Cuando regresaba a mí, después de sus viajes carnales
Ávido esperaba sus afectos y caricias
Pero ante mí era frígida y afligida
Impaciente preguntaba
"Por dónde surcaste la tierra, amor mío"
De sus ojos emanaba un fulgor atroz
Como de inquieta repulsión
"A un amante eso no es de su incumbencia"
Como un maligno espíritu me observaba desde la oscuridad de la habitación.
Hasta que con valor vino a mi lecho
Sus pasos eran la melodía que hacía estremecer mi corazón
Y en mi éxtasis vi desprenderse de sus pasos tulipanes dorados
Se posó a mi lado y enfundó su puñal
De huesos de otros amantes
Y atravesó el silencio que nos envolvía
Y el filo tocó mi corazón
"Qué gran amante fuiste" reiteraba mientras acariciaba mis labios
Sus ojos parecían hechos de fuego
Y la cobardía me sobrecogió
¡Qué gran amante fui, pero que atroz cobarde también!
Poco a poco mis párpados buscaron la unión.