados.
—¿Al cine? —cuestionó Emily, algo desganada.
—Oh, vamos...hay una nueva película en la que trabaja Benicio del Toro —canturreó moviendo su dedo en espiral—. No puedes decirle que no a Benny.
Emily sonrió, aún desganada, pero más dispuesta a perder la consciencia por al menos dos horas con su amor platónico. Luego seguiría sufriendo por su amor real.
.. .. .. ..
Ambos llegaron al departamento riendo a carcajadas. El frío les helaba los pies, las mejillas y la punta de la nariz, razón suficiente para que el rostro pálido de Emily estuviese encendido como si el sol hubiese obrado allí.
—Ahora que lo sé, me tomaré tres botellines de cerveza —comentó, haciendo referencia al no embarazo que transitaba, sacando la llave para abrir la puerta—. Y estaré roja por los motivos correctos.
Harlem largó una carcajada enloquecida y ambos entraron al cálido departamento.
Los ánimos habían cambiado, ya no había tragedia, sólo una futura anécdota muy graciosa de cuando Emily creyó estar embarazada, pero que sólo era el monstruo pre-menstrual haciéndole una jugarreta. Se imaginaba a sí misma relatándolo en las reuniones con amigos, a Danton llorando de la risa mientras ella contaba anécdotas del inexistente Danton Junior. O bien en las tardes de té, rodeada por Harlem, Mina, Aurora y Marmee, riendo como locos de aquella estupidez mientras comían deliciosas porciones de pastel de chocolate.
Casi podía sentirlo, el regusto del chocolate y la carcajada en su garganta, sentir que todo estaba bien, que todo sería más fácil de ahora en más.
Pero estaba equivocada.
Apenas vio a Danton levantándose del sofá de su departamento semi oscuro, completamente serio, supo que algo terrible iba a acontecer.
—¿¡Qué carajos es esto!? —gritó agitando el teléfono que traía en la mano derecha con los dientes apretados—. Felicitaciones Danton...todos mis amigos me están... ¡Estoy tan avergonzado!
—¿Qué? —cuestionó Emily, algo asustada con la reacción del hombre.
—¿Estas embarazada? —continuó gritando, dejándola en blanco.
—No lo estoy —le respondió ella asombrada por la pregunta, sintiendo casi cual respuesta como la sangre le bajaba y abandonaba su cuerpo en aquel asqueroso estado del mes.
Observó a Harlem y le indicó con un movimiento de cabeza que se fuera hacia la habitación. No tanto para protegerlo del mal rato, sino para remarcarle a Danton que no estaba dispuesta a terminar arreglándolo todo sobre la cama, como se había acostumbrado él últimamente.
El modisto asintió con cara de miedo, bordeó el pasillo y fue hacia la habitación, entrecerrando la puerta.
—Entonces inventaste un embarazo —afirmó Danton luego de seguir con la mirada a Harlem hasta que se perdió.
—N... —comenzó a decir, pero de hecho, sí lo había hecho, se lo había inventado en su cabeza, había dejado que una duda se convirtiera en un hecho, y ahora no sólo se sentía estúpida, se sentía humillada—. Si —terminó de mascullar con lágrimas de rabia en los ojos—, creí estarlo, pero no lo estoy, ¿contento?
—Creíste estarlo... —rio Danton, pero no era una risa de burla, para nada—. ¿Se lo dijiste a todo el mundo, salvo al idiota del posible padre, sólo porque creíste estarlo?
¿Posible?
—Yo no se lo dije a nadie —chilló enjugándose las lágrimas antes de que estas marcaran un trayecto por sus mejillas. Luego recordó a Marmee y se preguntó si ella sería capaz de esparcir el rumor luego de que Emily le rogara que no lo hiciera. Sabía que Harlem había mantenido el pico cerrado, lo conocía.