– Vampiros y hombres lobo ¿Dónde están, Lena? – Murmuró Belial con una sonrisa en los labios, incrédulo, se quitó los lentes, cerró un poco el libro para no perder la página. El rostro de su amiga llegó como una fantasía cuando estás despierto, recordó que aquella joven de ojos cafés y pelo castaño oscuro no era parecida en nada a la chica del libro y mucho menos, vivía en Londres. Aunque recordó que Lena contó alguna vez que quería conocer Londres y a pesar, que el país donde vivían daba facilidades para poder viajar al otro lado del mundo, nunca lo hizo; sin embargo, sabía que Lena con el tiempo comenzó a ser seguidora de las series y películas relacionadas con vampiros, hechiceros, dragones, hombres lobo, fantasmas, demonios y todo acerca de lo paranormal; por eso, espera que los seis hermanos sean por lo menos cazadores de demonios. Había días en los que veía a Lena y siempre preguntaba cómo había estado en el tiempo que no se veían, ella por varios meses contestó: “Siguiendo las aventuras de los Winchester.”
Belial por otro lado, le decía que nunca lo iba a terminar.
El semblante de su rostro cambió ante ese recuerdo, una sombra de tristeza y reflexión marcó su expresión «¿La terminó?» Hasta dónde sabía, aquella serie televisiva llevaba años y nunca llamó su atención. Volvió a abrir el libro, y miró a sus hijos por el rabillo de las hojas, Dexter, le compartía una barra de chocolate a Carol, la única barra de chocolate que dejaría que ese par, comiera durante todo el día.
Llamó a sus dos hijos con suavidad, ambos pequeños miraron al instante a su padre con sorpresa, como si aquel chocolate fuera una travesura que fue descubierta. Dexter y Carol se miraron con una sonrisa por un segundo. Belial los observaba con el semblante de su rostro firme.
– Si los veo con otro chocolate, no habrá más televisión después de comer... – Comentó.
Ambos niños afirmaron, Carol lo hizo porqué imitaba todo lo que hacía Dexter. Belial sonrió amoroso, luego, se levantó del sofá, se acercó a sus hijos y lentamente se puso en cuclillas frente a su hijo, estirando su mano para que el pequeño, le diera los chocolates que tenía en el bolsillo de su pantalón. Dexter, vencido por la sabiduría de su padre, suspiró y con una mueca de derrota, metió la mano en su bolsillo izquierdo y sacó todos los pequeños chocolates que tenía. En total, eran ocho chocolates pequeños, que terminaron en la mano de Belial.
– Gracias. – Dijo sin perder su sonrisa paternal. Se puso de pie, cerró el puño y volvió a sentarse al sillón. Abrió su mano y tomó un chocolate, quitó la envoltura con sumo cuidado para no romper el chocolate en sus dedos y despacio introdujo la golosina a su boca; saboreó el delicioso sabor del chocolate y dejó que se derritiera con el calor húmedo de su cavidad bucal. Limpió sus dedos, quitando el polvillo chocolatoso con fricción de su piel y se dedicó otra vez, a coger el manuscrito entre sus manos y volver a la lectura.