Danton observó su taza de café con total dejo de distracción, perdido en la suave música y la deseada paz que esta le ocasionaba.
La cafetería se hallaba medio vacía y las pocas personas que estaban allí —la mayoría ancianos— parecían no reconocerlo. Unos pocos, la minoría, solamente lo miraban de vez en cuando con tintes de reconocimiento en la mirada.
Pitó su cigarro y dejó que el humo se enroscara a su alrededor, impregnando, su ropa, su piel y todo el sector de fumadores, vacío a excepción de él, hasta ese momento.
—Hola, lindo, no esperaba encontrarte por aquí, tan solito —ronroneó la voz oscura y juguetona de quien había estado esperando por más de media hora.
Danton puso los ojos en blanco y el interpelado largo una carcajada profunda.
—Peter, deja de joder y siéntate —masculló señalando la silla frente a él.
—Vamos, cariño, más risas que en poco voy a ser un señor casado y ya no voy a poder reírme más —bromeó el hombre sacándose la pesada americana negra para colgarla del respaldo de la silla caoba.
—Esa fue tu elección.
—Y el que esté hoy aquí en vez de pasando una mañana muy romántica con mi futura esposa fue tu elección —contraatacó el hombre levantando la mano para llamar a una de las camareras apoyadas en la barra de café.
—Vete con tu futura esposa entonces.
—No te me pongas loca y celosa, Danton, tu sabes que eres mi número uno—sonrió, molestándolo con el mismo chiste que usaba desde hacía veinte años, haciéndolo sonreír de igual manera—. ¿Me dirás que sucede o seguirás quejándote?
La camarera se aproximó y tomó su pedido con rapidez.
—Nada, sólo quería un poco de la vieja normalidad —respondió Danton dándole un sorbo a su no tan caliente café.
—¿La vieja normalidad? ¿O sea sexo drogas y rock and roll? —cuestionó Peter entornando los ojos pícaramente.
Danny frunció el ceño, mirando para un costado.
—Eso no era normal.
Peter, sin embargo, pareció no llevarle el apunte.
—Teníamos sexo todo el día, con quien quisiéramos, no había una maldita restricción para nosotros...y las drogas... ¿lo recuerdas?
—Preferiría no hacerlo —confesó Danton intentando regresar a la papelera todos los recuerdos que tenía de aquellos tiempos de constante y poco saludable frenesí.
—Nunca fue nada grave —desvalorizó Peter, quitándole importancia con un movimiento de mano—. Nunca fuimos adictos, ni nos internaron y nos detuvimos cuando nos teníamos que detener.
La camarera volvió con el simple café negro de Peter y el pan danés. El aludido agradeció y sin siquiera dar un primer sobo, sacó su cajetilla de Lucky Strike y prendió un cigarro.
—No, pero hicimos idioteces, muchas —aclaró para que Peter recordara que estaban teniendo una conversación que iba en camino a ser seria.
—Que no te avergüence, ya te dije que esos muchachos desaparecieron, no queda ni rastro de ellos en nosotros —enfatizó encogiéndose de hombros—... lo que... lo que sí; el otro día me encontré con un par de nuestras novias no tan oficiales, Gracelyn y Tiffany, ¿las recuerdas a ellas?
—Vagamente —confesó Danny rascándose el mentón, intentando recordar con cuál de las dos había estado, o preguntándose si había alguna con la que no hubiese estado.
—Fue antes de que tengamos los veinte —puntualizó Pete para que Danton rememorara mejor—, ellas tenían nuestra edad.
—Sí.
—El punto es que las vi, estaban ahí, y simplemente no eran ellas, hermano, tenían arrugas en las arrugas y plástico en el plástico. Estaban viejas, Dios, viejas a los cuarenta...viejas y con nuestra edad...no quise verlas mucho así que voltee este perfecto rostro —murmuró señalándose la cara con ambas manos para enfatizar que era bello, algo que le sacó una sonrisa a Danny—, a mi futura esposa, despampanante, un metro setenta, cuerpo que hasta las modelos envidian y una piel con los últimos vestigios del acné, ¿y sabes que sentí Danny? —cuestionó observándolo, el aludido se encogió de hombros, sin saber muy bien que podría correr por la cabeza de Townsend en un momento así—, sentí miedo, porque, hermano; llegue a la conclusión de que estamos viejos. No viejos de arrugas, viejos de vida, ¿me explico?
Danton abrió la boca, pero de ella no salió nada. Tomó el cigarro y le dio la última pitada antes de que se consumiera del todo.
—Sé que quieres llegar a un punto.
Peter sonrió, una de esas muecas satisfechas que hacía de vez en cuando, cuando estaba en presencia de alguien que sabía que a la larga entendería lo que estaba diciendo, porque, de hecho, estaba interesado en saberlo. Danton era de sus favoritos, porque solía ser adicto a sus argumentos y consejos.
—¿Sabes lo que dicen? —cuestionó acodándose sobre la mesa redonda—. Dicen que queremos volver el tiempo atrás, sentirnos jóvenes otra vez...pero no es así. Ya fuimos jóvenes, por mucho tiempo, ya vimos, fuimos, probamos, vivimos y sobrevivimos muchas cosas que no queremos ni necesitamos repetir —explicó con su habitual clara rapidez—. Ahora es tiempo de crecer. Elegimos con quien crecer. Yo crezco con Aurora, no porque sea joven. Sino porque la amo.
El inconsciente de Danton fue aún más rápido que él y lo traicionó trayendo un recuerdo de Emily.
Era nítido y perfecto, como si hubiese ocurrido el mismo día anterior. Ambos, en traje de baño, en las preciosas playas de Big Sur una noche de enorme luna llena, persiguiéndose el uno al otro mientras la blanca espuma les salpicaba los pies. No importaba, porque de todas maneras se mojarían. Reían, solo reían, no cruzaban siquiera una simple palabra, porque no era necesario. El momento lo decía todo; estaban juntos y eso era lo que importaba.
De un momento a otro el recuerdo fue reemplazado por la imagen de Laurent en su cajón, maquillado e irreconocible, vistiendo el traje que había usado en su boda con Mimi. Mimi llorando, inconsolable, destruida por completo.