Emily había llegado del trabajo pretendiendo tomar un simple baño y ponerse uno de los viejos vestidos comunes que Harlem le había hecho para ocasiones normales.
La bienvenida a Ophelia era una fiesta a la noche, pero no una gala, así que no habría problema alguno y ningún apurón. Todo sería simple y rápido, tal cual su estadía en esa celebración, ya que en la misma estaría Danny, y estaba tratando de evitarlo lo máximo posible para no malograrse a sí misma.
Sin embargo, a pesar de que sus planes tenían una base que creía irrompible, el encontrarse a Harlem y Cranberry en su departamento hizo que todo su plan lleno de simplezas se diera vuelta patas para arriba.
Vestido, mascarillas, cremas, maquillajes y la total y cruel depilación de su cuerpo. Cosa que nunca había hecho porque se sentía cómoda siendo un oso y a Danny nunca le había molestado.
Ahora le dolía la existencia y el cuerpo por completo y sólo le quedaba cabello en la cabeza.
La encremaron, la mandaron a ducharse y luego la volvieron a encremar.
Le parecía una locura, pero no tenía argumentos válidos. No los tenía. Cualquier cosa que dijera podía ser usada en su contra. Porque en cuanto el salón de belleza se abría, se abría también la corte.
Con suerte, Antoine llegó para el final, cuando ya estaba toda despellejada por las hienas de la moda y a punto de ser enfundada en un vestido casual, pero nuevo.
Harlem lo sacó de su bolsa y fue como si desenfundara la noche.
El mismo era de un azul tan oscuro que a simple vista podía ser confundido con negro, el strapless iba ceñido hasta la cintura, donde se soltaban capas de tul hasta arriba de las rodillas, donde terminaba el vestido.
Pequeños y sobrios brillos como estrellas esparcidas le daban el aspecto de un prolijo cielo nocturno. Era simplemente maravilloso.
—Le hace como un loco contraste con los lunares que vienen naciendo desde tu espalda —le comentó Harlem mientras subía el cierre y le prendía el broche que dejaba media espalda descubierta. El cielo y las estrellas de Danny. De ahí venía su propia y nostálgica comparación.
—Aun no entiendo porque no vamos todos juntos... —susurró mientras el hombre recogía sus cosas.
Fuera del departamento la luminosidad del día se iba extinguiendo con la urgencia justa del invierno.
—Cosas que hacer, Emmilianne, nosotros también tenemos que prepararnos —dijo Harlem acomodando todo entro de un bolso.
—Verdad, lo siento —murmuró sonrojada. Sin embargo, todo el repertorio de prepararla le sonaba a la misma historia de siempre, donde todos conspiraban para unirlos de vuelta.
—Te conseguiremos alguien que los pase a buscar a ti, a Antoine y a Christopher —respondió el modisto.
—¿Esta no será otra idea para que Danton y yo...? —cuestionó Emily sin poder contenerse. No podía ser siempre así, si había algo qué arreglar, debían hacerlo ella y el hombre, solos sin ningún exabrupto.
Cranberry entro justo en ese momento, y al oír esa frase no hizo más que cruzarse de brazos y bufar impaciente.
—Primero —interrumpió, terminando de ingresar al cuarto—. El mundo no gira alrededor de ti y Danton, segundo ¿No oíste los rumores? Ya se lo relaciona con, por lo menos, tres chicas diferentes.
—¡Cranberry! —gritó Harlem al tiempo que el corazón de Emily se comprimía hasta hacerse una pequeña bola de papel.
¿Ya había rumores? ¿Tan pronto? ¿No le daría tiempo a recuperarse como merece?
—¿Qué? Alguien se lo tenía que decir —chilló revoleando los ojos.
—¡¡Eres una maldita ram...!!
—Está bien —exclamó con rapidez Emily—. Tiene que rehacer su vida, yo la mía, me alegra que me lo hayas dicho, Cran —mintió.
—¡Por fin algo de sensatez en esa cabeza! —aplaudió la aludida, saliendo del cuarto hacia el comedor—. Vámonos, Harlem.
El aludido hizo un gesto obsceno hacia la alta muchacha y giró a su Emmilianne con preocupación en los ojos.
—¿Estás bien? —cuestionó colocando sus manos sobre los hombros alicaídos de la chica.
—Sí.
—Bien —concluyó no muy convencido—, nos vemos en dos horas.
—Nos vemos.
Ambos desaparecieron tras la puerta de entrada discutiendo por lo bajito, Emily ni siquiera se acercó a oír, solo cerró la puerta con traba tras ellos y se apoyó contra la misma, soltando un prolongado y angustioso suspiro. Quería dejarse caer por la misma y abrazar el suelo un ratito. Era muy bueno abrazar el suelo cuando se estaba triste. El suelo comprendía porque siempre estaba allí, tocando fondo.
—Pero que hija bestia más bonita tengo yo —exclamó Christopher dando dos aplausos, haciendo que Emily levantara el rostro y plantara los pies en el suelo para no terminar de caer. El mismo se había ganado el día libre de su neurótico trabajo y había llegado cerca de veinte minutos después que Harlem y Cran—. ¿Cerveza? —cuestionó dándole un vistazo a las expresiones corporales de su hija, la conocía más que bien—. ¿Cerveza y Poison Heart de los Ramones?
Emily sonrió sin poder evitarlo, despegándose de la pared, e increíblemente también del suelo.
Su padre era su alma gemela, sin duda alguna.
—Cerveza y Poison Heart de los Ramones.
.. .. .. ..
—¿Ya estás lista? —cuestionó Antoine golpeando la puerta de su cuarto con cuidado, ya que estaba semi abierta.
Emily bajó las piernas y buscó los zapatos con los pies, dejando de lado el álbum familiar de su padre con mucho cuidado.
—Si —respondió cuando el aludido dio otro ligero golpeteo. Se levantó con precaución y caminó hasta la puerta del cuarto, abriéndola.
—Llegó nuestro chofer —indicó señalando la sala.
Emily se observó por última vez en el gran espejo que había dejado Harlem allí y salió tras su cuñado, encontrándose a Artie Dunne esperando en la sala junto a Christopher, vestido muy prolijamente.