El Heredero de Whitewolf

1. Entre calles, miradas y murmullos.

Sus manos se movían sobre el cuerpo del otro en un baile carente de ritmo, tocándose donde fuera, en un animoso intento de deshacer cualquier obstáculo entre los dos. Torpe y molesto por su inapropiado defecto, Wilfer, se inclinó por la tentadora y casi violenta y explicita idea de su enorme deseo por ella. Avanzando a delante, la condujo al extremo de la habitación, hasta que sintió contra su brazo fuerte, rodeando la cintura de ella manteniéndola cerca, el frío y duro contacto de la pared de piedra. Alejándose de sus carnosos labios por un breve instante con una necesitada exhalación, rasgo sin previo aviso la blusa café pálido que la cubría, permitiéndose el extasiado lujo de apreciar la tersa y suave piel de ella. Desde los deliciosos montículos sobresaliendo exuberantes una y otra vez a través del sujetador negro que los apresaba, pasando, encantado, sus ojos por el valle entre estos hasta su tierno ombligo atravesado por un diminuto arete coronado por una piedra cristalina de igual tamaño.

Él era el único que conocía de la existencia evidente de las picardías de la mujer frente a él, a centímetros de distancia, que miraba pasmada su blusa favorita divida a la mitad.

La acaricio a partir de su hombro con la punta de sus largos dedos, trazando un camino de intensiones ardientes. Se detuvo al toparse con el borde de su jean, que se adhería a su trasero y piernas como un guante, perdiéndose entre los botines de cuero negro. Engancho parte de su dedo índice entre el pantalón y su piel cálida. Cerrando por unos segundos los ojos, grabo cada trazo de su ser mientras busca a la par, controlar su desbocado ímpetu.

Apoyo sus palmas a ambos lados de la menuda cabeza, considerando el hielo que le traspasaba como finas agujas, en castigo a su comportamiento, e inclinándose, soldó sus bocas en un profundo y apaciguado beso. Sin duda, ansiaba encontrarse entre sus piernas lo más pronto posible. Fundirse con ella y convertirse en uno solo, pero no había ido a su casa a sudar y jadear en medio de la sala, ni mucho menos a ponerse de nuevo en el radar reprobatorio de sus casi suegros.

Poso una de sus manos en la cintura de ella percatándose del calor que emanaba, quemándolo.

- Era mi blusa favorita – se quejó ella al separarse un poco. Su labio inferior se movía en un tierno puchero que le hizo sonreír, pero no era de él mostrarlo.

- Lo siento, la arreglare – le aseguro viendo con diversión como caía la tela a sus costados.

- Ya, me gustaría verte cosiéndola – no pudo evitar burlarse descaradamente de su empeño. Le demostraría que podía.

- Hare mi mejor esfuerzo – prometió levantando una mano abierta y la otra, en puño sobre su pecho. Sorprendiéndose, al mantener la seriedad, como lo harían los militares.

Tras unos segundos de enfrentarse con la mirada, debatiéndose entre la verdad y la irrealidad, ella cambio su semblante melancólico por uno disgustado.

- Bien, ahora dime, ¿A qué se debe este atropello y por qué lo has detenido? – suspiro cruzándose de brazos.

Wilfer, observo excitado como sus pechos se pronunciaban ante él, llamándolo. Quería continuar con el asalto, lamerla y que se rindiera ante él, pero no era ni el momento, ni el lugar.

- Wil, mírame a la cara y respóndeme, ¿quieres? – le exigió gruñona.

- Ahhmm, si – retiro sus ojos dirigiéndolos a la ventana cubierta por una cortina blanca sencilla.

No se había fijado en esta, ¿y si no estuviera corrida? Seguro, les habría dado a los transeúntes un buen espectáculo, otro más del que hablar, el cual agregar a la lista de escándalos. La noticia cubriría todo el territorio noroeste más rápido que la mismísima luz. Sus arrebatos le antecederían vaya a donde vaya, por su descuido.

Rasco su nariz, poniendo sus brazos en jarras antes de empezar. Dudo, no sabía cómo decírselo sin que ella se molestara.

- ¿Me acompañarías a dar un paseo? – unió sus cejas en suplica.

- ¡oh, por favor, Eva, cúbrete! – ambos giraron la cabeza a la mujer castaña de ojos verdes en la entrada de la sala, sosteniendo una bolsa de víveres donde resaltaban unas margaritas y manzanilla.

Con reproche saltaba su mirada entre ellos, inspeccionándolos minuciosamente. ¿En qué momento entro? Se preguntó él.

- muévete, antes de que tu tío entre y te vea en esas fachas.

Conmocionada, aun así, no extrañada, Eva se cubrió el torso con lo que quedaba de la dichosa camisa y se encamino a las escaleras dando una fría mirada a su novio. Si no la hubieras rasgado, haciendo alarde de tu fuerza, no me estuvieran regañando, pensó traspasándolo, como rayos láser.

- ¿acaso esa es la blusa que te regale? – indago molesta la mujer, moviendo su rostro inquisitivo a él.

Se apoyó en un pie, golpeando nervioso el suelo con el otro. Había sido tonto rozarla desde que ella se lanzó a sus brazos. Creyó que podía moderarse, obviamente, no fue así y ella pagaría sus errores. Idiota.

- No, como crees – mintió descaradamente, desapareciendo rápidamente en la segunda planta.




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