Éramos cientos, ajenos de lucidez o razón
Juntados a la fuerza por los sacerdotes
Que ferozmente nos quitaron la vida
Y nos hundieron con melancólicas palabras
De dioses muertos
A las aguas de lo profano.
Y por allá, en una esquina lejana
Se encontraba ella
Ausente de vida o de amor
Ambigua e insensata
Era solo un trigal más en su vasto molino.
Sus ojos eran extraños,
Carecían de viveza y eran morados
Su austero rostro era el terreno fértil de mis miradas cautelosas
Acostumbrada, quizás, a las miradas furtivas de los salvajes
Permanecía inmóvil, como asustada.
Inexpresiva y fiera se encontraba frente a mí
Ignorante de mi existencia, y mis tulipanes
Y yo, frente a ella, encontré el origen de las diosas.