En toda familia existe alguien quien es el centro de atención, aunque dicho centro de atención debe equilibrarse. Para que su figura destaque aún más debe de existir alguien que sea todo lo contrario, en palabras sencillas, la vergüenza de la familia. Bueno, saluden a la vergüenza de la familia.
Esa soy yo, aunque no soy exactamente la vergüenza de la familia, mejor dicho soy la “rara” de la familia. Si se preguntan cuál es mi rareza, pues, hago cosas que ninguno de mi familia puede hacer. Yo, soy una Maga.
Parece algo sacado de una novela, pero sí, soy una Maga.
Este hecho marcó toda mi vida desde que tengo memoria, en especial por el espectáculo que hice cuando liberé mi mana. Digamos que cierta niña de dos años estornudó tan fuerte que provocó una corriente de aire tan poderosa que no pasó desapercibido. Lo peor de este hecho fue que justo ocurrió en medio de una fiesta de personas influyentes dentro del mundo empresarial.
Todo era normal hasta que esa niña (yo), fue presentada a los demás. Una mota que volaba libremente se posó en mi nariz y bueno, estornudé y varios peluquines salieron disparados dejando en evidencia la calvicie de muchos señores influyentes.
Mis padres trataron de ocultarlo, lo lograron de alguna manera, aunque desde ese instante me marcaron como la rara de la familia.
En cuanto a mi familia, la verdad es que somos muchos hermanos, 6 en total, 3 hombres y 3 mujeres.
Con mis hermanos mayores no he hablado mucho, ellos me evitan por completo, en cuanto a mis hermanas, bueno, con una hablo pero con la otra no.
Mi hermana mayor me supera por dos años, como dato extra, el orden de nacimiento es así. Primero mis hermanos, luego mi hermana, después vengo yo y finalizamos con mi tierna hermanita.
Retomando la historia de esa niñita que estornudó en el peor momento posible.
Luego de ese hecho se decidió que no debía manchar la reputación de la familia, es por eso que no asistí a la misma escuela que mi hermana, de hecho me enviaron a un lugar bastante apartado, incluso, era la única estudiante. Este lugar era una casona bastante tenebrosa en donde estaba yo, el profesor y otras 5 personas encargadas de la limpieza y la alimentación.
Luego de algunos meses alguien apareció en esta casona, era un anciano y una anciana de rostro afable, aunque vestían ropas extrañas, eran como si estuvieran disfrazados de los típicos magos de los cuentos, con sombrero puntiagudo y todo.
Ese mismo día todo cambió, deje aquel solitario lugar y me mandaron a otro completamente distinto, me enviaron a una Escuela De Magia llamada Anciens. Por primera vez me sentí a gusto, resulta que no era la única rara, estaba en la tierra de los raros.
Aunque esa felicidad duró poco. Si bien no eran todos, algunos me miraban como si fuera una enfermedad, algunos eran más directos y decían directamente palabras hirientes.
—Basura Humana, tenías que llegar a contaminar nuestra Escuela.
—No eres más que un lastre, por tu culpa debemos avanzar más lento, siempre repasamos todo por tu culpa.
Había dos problemas, el primero es que, por lo visto la raza Humana es considerada por algunos como un insulto a la magia, en especial por los actos cometidos por nuestros antepasados. El segundo problema era exclusivo de mi persona. Este problema es que nunca he estudiado magia, hace solo dos semanas me consideraba una rara por tener este poder y ahora quieren que sepa un millón de cosas relacionadas a este mundo, mi cabeza estaba por explotar.
Llegó la tercera semana y finalmente pude hacerlo, memoricé todo para estar al mismo nivel que los demás. Esta hazaña fue lograda gracias a mis horas de estudio sin detenerme. Las bolsas negras bajo mis ojos son una prueba de mi determinación. Con esto logré cerrarles la boca a quienes comentaban cosas sobre mí.
Todo transcurrió relativamente normal, poco a poco fui mejorando hasta que llegamos a la etapa en donde liberamos nuestro mana para hacer un Hechizo básico.
Grande fue la sorpresa, en especial para mí, cuando lo hice al primer intento. Mi rostro reflejaba mi incredulidad.
—¡Su puta madre a la primera. Sí, soy la mejor. Bravo por mí! —grité, en mi interior.
No quería demostrar mi felicidad a los demás, aunque tampoco lo oculté muy bien.
—Deja de sonreír maldita, solo fue suerte —comentó la bastar… la gran Shelln.
Esta maldita siempre me ha subestimado. Ja, en tu cara, era lo que quería decirle, pero me contuve.
Por lo visto no pude evitar sonreír altaneramente por mi logro.
Desde ese punto destaqué por sobre los demás, mi manejo en el control del Mana era perfecto, casi natural.
Si bien en la Escuela era destacada por el equipo docente y algunos de mis compañeros, en mi hogar era todo lo contrario.
Detestaba ir a mi hogar, mejor dicho, todavía lo detesto.
Cuando estoy en este lugar siempre me siento como la bicho rara de la familia, un insecto que solo es una gran molestia.
Mis padres actúan extraños cuando estoy cerca de ellos.
Obviamente quise investigar el motivo de su actuar, entonces lo descubrí, al menos algo.
Al parecer, no es algo imprevisto el que yo pueda usar Mana. Existen registros familiares que revelan que antiguamente todos en la familia podían usar este poder, aunque de una generación a otra esto cambió por completo. No se ha descubierto la causa (tampoco es que ahora quieran averiguarlo), pero desde hace 4 generaciones nadie había logrado dominar la Magia, todos eran No Marcados. Este tema era tabú para la familia, ya se habían olvidado de que nuestra familia poseía este don… hasta que cierta niña lo despertó sin previo aviso y todo se puso patas arriba.